Mi vida después de "superar" el cáncer en plena pandemia mundial

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Carlos Javier Bohórquez

Carlos Bohórquez, antes y después de someterse a quimioterapia para superar el cáncer.
Carlos Bohórquez, antes y después de someterse a quimioterapia para superar el cáncer.

A quién le guste la historia, aquí tiene un libro abierto, como diría el querido Capitán Veneno. Mi nombre es Carlos J. Bohórquez Patrón. Con 26 años de vida empecé a darme cuenta de que la palabra cáncer llegaría de lleno a mi vida, una enfermedad que arrasaba con las personas. De esta forma, arrasó con mi padre, Manuel, el primero que contraería esa enfermedad en casa, y que falleció el 21 de octubre de 2013 de cáncer de pulmón, que terminó también en los huesos y en su cabeza, una excelente persona.

Aún estando bajo el duelo de perder a mi padre, en enero de 2015, por sorpresa, le diagnostican a mi Lourdes de mi alma un cáncer en el páncreas. Poco a poco, mi vida se iba desmoronando, en casa solo quedábamos ella y yo, mis dos hermanos se marcharon fuera para trabajar, sin embargo ella logró vencerlo, aunque sigue actualmente con revisiones, pero ellos dos fueron un ejemplo de vida para mí, de lucha, de sacrificio, de constancia, de actitud, de absolutamente todo.

Pero en diciembre de 2019 me toca a mí. Linfoma de Hodking en los ganglios de la pelvis y con 33 años, después de una vida plena, practicando deporte desde los cinco años, concretamente fútbol, ser feliz en mi trabajo como inspector de calidad, que después de años como ayudante me llegó la oportunidad de ser inspector y no la desaproveché, de pertenecer nueve temporadas a la cantera del Cádiz C.F. y de ser integrante de una comparsa, una vida ajetreada, sin parar, pero muy feliz, me llega lo que sería para mí el principio del fin, padecer cáncer. Con el agravante de tener que luchar durante una pandemia, donde los sanitarios me hacían ver, que al tener las defensas bajas por la dichosa quimio, podría contraer el virus y fallecer de covid.

Como podréis pensar, asistir cada dos semanas al Hospital de Puerto Real, siendo la primera sesión el 13 de marzo, dos días antes del confinamiento total del país, era toda una odisea, porque a la vez que cansado, me sentía muy vulnerable, asustado y me quedaban semanas de quimio por delante, pero no se podía posponer. Al terminar la cuarta sesión me esperaba un TAC para comprobar el estado en el que se encontraba, estaba limpio, lloraba con mi madre de alegría en la consulta, llamaba a mis tíos por teléfono y lloraba con ellos de alivio, dos personas que quiero mucho, octogenarios y que sufrieron con mi madre y conmigo como si la enfermedad la tuvieran ellos, podrían tener una mínima alegría, aunque la lucha continuara.

Con cuatro sesiones mas de veneno y doce de radioterapia para prevenir y erradicar completamente el linfoma, pero eran semanas de quimio, de TAC, de visitas a urgencias y poco a poco, visita a visita, me fue minando mi cabeza, me iba haciendo más pequeño, en cada sesión de quimio era cogerle asco a algo distinto, incluso llegué a cogerle asco al agua. Mi madre, en mi castillo de la esperanza, me mimaba cada día, preparándome lo que se me apeteciera, para intentar combatir con las náuseas, mientras tanto, el azúcar, debido al tratamiento, me empezaba a atacar, recuerdo un día llegar a 489 gramos en sangre, una locura. Mi madre casi se desmaya al vérmela, que por cierto, recuerdo que el día 1 de abril, después de la segunda quimio, pasamos la noche de su cumpleaños en el hospital y yo solo sabía pedirle perdón por tenerla allí.

Al término del tratamiento empezaron a aflorar las secuelas: diabetes, ansiedad, síntomas de depresión, trastorno adaptativo, pérdida de fuerzas en las extremidades —principalmente en las inferiores—, parestesia, que conlleva falta de sensibilidad, acorchamiento, hormigueo, con la consecuencia inmediata del abandono de la práctica de los deportes, posibles problemas de esterilidad, miedo a la muerte, a la recaída de la enfermedad… Todo esto, pensando que con el paso del tiempo y cuando mi cuerpo fuera expulsando los desechos químicos de la quimio, todo volvería a la normalidad, pero iban transcurriendo los meses y todo iba empeorando, mi salud física y mental.

