Apocalipsis now: los niños quieren saber

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Aunque a nosotros muchas veces estas realidades que revientan el mundo nos superen, la mayoría de las veces somos el referente en el que se miran los niños. No podemos parecer desorientados, habrá que respirar hondo y agarrarles la mano.

¿Cómo se le explica a los niños que el mundo anda muy mal?

El mundo está en un momento feo. Feo y raro. Para unos más feo y raro que para otros. Los que tenemos la fortuna de vivir nuestro día a día en el lado más “bonito” del mundo nos preocupamos de que nuestros hijos sean felices dentro de nuestras posibilidades, que visto lo visto, son muchas. Todo depende de las expectativas de cada uno, pero si las necesidades básicas están cubiertas todo lo demás que venga será un plus y un privilegio. Así deberíamos verlo. 

Nuestro día a día nos tiene metidos en nuestros propios mundos de technicolor, a veces perturbados por escalas de grises, por interferencias que apagan los colores en forma de noticias de desahucios, alambradas, muros, mares que se tragan a las personas y las escupen, ataques terroristas, guerras, presidentes y botones rojos. ¿Cómo se encaja todo esto cuando eres un niño? ¿cómo debemos contárselo? ¿realidad maquillada? ¿ocultación de pruebas? ¿sería mejor no contarles nada y que vivan ajenos a las realidades paralelas y protegidos de todo trauma y perturbación? 

Dándole vueltas a esta cuestión me acordé de algo que escribí en enero de hace unos años. Y lo escribí para que no se me olvidara. Mi hija Claudia acababa de cumplir 6 años y haciendo un repaso de su día en el colegio me contó que iban a celebrar el día de la Paz con una exposición de dibujos con la que pretendían recaudar dinero para enviarlo a Haití. “¿Sabes lo de Haití, mamá? En la isla de Haití ha habido un terremoto muy fuerte. Ha muerto mucha gente y como además Haití es un país muy pobre ahora no tienen comida, ni agua, ni medicinas, ni casas porque se han caído. Hay muchos niños que lo están pasando mal, han perdido a su papá y su mamá y muchos papás y mamás han perdido a sus hijos.” Y entonces Pablo, que estaba a su lado y tenía 3 años, rompió a llorar. No lloraba al enterarse de la noticia, también lo habían hablado en el colegio. Cuando le pregunté si lloraba por miedo a los terromotos me respondió que lloraba de pena. Pena de que los papás se perdieran. Pena de que hubiera niños perdidos. Porque nadie debería perderse nunca. 

Aquel día aprendí que los niños tienen que saber porque ellos también viven en el mundo. Y porque saber les puede convertir en mejores personas, personas que aprendieron la solidaridad desde pequeños. El mundo necesita de estas personas.

Desde aquel día de hace 7 años los niños han visto mucho. Y han preguntado más. Por las colas en el Salvador, por el paro, por los cartones y las mantas tiradas al lado de los cajeros, por los desahucios, por los atentados de París, por el camión de Niza, por la guerra de Siria, por los refugiados, por el Mediterráneo lleno de barcas, por Trump… Y a nosotros como padres nos ha tocado dejarles ver y saber hasta donde hemos creído. Los filtros son necesarios pero también lo es la información. No se trata de angustiar a los niños con problemas de adultos pero tampoco taparles los ojos para que crezcan en una burbuja. El respeto, la empatía, la solidaridad, se aprenden. Y se enseñan. 

Hay días en los que ver los informativos o los periódicos con los niños puede ser devastador. Pero acercarles los problemas de otra manera puede ser un saludable. A través de conversaciones en momentos familiares de tranquilidad (ejercicio reconfortante donde los haya) o a través de los libros. Hay libros que nos acercan el mundo a través de los ojos de los niños, aportando una visión diferente y necesaria. Libros como Sin agua y sin pan (Luis Amavisca/Raúl Guridi), donde sin dramatismo y con un mensaje positivo se acerca a los niños a la realidad de los refugiados. Una alambrada, dos mundos y niños que aprenden a ponerse en lugar de los otros. Libros como Vacío (Anna Llenas), donde frente a la desolación por las pérdidas de cualquier tipo se trabaja la resilencia para llenar el vacío dejado. Libros como Cuando perdemos el miedo (Lúa Todó/ Joan Turu), un cuento que acerca a los niños a los desahucios y la lucha por la defensa de una vivienda digna. 

Aunque a nosotros muchas veces estas realidades que revientan el mundo nos superen, la mayoría de las veces somos el referente en el que se miran los niños. No podemos parecer desorientados, habrá que respirar hondo y agarrarles la mano. Parar, hablar, explicar, abrazar, escuchar. Para que mañana sean adultos capaces de parar, hablar, explicar, abrazar y escuchar a quien lo necesite. 

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