Aullidos en el Valle

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El Valle de los Caídos. FOTO: MANU GARCÍA
El Valle de los Caídos. FOTO: MANU GARCÍA

Entre vivas a Franco y acusaciones de profanación nos despertamos ayer. Con un silencio demasiado respetuoso, únicamente quebrado por el sonido de las hélices de un helicóptero y por el resonar de los aullidos del fascismo. Con honores de Estado y banderas sepulcrales. Así vivimos las primeras horas de este 24 de octubre. Un día muy esperado por unos, temido por otros y postergado hasta la extenuación por una familia plagada de fantasmas —los muertos y los vivos—. Hasta el Valle hemos visto peregrinar a los parásitos de la historia, a los descendientes de quien enterró este país en la más desesperanzada de las negruras. Y a quienes lo siguen echando de menos. Nunca he estado de acuerdo con que se los llame “nostálgicos”; la nostalgia es un sentimiento demasiado hermoso para sentirlo hacia la barbarie, para teñirlo de asco.

Llegaba el día. Un día que ha tardado en amanecer más de cuatro décadas. Cuarenta y cuatro años de homenajes al ocaso de noviembre. Un puñado de rancios acólitos hacía sonrojar ayer nuestras mejillas, embutidos en banderas de águilas negras y vítores a su sanguinario caudillo. Lo que en otras naciones, también devastadas por las dictaduras, hace enmudecer y agachar la cabeza, en esta para algunos es aún motivo de orgullo, por mucho que cueste entenderlo. Ayer se nos volvía a encoger el alma.

Y a la cabeza de todos ellos, una familia indignada. Proclaman a los cuatro vientos el ultraje padecido, la profanación consumada, el quebranto de sus derechos. Derechos que, ellos sí, han podido defender en los tribunales de justicia. Porque ellos, ellos sí, tenían el respaldo de un estado de derecho; porque ellos, ellos sí, pudieron despedir al ser amado al pie de la cama; porque ellos, ellos sí, pudieron abrazar su último aliento. Porque ellos, ellos sí, han sabido siempre dónde estaba el cuerpo del abuelo.

Según los datos del Ministerio de Justicia, más de 130.000 víctimas fueron exhumadas en más de 2.500 fosas repartidas por toda España durante la represión franquista, especialmente en Andalucía, Aragón y Asturias. Aunque diferentes estimaciones señalan que las cifras serían aún más altas. Lo que no queda demasiado claro es quién defiende a esas miles y miles de familias, quién las libra a ellas del ultraje, quién les brindará a ellas el silencio respetuoso. Llevamos demasiados años sin saberlo.

Ayer se dio un paso. Un pequeño paso aunque simbólico, un paso que ha costado demasiados sudores, demasiadas lágrimas y demasiadas sangres. Con bastante más pompa y boato del que imaginábamos y, sin duda, con mucho más silencio del que unos cuantos habríamos querido. Silencio que denota un respeto que no podemos sentir los que vimos en la mirada de nuestros abuelos aquella cuchillada mortal, aquella que marcaba como reses a quienes no podían sentir ya nada. Aullidos del fascismo se escucharon por el Valle y su eco se fue apagando en la negrura de la noche, una de tantas noches de los tiempos.

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