De hecho, por esta última, acudí por mis propios medios a la AECC, para pedir ayuda psicológica y ahí encontré una ángel de la guarda, que es mi psicóloga María, que pertenece a la oficina de Cádiz capital, pero mi cuerpo, mi cabeza y yo empeorábamos por momentos, aumentando los niveles de esas secuelas. Vivo a diario prácticamente con una pierna dormida, no puedo caminar sin pararme mas allá de 150/200 metros, no puedo caminar a un ritmo alto, no puedo hacer esfuerzos de ningún tipo debido a la falta de fuerzas, no puedo pasear, pierdo el equilibrio constantemente, me es imposible subir muchos escalones, en definitiva, mi calidad de vida ha disminuido considerablemente de forma que cuando hago algún esfuerzo mas allá de lo descrito anteriormente, me quedo sin fuerzas en mi cuerpo para prácticamente lo que resta de día.

Me siento incapacitado para las labores mínimas diarias, debo tener la ayuda de mi pareja, para ponerme los calcetines, quitarme los pantalones al desvestirme, abrocharme los cordones y demás, pero después de meses de luchar por vivir, se me viene encima una pesadilla más grande, que bajo mi experiencia, se me está haciendo más difícil que la propia enfermedad y el propio cáncer, y es que me reconozcan mi incapacidad.

Llevo desde mayo luchando contra otra enfermedad, que tiene por siglas el INSS. Ese mes fue el primer mes que acudí por primera vez, de tres en total, al tribunal médico y siendo un ignorante en estos terrenos, fui con mis últimos informes y como siempre, con la verdad por delante, explicando cómo me encontraba, sin exagerar, a una señora que antes de yo entrar en la sala ya tenía en la frente la palabra alta laboral y sin hacerme pruebas físicas. Fue una batalla de preguntas y respuestas y sin llegar a los diez minutos me despachó como si yo fuera un objeto.

Ahí fue el primer revés, al día siguiente me llegaría un SMS en el que me confirmaban que estaba de alta y que tenía que incorporarme, pero no podía, os puedo prometer por lo más sagrado que no podía, no podía andar ni subir escalones, no podía dormir y un dolor punzante en la zona donde padecí el cáncer, convivía conmigo a diario, pero no tenía nada diagnosticado para esa dolencia y esa falta de fuerzas, al ver la situación me busqué a mi abogada, María José Novo, del Grupo Atela y gracias a ella, se impugnó ese alta, me volvieron a dar la baja a la espera de nuevos informes médicos y a seguir luchando.

Al mes y poco de impugnar el alta, me vuelven a llamar, esta vez me atiende un señor que me volvió a avasallar a preguntas y me hizo un par de pruebas físicas. Yo seguía en las mismas condiciones, pero ahí ya se me agravó mi salud mental, viendo las injusticias por las que me estaban haciendo pasar y él, al explicarle cómo me sentía y que me parecía injusto que se me diera el alta, me comenta que su compañera lo hizo porque creía que era camarero y empecé a mirar a todos lados y le pregunté si esto era la Seguridad Social y si ellos eran conscientes de mi contrato de trabajo y tal y no supo ni contestarme.

Por supuesto que no tengo nada en contra de los camareros, pero me parecía súper extraño, cuando nunca he ejercido como tal, que me dijeran eso. Ledije que yo era inspector de calidad de soldadura en Navantia y le expliqué, con el profesiograma que me hizo mi empresa en mano, lo que significaba eso y los esfuerzos diarios que tenía que hacer. Entonces me explicó amablemente que iniciaría un expediente de incapacidad temporal, no sin antes enumerarme las desventajas que eso supondría para mí, contestándole que no es que quisiera esa incapacidad, es que no puedo trabajar en mis circunstancias y así desde junio, hasta el 9 de diciembre que he ido por tercera vez, estuve de baja laboral y a la espera de resolución.

Hasta que recibí una llamada antes del puente de diciembre donde me confirmaban que tenía que pasar de nuevo por el tribunal el jueves de la semana siguiente, esta vez, con el diagnóstico de la polineuropatía, diabetes y con trastorno adaptativo y episodio depresivo mayor moderado, con el consiguiente tratamiento de ansiolíticos, que hacen que duerma y tenga mermadas mis pocas facultades físicas. Pues bien, me toca hacer frente a mi tercera visita al tribunal médico del INSS, me atiende una señora, que para mí se lleva la palma de las tres visitas en cuanto a su nula empatía y a su forma de tratarme.

Antes de sentarme en la sala ya me decía que me encontraba bien al verme, sin preguntarme qué tal estoy, luego sigue con el protocolo de las visitas anteriores, me avasalla a preguntas y sin terminar de contestarle me vuelve a hacer otra. En todas ellas, desprestigiando mis dolencias, los diagnósticos de los médicos y mi incapacidad para trabajar, hasta que le hago constar el dolor que siento en la misma zona donde tuve el linfoma, que no ha remitido, y me hace ponerme de pie y me pide bajarme los pantalones con el pretexto de poder ver dónde tengo ese dolor, a lo que accedo sin saber las consecuencias posteriores que tendría seguramente en el informe final y sin cerciorarse dónde tengo ese dolor, me suelta de malas formas un: "Tiene usted buena musculatura, está haciendo deporte".

