Comprender la diferencia entre lo sentido y lo razonado es quizás consecuencia de la madurez.
Comprender la diferencia entre lo sentido y lo razonado es quizás consecuencia de la madurez. A medida que avanzan los años, las reflexiones platónicas sobre El mito de la Caverna tienen mayor encaje en mi filosofía, sabedora de la volatilidad de los pensamientos humanos y de la escasa capacidad de raciocinio de algunos de mis semejantes.
Cuando analizamos diariamente nuestro entorno aparecen en él sombras chinescas que te obligan a replantearte la verdad de las cosas, y a desentrañar el misterio de esas opacidades que nos presentan como verdades absolutas e inmutables, irrefutables e impolutas, que por decreto deben guiar nuestra senda social.
Tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras de nuestra particular caverna te pueden llevar al fracaso vital y aún más allá cuando, sin previo aviso, la razón te abre nuevas visiones y te invita a explorar nuevos mundos ininteligibles que siempre te ocultaron intencionadamente a lo largo de tu vida.
Presos de estas circunstancias, te tropiezas con seres planos, de encefalograma rectilíneo rara vez alterable, que condenan lo invisible, aquello que no tiene explicación científica ni axiomas que lo refuten. Un martilleo subliminal que te invita a no salirte del círculo perfecto que has aprendido a rodear cansinamente desde tus primeros pasos.
Ahí está el misterio de la vida: desmontar las estructuras socializadas y levantar las tuyas propias, aún a sabiendas de que quizás te quedes fuera del establishment o élite que soporta la autoridad y el poder en tu contexto más cercano. ¿Y qué más da?
Quizás en estos ideales opresivos se encuentre la razón de tus miedos, de tu angustia vital, de tu ansiedad y de tu desconexión cada vez más intermitente con lo que mal denominan mundo civilizado.
Hace tiempo, ya te dije lector, que los seres urbanos se han acabado imponiendo a los seres humanos, aquellos a los que, sin embargo, las culturas ancestrales rendían culto en múltiples formas y hallaron una nueva sabiduría terrenal y espiritual.
Pregúntate cada vez que abras los ojos, si hay algo que no concuerda dentro de tí. Si las taras que impone esta sociedad te hacen realmente feliz o por el contrario te convierte en un títere manejado desde arriba por un falso demiurgo. Ábrete a lo desconocido porqué quizás, o no, allí encuentres paz interior y esa sensación de liberación que siempre buscaste a ciegas para golpearte de frente con el muro de lo correcto.
Esa corrección que debes aprender a cuestionar para saber cuestionarte a tí mismo. Quizás eso permita que cada vez que paras en una farmacia no te encuentres largas colas, cada vez más exasperantes, de seres urbanos en busca de ansiolíticos y antidepresivos que día a día y euro a euro convierten a los laboratorios farmacéuticos en los verdaderos dioses del siglo XXI. Sal de tu caverna no para comprar tranquimazines sino en busca de la felicidad, aquí y ahora. De momento, hoy por hoy tristemente aún somos cavernícolas.


