Aquella revolución social y sexual que llenó de aire fresco y libertad las calles europeas y de América ha devenido en un puritanismo amordazante en contra de las relaciones íntimas. En esos años se cuestionaba tanto la sociedad patriarcal como que la única salida moral a los impulsos sexuales fuese la institución conservadora del matrimonio. Se pregonaba que el amor era libre. En el 68 se ponía en duda los valores sociales y el orden o prioridades en la vida: Haz el amor y no la guerra (Mientras la máxima potencia del capitalismo, los Estados Unidos, bombardeaba Vietnam, o la comunista, la Unión Soviética, tomaba al asalto Checoslovaquia para reprimir la primavera de Praga).
Ahora parece que hemos pasado a lo contrario: Haz la guerra al amor. La propuesta gubernamental de castigar con elevada penas, como si fuera violación, las relaciones íntimas en las que no haya consentimiento expreso es amordazar la iniciativa y la espontaneidad sexual y fomentar que, ante arrepentimientos posteriores, se persigan conductas consentidas, primando la mera palabra de una de las partes y cargándose la presunción de inocencia. Por las redes sociales han circulado, en tono de guasa, infinidad de supuestos contratos que habría que firmar antes de tener relaciones para evitar una futura querella criminal. Eso es una aberración y un castigo a la libertad propio de sociedades inquisitoriales.
Además, la reforma está inspirada en esquemas propios de países luteranos como Suecia. La Iglesia católica, la mayoritaria en España, siempre ha defendido a capa y espada el matrimonio, como un sacramento y, en otros tiempos, nos amenazaba con el infierno si practicábamos sexo sin estar casados. Más tarde, más sutil, nos intimidaba con los peligros de las enfermedades de transmisión sexual para evitar la tentación. Ahora el Gobierno pretende que una persona, especialmente los hombres, tengan el mismo miedo o más (ya que el castigo, en este caso, se concreta en la tierra y no en el cielo), ante cualquier encuentro sexual y solo deja dos alternativas: tener sexo bien con tu pareja de hecho oficial o matrimonial, o firmar un documento antes de intercambiar los fluidos. Independientemente de que a pesar de haber rubricado un contrato sexual, una de las partes afirme, a posteriori, que fue coaccionada. El amor no puede estar sometido al miedo y perder toda su connotación romántica.
El amor no puede estar sometido al miedo y perder toda su connotación romántica
Por si fuera poco, el esquema del planteamiento gubernamental parte de una presunción errónea: que la iniciativa a la hora de hacer el amor es siempre del hombre, cuando eso ha cambiado en buena medida. Hoy, en cambio, hay tanto puritanismo matriarcal que si un hombre acudiese a una comisaría para denunciar que ha sido objeto de tocamientos o abusos sexuales por parte de una mujer se reirían de él.
Ante tanto despropósito, los hombres están tomando diversas posturas defensivas. Yo ya las mencioné en este medio en mis artículos: “El movimiento Incel o el derecho a practicar sexo” y “Consentimiento expreso o contrato para tener relaciones sexuales”. En estos momentos lo que eran simplemente meras conjeturas tiene muchos visos de que se lleven a cabo.
Situaciones como la de Julian Assange que lleva encerrado años en la embajada de Ecuador en Londres (dentro de un trasfondo de revancha política) para protegerse de una demanda judicial sueca por no usar un condón en una relación consentida, se pueden repetir en España pronto. Esperemos que el Gobierno actúe con cabeza y rectifique para que no se creen más problemas de los que se pretenden solucionar.
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