Mi respuesta fue decir que no, que no puedo apenas pasear, ¿como voy a estar haciendo deporte? Y que si comprueba el informe de la endocrina, he tenido el azúcar durante todo este peróodo entre 220 y 340 gramos, una persona deportista no tendría el azúcar en esos niveles y claro que tengo buena musculatura, llevo desde los cinco años jugando al futbol y practicando deporte hasta que me llegó el maldito cáncer. Aunque ella misma dice cosas que se contradicen, porque acto seguido, me hace un comentario, tal que: "Estás muy gordo, deberías de perder peso", a lo que le contesté que supuestamente estaba haciendo deporte, ¿no?

Me respondió fríamente, como lo estaba haciendo hasta ahora, que ella haría un informe con lo que ella ha visto sobre mí y con los informes que he aportado, pero lo peor de todo, es que vas allí, después de pasar por un cáncer, luchar contra la enfermedad, con mis días malos y no tan malos, contra la quimio, la pandemia, mi cabeza, mi físico, luchar ante tantas cosas que están ajenas a mi mano y llegas a topar con personas, frías, calculadoras, sin empatía y, lo que es más sorprendente, sin humanidad, que quizás sean padres y ojalá sus hijos nunca pasen por lo que estoy pasando y ellos por lo que está pasando mi madre.

Para rematar la visita me despide con un: "Que tenga un buen día y suerte". Y yo pensé, ¿¿¿suerte??? Suerte sería que hubiera terminado el 2019 sin tener diagnosticado cáncer, no tener que haberme dado de baja de un trabajo que me encantaba, no tener que haber dejado mis hobbies a un lado, que aprovecho desde aquí para darle las gracias a mis compañeros del staff técnico del primer equipo femenino del Cádiz C.F. por apoyarme en mi decisión de apartarme y a mi comparsa también; o como poder seguir paseando de la mano de la persona que más amo en lo que llevo de vida, no tener dolores diarios y no estar pasando por una pesadilla psicológica que me está costando la salud de tal forma que no tengo ni ganas la mayoría de los días de seguir viviendo.

El cáncer me ha destrozado la vida y sería egoísta, después de todas las personas que han fallecido de esta enfermedad, pensar que me debería de haber llevado a mí para delante también, porque estoy curado del cáncer, pero no lo logro superar y pido perdón a mi madre, mi mujer, mis familiares y mis amigos y conocidos, estos últimos que me llevaron en mi enfermedad en volandas, pero a los que a día de hoy me siento invisible para ellos por esto último que acabo de decir.

Pero no puedo pensar mas allá de otra cosa que no sea esto, porque el cáncer me arrebató mi vida y la puntilla final me la está dando el INSS, en el que a día de hoy, 17 de diciembre, al entrar como cada día de estos últimos meses en la página web de la Seguridad Social he visto que he recibido el alta para incorporarme al trabajo de nuevo, con informes que me incapacitan para estar en Navantia o cualquier otro puesto de trabajo que la empresa considere oportuno, llegando muchos días a andar hasta diez kilómetros con botas de seguridad y entrando y saliendo de barcos, por escalas diminutas y con el peligro que puedo tener también no solo por mi seguridad, también por la de mis compañeros.

Me están ninguneando y vejando y lo llego a pensar también, que lo peor de todo esto, es que yo soy un número más en manos de ellos, que como yo habrá cientos no, miles de personas en España, con el nudo en la garganta, con la injusticia de ver que no se les tiene en cuenta, pero seguiré luchando, como siempre, aun sin fuerzas, para que se haga justicia, porque con mis informes médicos y mis diagnósticos tengo que ir hasta el final. 

Porque en mis lagunas mentales tengo que ir guardando fuerzas para llegar a la meta, que es que me reconozcan mi incapacidad, que reconozcan que físicamente no puedo, que siguen falleciendo personas en accidentes laborales y también se quitan la vida por la jodida y fina línea que hay entre la vida y la muerte a causa de la salud mental que se tiene, que también aprovecho para decir que ojalá le den por fin a la salud mental la importancia que tiene y es que por desgracia no estoy en condiciones de rendir en mi vida cotidiana, imaginaros en un trabajo donde tienes que dar el 200% de tus capacidades…

Quiero agradecer públicamente a mi madre Lourdes, mi mujer Patricia, mis tios Modesto y Antonia, mi suegro José Gaviño, mi abogada María Jose Novo del grupo Atela, mi empresa Buqueland, a Inma Ortega de CCOO, a la encomiable labor de la Asociacion Española Contra el Cancer y Francisco Romero y su diario lavozdelsur.es por acompañarme en esta lucha.

Mi nombre es Carlos Javier Bohórquez y soy un superviviente de cáncer que aún no lo ha superado, ni a él ni a otra enfermedad que se llama INSS.

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Comentarios (1)

Perry Hace 2 años
Vaya tostón Carlitos picha... Eso sí, en RRSS todo es alegría!
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