Ancianidad en guerra

Echaba de menos palabras y expresiones como atender, aprender a cuidarnos, acompañarnos, consejos sanitarios...

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Escritora y analista social.

7.291. Vacunación contra la covid en la residencia de La Granja en Jerez.
7.291. Vacunación contra la covid en la residencia de La Granja en Jerez.

En Ucrania hay una guerra, un conflicto bélico, una..., un... como se quiera nombrar, es igual: existe una realidad, independientemente de cómo la denominemos, para las personas que allá viven. 

Hace algo más de un mes leí un artículo de una agencia de noticias en el cual varias ONG informan sobre la situación de las personas de más edad, de las ancianas y los ancianos en aquel lugar. De pronto se volvieron de carne y hueso, cotidianos: la vecina que pasea con su bastón, el vecino que padece diabetes, la madre de un amigo que alivia sus últimos días con morfina, el abuelo que necesita una dentadura nueva... o sencillamente el anciano o la anciana que acostumbra a dormir tranquilo o que necesita protegerse bien del frío. Son personas normales y corrientes que se han llevado toda la vida bregando en sus trabajos, casas, con hijos, nietos u otros familiares, que han tenido sus rachas buenas y menos buenas, o malas; que ahora, al final de sus vidas desean la tranquilidad y el arropo del que puede que no gozaran en otras épocas vitales. A estos ancianos y ancianas no solo se les han roto sus ilusiones, esperanzas, también el día a día, quizá monótono pero lleno de pequeños quehaceres y satisfacciones; se les han roto la asistencia médica cotidiana, el acostumbrado bienestar de sus hogares, el acceso sin mayores dificultades a los alimentos y la energía que ilumina y caldea sus hogares; puede que también hayan mermado sus ingresos o los hayan perdido, que seres queridos hayan tenido que marchar lejos o quizá muerto o desaparecido.

Después de leer ese artículo no pude evitar que se me viniera a la cabeza otra “guerra” que sufrió la ancianidad hace casi tres años aquí. O al menos así lo plantearon nuestros gobernantes. Un día aparecieron en la tele las máximas autoridades civiles y militares del ministerio de interior y el ministerio de defensa, y al fondo del escenario, detrás de uniformes y ministros, un señor desconocido que parecía ser el único vinculado a la sanidad, a pesar de que esa “guerra” era contra un virus. El discurso vistió la situación sanitaria de lenguaje bélico: batalla, enemigo, vencer, combatir... Echaba de menos palabras y expresiones como atender, aprender a cuidarnos, acompañarnos, consejos sanitarios...

Y como en toda guerra, los más vulnerables fueron los primeros en caer y los “efectos colaterales” -maldita expresión que siempre justifica lo injustificable-. Las personas de más edad, las de salud más frágil entre ellos y sobre todo las que vivían en residencias de mayores que contaban con menos personal y estaban en peores condiciones que las debidas -los famosos recortes que a todos los sectores afectaron, la codicia de corporaciones y fondos financieros detrás de más de una-  fueron quienes padecieron en mayor medida una situación que ya venía de lejos. Tampoco fueron menos importante las directrices que se dieron en algunas comunidades autónomas para la atención e ingreso hospitalario de enfermos: los ancianos, los últimos, o se les dejaba donde estaban y en condiciones que en muchos casos rozó la inhumanidad más cruel. Eso pasa en las guerras, pero no debe ocurrir en tiempos de paz en que se supone que existen las posibilidades sanitarias de los cuidados a la ciudadanía y la capacidad para arbitrar medidas excepcionales en su beneficio. Claro, que todo esto quedó muy dañado hace más de una década y aún no ha sido reparado -las pérdidas de los bancos sí-.

Los crímenes de unas guerras se juzgan en tribunales internacionales, los de casa, aquí. Los de esta “guerra” aparecen poco en las noticias, sin embargo, multitud de familiares de ancianos y ancianas fallecidos en residencias de mayores han alzado su voz ante los tribunales y aún esperan que les tengan en consideración sus denuncias; además, visto la poca cuenta que les echan, han decidido llevar su palabra al Parlamento Europeo. Si bien somos prontos en este país para el insulto y las palabras vacuas o para montar precampañas electorales precoces, somos muy lentos en nuestro sistema judicial.

La ancianidad de carne y hueso deja de existir en todo tipo de guerras -reales o ficticias- para convertirse en pieza ignorada, en pieza sacrificable: en las personas ignoradas, en las personas sacrificables, como todos los seres humanos en una guerra, es intrínseco a ella, justificado, excusado y admitido. Y sí, piezas para algunos: para los gobernantes, la industria armamentística, los poderes económicos que sacan abultados beneficios; también  armas arrojadizas mediáticas, búsqueda de la emoción fácil en la propaganda de guerra. Para los demás, para todos nosotros, no dejan nunca de ser personas. Cuidémosnos de que no deje de ser así nunca, por si acaso nos quieren desviar la mirada. 

 

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