Retirada de la patera en Santa María del Mar por parte de la empresa municipal Cádiz 2000. FOTO: AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ.
Retirada de la patera en Santa María del Mar por parte de la empresa municipal Cádiz 2000. FOTO: AYUNTAMIENTO DE CÁDIZ.

El pasado domingo desembarcó de una patera un contingente numeroso de inmigrantes, alrededor de una treintena, en la mismísima playa Santa María del Mar, en Cádiz capital. No es la primera vez que se produce un hecho similar, ni será seguramente la última, pero lo anecdótico y vergonzante del caso es que algunos gaditanos en vez de auxiliar a los necesitados navegantes aprovecharon la ocasión para quedarse con siete chalecos salvavidas, uno de los motores del barco y cinco garrafas de gasolina. Mayor espíritu de insolidaridad no cabe.

La nave tuvo la deferencia de tomar tierra y varar a escasos metros de la comisaría de Cádiz, por lo que se activó inmediatamente el dispositivo de búsqueda. A pesar de todo, solamente  fueron interceptados 18 de estos pasajeros, que apenas pudieron recorrer la ciudad unos metros en libertad. A su vez, se les brindó a los migrantes una rápida y diligente ayuda por parte de la Cruz Roja y se les ofreció mantas y alimentos. Conforme relata la policía, la mayoría de estas personas eran marroquís y tenían familiares que residían en España, por lo que se demostraría, de ese modo, el efecto llamada.

Además, los presuntos autores del hurto fueron detenidos y se pudieron recuperar los efectos sustraídos. Asimismo, se izó la embarcación fuera del agua y se incautó. Seguramente este cayuco  permanecerá un largo tiempo depositado y arrumbado en un almacén a la espera de su destrucción o de su subasta por parte de Patrimonio del Estado, si se encontrase en buen estado. Ahora bien, eso no es excusa suficiente para intentar apropiarse de los equipos y pertrechos de la nave.

El flujo de inmigrantes va en aumento. Estos han aprovechado el buen tiempo anticiclónico que hacía durante el prolongado puente de la Constitución y la Inmaculada para cruzar el Estrecho y penetrar a lo largo de las costas andaluzas. Por mucho que se pongan grandes muros en Ceuta o Melilla o se proporcione ayuda económica al Gobierno de Marruecos para contener estas migraciones, es imposible poner vallas al mar. Estas personas desesperadas llegan con la creencia de alcanzar una vida mejor y, salvo que logren legalizar su situación administrativa, están abocados a ser carne de cañón de las mafias que negocian y viven de la economía sumergida y  se aprovechan de su vulnerabilidad y su ilegalidad.

Ante ello, el dilema es devolverlos a sus países de origen, si fuera posible y se supiera su procedencia, o dejarlos que deambulen por nuestras ciudades recibiendo el único apoyo de las ONG, en una situación casi de mendicidad, porque no pueden ser contratados, so pena de cárcel del empresario que lo haga clandestinamente, ni recibir atención médica ambulatoria. No sé cuál es la postura más cruel. La solución no es fácil. De este caldo de cultivo se alimenta la xenofobia. Cuantos más inmigrantes entren en el país, sin que se den soluciones de integración a estas personas, más crecerán los partidos que se oponen abiertamente a este descontrol que atemoriza a parte de la población.

Cuando el Ayuntamiento de Cádiz exhibía grandes pancartas saludando a los inmigrantes en la plaza San Juan de Dios, no esperaba que una gran parte de sus residentes estuvieran tan en contra y votaran a partidos que propugnan la expulsión de estos extranjeros recién llegados. Lo de recibirlos dándoles la bienvenida es un mito. Es solo un ideal que queda muy bien, pero no es real, el  pueblo de Cádiz no es tan bondadoso. Sin embargo, lo que tampoco esperaba el Ayuntamiento es que algunos gaditanos fueran  tan miserables, hasta el punto de robarles a estos infortunados. Ver para creer.

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