Menuda semanita llevamos con el tema de la vergonzosa pitada al Himno Nacional durante la celebración de la Copa del Rey de fútbol el sábado pasado. 

Vaya por delante que me parece deleznable pitar a un himno, sea el que sea y de quien sea, máxime si lo haces con el anfitrión delante… pero no por un tema de salvaguarda de los valores patrios, sino por simple y llana EDUCACIÓN. 

Igualmente feo me parecería plantarme frente a la Generalitat y silbar “Els Segadors” con Artur Mas delante. 

Pero más deleznable me parece la instrumentalización que se pretende hacer de este hecho, y más por parte de una parte de la política que, atosigada por los escándalos, corrupciones y por la hemorragia de votos, no duda en agitar el monigote del “unionismo nacional” y el orgullo por los símbolos identitarios nacionales, como ya lo hiciera el señor Aznar (tiren de hemeroteca) a principios y mediados de los noventa, cuando nos hablaba de la “balcanización de España” y del riesgo de ruptura de nuestra nación.

Aquella estrategia lo lanzó al poder, y lo mantuvo en la poltrona con una mayoría absoluta/absolutista cuyas consecuencias aún padecemos.

Porque fue precisamente esa estrategia política, la del ataque a las diferentes sensibilidades nacionalistas, la que provocó el enquistamiento de un problema que podría haber sido superado a base de diálogo, comprensión y acuerdos de mínimos. Es decir, lo que en definitiva es POLÍTICA, con mayúsculas.

Ahora vuelven los mismos a enarbolar la bandera de la defensa a ultranza de los valores nacionales, como si fuesen sus únicos valedores, paladines de un “españolismo” desfasado y que se basa en el inmovilismo y la asfixia de la identidad ajena.

A muchos se les llena la boca pidiendo la “expulsión” de catalanes y vascos de las competiciones futboleras por tamaña afrenta, obviando que gracias a buena parte de ellos (concretamente cinco catalanes y un vasco en el equipo titular el día de la final) nos llevaron a conquistar la Copa del Mundial en Sudáfrica hace tan solo 5 años… y dos Eurocopas por el camino. Pero claro… para eso sí nos interesa tener a vascos y catalanes en nuestra trinchera. 

¿La solución es echar?... ¿debemos castigar a todo el mundo por el error de un grupo que, a pesar de lo ruidosos que son, es probable que no representen a la mayoría? 

No generalicemos, pues. Ni todos los vascos son terroristas o pro-etarras, ni todos los catalanes son independentistas,… ni todos los andaluces somos vagos y vividores. Olvidemos y, sobre todo, SUPEREMOS de una maldita vez esos estereotipos que tanto daño han hecho y hacen a nuestro proyecto de país.

No quiero que piten mi himno. Pero tampoco quiero que echen  de mi casa al vecino, tan solo porque tenga unas creencias o una cultura diferente a la mía. Eso se llama intolerancia, y tan mala es la del que pita al himno, como la del que condena a todo un pueblo por el desacierto de unos pocos políticos miserables, que hacen de su capa un sayo y de la indignación, una excusa para buscar votos y cuotas de poder que no han sabido ganarse en las urnas.

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