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Hay un mito sobre los pisos del franquismo, su accesibilidad y su propaganda. Hoy he tenido la oportunidad de hablar con una persona que no citaré, por salvaguardar su intimidad, y me ha contado una historia terrorífica. Empezaré diciendo que todo, evidentemente, estaba supeditado al rol que las mujeres y los hombres tenían, casi en forma de casta, en la sociedad medieval donde desempeñaban sus vidas en aquella España que aun sigue en el ADN.

Con trabajos infinitos para los hombres mal nutridos (hablo de la década de los cuarenta cincuenta) y las mujeres humilladas a la inequívoca seguridad de solo ejercer profesión en la casa, el campo o el servicio doméstico. En algunas zonas más industriales, capitalinas, algo menos, pero les hablo de Jerez. Que aunque a pesar del auge bodeguero, con sus diferentes crisis, todavía ellas eran solo conejas presas del instinto del sacerdote en su afán por condenarlas al pecado y las llamas ante una natalidad mediocre y la entrega y total disponibilidad al marido con el aislamiento social. Que comparado con otras zonas europeas, aún en el contexto prebélico de la ocupación nazi, y la posterior reconstrucción, gozaban ya de otras libertades. Quizás por una herencia protestante, eso opinan algunos doctores, con otras hechuras, o por razones económicas y sociales que no voy ni a comentar.

La anécdota en cuestión es como en un piso de esos que "regalaba" el dictador se turnaban para dormir en el transcurso de la noche. Por falta de cuartos o piezas. Una cama de matrimonio compartida por siete hermanos y una noche en vela, casi todas, dando de mamar. Y el cabeza de familia influenciado y malogrado por un vino de Jerez que en su injusta combinación con la mala nutrición poblaba de alcohólicos los barrios. ¿ Cuántos borrachos ven por las calles tirados? Los niños ven pocos.

No digo que se beba menos pero influían estos factores junto al extremo cansancio acumulado, las frustraciones ante las insalvables jerarquías, sin posibilidad de pataleo. Y para los más dignos, comprometidos y aniquilados por el régimen fascista una vía de escape.

La situación de levantar a media camada para que la otra pudiera dormir en un colchón. La dolorosa sensación de expulsar a tus hijos a la calle por faltas de infraestructuras en el hogar. Por eso cuando escucho la palabra ANTES me echo a temblar. Viendo que ésta es empleada con la nostalgia, que a veces es el filtro depurativo de los necios.

¿Menos gente en la calle? ¿Menos convivencia vecinal? ¿Se ha perdido todo? Observen sus casas: librerías, cien canales culturales, de deporte, 50 mg de fibra que son la biblioteca más extensa del mundo. El frigorífico con tres mil calorías por bandeja, toda la música del mundo al movimiento de un click. Es evidente que no voy a obviar las inmensas carencias que todavía existen. Ya me conocen. Pero hasta creo que la infame despolitización viene de la opulencia, revisen la historia, no falla.

Cuidado con olvidar, tengan precaución en dar un perdón a lo imperdonable. Y sobre todo valoren. Esta historia que cuento es real, y todavía viven aquellos que fueron esos niños que hacían guardia, como centinelas de la miseria, para degustar aquella maltrecha cama. Sean cautos, por favor, y administren los recuerdos con firmeza y mucha responsabilidad.

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