Eso es un farol innecesario que oscurece en vez de iluminar. Humano es un ser que puede llegar a disponer de sí mismo como sujeto, para la orientación de su existencia. Ese ser, por tanto, según la acertada definición, sabe, distingue y elige. Decide. Es dueño de sus actos y por esa misma razón responsable de lo actuado por él. El humanismo, como comportamiento, más que una opción, es una posición. Una obligación. Puede ser una distinción por el mérito de su práctica que todo el mundo debe practicar. Y ya pasamos a la valoración, a la aplicación de lo humano, que se ha dado en llamar humanismo dentro de la afición a apellidarlo todo, pues las palabras se gastan de tanto sobarlas. La gente se cree dueña para interpretar a su albedrío y cada cual adjudica a cada palabra el significado que se le ocurre, o que ha escuchado a otros. Peor aún. El significado de las palabras tiene que ser común, válidas para todo el colectivo, de lo contrario un día pediremos un bolígrafo y nos traerán una silla.
Entonces, ¿qué es el humanismo? ¿Una cultura? ¿Algo que no todos los humanos tienen? Humanismo será, en todo caso, como dependiente de humano, cuestionárselo todo empezando por uno mismo. Cada palabra, cada pretendida definición, también. También no, eso es lo primero para no caer en el error de torcer significado como, en este caso, aplicar a un grupo reducido algo propio de la naturaleza del ser humano. Si no nos cuestionamos el entorno, el espacio en que vivimos, nuestra situación como individuos, estamos perdidos. Quedaremos parte del mundo vegetal.
El humanismo no puede ser una corriente, menos aún una corriente política, salvo también en el hecho universal de que todo ser humano es un animal político. En política, como medio de confrontación y de gobierno o de aspiración a él, existe un nacionalismo revolucionario, un nacionalismo humano; el que preconiza la liberación de los pueblos oprimidos. Por ser humano, por amar y respetar al universo, no crea fronteras como hace el colonialismo, aunque este se plantee como sentimiento universal, cuando solamente es totalitarismo; y pretendidamente universalista, como forma o aspiración de dominar el mundo, aspira a ser propietario de la vida de los demás humanos. En tercer lugar, queda el “universalismo de palabra”, práctica de algunos grupos simuladores de ideología que también confunde liberación con ansia de conducción, de decidir por los demás y sobre los demás.
En el reino de España este último, un universalismo que termina en los pirineos porque niega la idiosincrasia, las características determinantes de cada pueblo y los acusa de “crear fronteras” basado en el pregón de “todos los pueblos son iguales”, pero olvida añadir la palabra “en derechos”, es una idea, no una ideología, defensora de la unidad de España desde un prisma supuestamente izquierdista, cubierto con su discurso exaltado y dictatorial, defiende de forma subrepticia la idea de España, con su “todos los trabajadores están explotados por igual”, así intentan ignorar la gran diferencia de salarios entre otras diferencias de unas comunidades a otras. Por ejemplo.
La expresión ¿Mi nacionalidad? ¡Humano!, destroza su propio discurso. Añadir ¡soy internacionalista! ¡Mi patria es el mundo!, es negar las culturas. En el mundo hay culturas, en plural. Cada pueblo es una cultura que se ha ido creando, modelando y moldeando durante siglos. Eso no se puede ni se debe intentar borrar, porque esa es la personalidad de ese pueblo, su identidad. Y la identidad es respetable, tanto la personal de cada individuo como la global de cada pueblo. Sin miedo, porque las culturas no enfrentan. Solo provoca enfrentamiento la ambición, la economía. Negar las culturas es negar al mundo, pretende acabar con la identidad, con la forma de ser de cada cual, acabar con la historia, con la personalidad de cada persona y cada colectivo.
Si nos quitan el idioma, el arte, la historia, la forma de comer, el cultivo adecuado al territorio, la identidad, en definitiva, nos dejan vacíos. Eso es lo que intentan, porque buscan un mundo sin matices, sin color, buscan seres humanos-robots, que acepten la imposición de los poderosos. La personalidad debe ser respetada, porque las culturas se confrontan sin enfrentarse, somos de aquí, pero que también nos gusten otras músicas, otras culturas no minimiza lo propio, al contrario, deben respetarse todas y hacerse respetar por los demás, porque todas forman el conjunto: hacen el mundo.
No se debe permitir que un régimen, una conquista, despersonalice lo propio para hacernos olvidar quién somos y nos convierta en una máquina a su servicio. No somos máquinas, tenemos sentimientos y estos no pueden ser unánimes, podrán ser similares, en ocasiones, pero no unánimes. Esos extremistas que hablan del mundo y de su vocación mundial, no saben qué es el mundo. Tener una forma de expresión y vivir según la particularidad del propio pueblo, muy lejos de menospreciar a otras formas nos induce a admirarlas.
Convenzámonos: pretender uniformarnos es destruir nuestra identidad, la de cada cual. Y sin identidad nos convierten en robot: huyamos de ese peligro, y para eso no creamos a los falsos profetas que anuncian "un mundo nuevo sin fronteras". Eso es falso, más que la frontera sobra la división. Nuestro deber es evitar que las fronteras nos enfrenten, no siguiendo a los amos de la economía. Cada cual es como es y eso es respetable. Respeto a los demás para que los demás nos respeten. Eso es todo.



