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Vestir la prenda tiene un significado religioso: la manifestación de una creencia.

El Consejo de Estado francés anuló el pasado viernes el decreto de la Comuna de Villeneuve-Loubet, en el sur de Francia, que prohibía el burkini en sus playas. En su fallo, que sienta jurisprudencia, el consejo considera que los alcaldes solo pueden restringir las libertades fundamentales en caso de “riesgo probado” del orden público. De esta forma, parece que se pone fin, al menos jurídicamente, a la polémica surgida sobre el uso de esta prenda en las playas francesas, y que había resurgido con fuerza como consecuencia de los atentados yihadistas ocurridos en Niza y en Saint-Etienne-du-Rouvray el pasado mes de julio.

Francia es un país laico. Posiblemente, el país que más se toma en serio la laicidad de las instituciones del Estado. Tan en serio que, probablemente, cometen errores como el que ha originado el fallo de su Consejo de Estado. La laicidad de Francia hunde sus raíces en su revolución de 1789. A partir de esa fecha, principios como la libertad y la igualdad de cultos y la separación entre el Estado y la Iglesia católica, van a sobrevivir a los vaivenes de la historia. Pero la libertad de culto es un aspecto de una libertad mayor, la libertad de conciencia. Y de nada valdría esa libertad de pensamiento, ya que no otra cosa es la libertad de conciencia, si no se pudiera manifestar. Y eso es lo que pone en valor el Consejo de Estado francés. A nadie se le puede prohibir la libre manifestación de sus ideas, sean políticas o religiosas, aunque no nos gusten. Naturalmente hay límites, como la apología del terrorismo, o las manifestaciones religiosas en las instituciones educativas. Pero no en las playas.

Desde el punto de vista del liberalismo democrático, en el que se basan las democracias más desarrolladas del mundo, no cabe prohibir ni sancionar a las mujeres que cubran sus cuerpos con un burkini en las playas, bienes de dominio público. Se puede pensar que el uso de la prenda supone una situación de sumisión de la mujer que la viste respecto al hombre, y acabar teniendo la tentación de liberarla a la fuerza de su condición. Pero las liberaciones forzadas suelen ser contraproducentes, y acaban reafirmando aquello que se quiere erradicar. Sin duda, las armas con las que un Estado democrático debe combatir esta situación de desigualdad son legales y deben abarcar multitud de espacios públicos donde la identificación de las personas es imprescindible, incluyendo desde luego las instituciones educativas. En ese sentido, la enseñanza coeducativa es de vital importancia, de forma transversal en todas las materias, pero incluyendo también, de forma específica, una educación para la ciudadanía.

Vestir la prenda tiene un significado religioso: la manifestación de una creencia. Es, al fin y al cabo, tener presente a Dios en la playa. Yo soy partidario de que cada cual busque a Dios donde le parezca oportuno. En mi caso, por más que miro a las personas que me rodean, y al horizonte donde termina la inmensidad del mar, no se me ocurre otra cosa que sentirme afortunado por tener la conciencia suficiente para vivir ese momento, y que ello es posible porque hace mucho tiempo un antepasado nuestro decidió bajarse del árbol y caminar a través de la sabana sobre sus dos patas. No necesito buscar más. Con eso me conformo.

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