Batucada en la plaza del Mercado durante la segunda edición del Festival Intramuros. FOTO: MANU GARCÍA.
Batucada en la plaza del Mercado durante la segunda edición del Festival Intramuros. FOTO: MANU GARCÍA.

Coincidiendo con el Día Mundial del Turismo el pasado 27 de septiembre, fui invitado a participar en unas jornadas sobre patrimonio organizadas por la Asociación de Empresas Turísticas de Cádiz (AETC) que se celebraron en el Palacio de los Ribera, en Bornos. Mi tarea era presentar una exposición de unos diez minutos ensalzando la relación entre ciudadanía y patrimonio.

En un principio se puede pensar que los vecinos y el turismo son como cosas contrarias, como dos líneas paralelas que nunca se tocan y que, si llegasen a hacerlo, sería para chocar en el mal sentido de la palabra. Y puede parecer que los vecinos son aquellas personas que se quejan por todo, los que llaman a la policía a la más mínima molestia y los que alientan y favorecen ese fenómeno que se ha dado en llamar turismofobia. 

Pero no, nada más lejos de la realidad (lo siento por aquellos que mandan a vivir al campo a la gente, como si pensaran que sus expresiones tienen la más mínima repercusión, los pobres diablos), máxime considerando que los habitantes de los centros de las ciudades también somos turistas alguna vez a lo largo del año, lógicamente dependiendo de las posibilidades de cada cual.

De hecho, los vecinos de los cascos históricos son en sí mismos un reclamo turístico de primer nivel, siempre que se quiera ver más allá de ese mal llamado turismo basado en borracheras y salvajadas que sólo benefician a esos que curiosamente siempre cargan contra los vecinos.

Porque cuando pensamos en patrimonio siempre nos imaginamos iglesias, palacios y edificios de interés histórico-artístico; visualizamos las señas de identidad: caballos, vinos, flamenco y fiestas tradicionales que cada vez lo son menos. Pero nunca caemos en la cuenta de que existe otro patrimonio, por lo general encargado de mantener los primeros y guardar la esencia de los segundos: el patrimonio social, la gente que vive y en la que jamás se piensa ni se le da importancia. Pero existe, cada vez menos, pero ahí está y, por suerte aunque cada vez más por los pelos, aún estamos a tiempo de salvarlo.

Y es que si al patrimonio social se le cuida y protege, crea a su alrededor un círculo virtuoso por el cual se favorecen tres aspectos:

En primer lugar, el patrimonio social cuida y ayuda al mantenimiento del patrimonio histórico. La única diferencia de un vecino del casco histórico de otro que viva en la periferia es su relación con el patrimonio y su contacto continuo con él. Normalmente el vecino de la zona histórica es vocacional, siente la necesidad de vivir ahí y, aun cambiando de ciudad, siempre busca la manera de terminar habitando en el casco de la ciudad que sea, aunque ello suponga pagar unos impuestos más altos por recibir unos servicios totalmente insuficientes. En Jerez tenemos el ejemplo de la Casa de las Flores, en la calle Salvador, como el máximo exponente de cómo una casa arrumbada se convierte en la finca habitada más antigua de la ciudad, una joya que cualquiera  que llame a su puerta puede descubrir gracias a la sensibilidad de sus propietarios.

En segundo lugar, debemos considerar que un casco histórico habitado por vecinos estables favorece la creación de empleo, ayuda al emprendimiento y, por tanto, crea riqueza de forma sostenida a lo largo del tiempo. Al vecino hay que abastecerlo, lo cual implica que los negocios de cercanía florezcan y se mantengan. Además, ofrece una imagen de seguridad muy potente, mucho más y más barato que llenar calles deshabitadas con policías por doquier. El hecho de que tiendas de toda la vida (zapaterías, carnicerías, pescaderías, panaderías…) desaparezcan del centro y que sean sustituidas todas ellas por negocios de hostelería, es un claro signo de despoblación y destrucción del patrimonio social. No es adaptación a los tiempos que corren, no nos dejemos engañar por un argumento tan inconsistente y manido, aquí lo que se está perpetrando es la liquidación consciente del patrimonio social de los centros históricos ante la pasividad de unos y el beneplácito ignorante de otros. Al menos todo esto debería movernos a una reflexión profunda, a un pararse a pensar con un poco de tranquilidad sobre qué modelo estamos adoptando y sus efectos nocivos a medio y largo plazo.

Por último, el patrimonio social es garante de la conservación y salvaguarda del inmaterial. A las personas que nos visitan, ese turismo de calidad del que tanto se habla, les gusta interactuar con la gente, hablar con los vecinos, pasear por las calles empedradas y oler lo que están cocinando…, es un símbolo de exclusividad. Si hoy nos diera por ir al Zara de la calle Larga y mañana fuésemos a otro en el centro de Tokio, por ejemplo, tendríamos la sensación de que, salvo la cara del dependiente, sería todo igual. Pues bien, esa impersonalidad se está viendo cada vez más recurrentemente en los centros de las ciudades y sus fiestas más célebres: botellón por carnaval en Cádiz, por las Zambombas en Jerez, por las Cruces de Mayo en Granada o por la feria de Málaga. Cada vez la deshumanización y la uniformidad es más evidente, como la forma de vestir y el estilismo en general de la gente. Y ese turismo de calidad huye de estas cosas, porque valora esa exclusividad, lo que nos hace distintos por encima de todo. Nos están despojando de nuestra identidad como pueblo y no es algo casual, ya que hay sectores concretos que se benefician de ello y a los que se les favorece desde las administraciones. Nos la cuelan por todas artes y la única respuesta que somos capaces de dar es echar más hielo al vaso de plástico.

Pensándolo bien, no es tan malo que haya vecinos en los centros de las ciudades, ¿verdad? Por ello, en el caso de Jerez se debería contemplar la repoblación del centro histórico como la solución global a un problema integral. Esa es la razón por la que tantísimas veces me habréis visto pedir la elaboración de un plan de repoblación para la zona intramuros, motivo al que le dediqué una serie de nueve artículos hace poco tiempo. El patrimonio social: ese gran desconocido, incomprendido y olvidado en el que muy posiblemente reside el remedio a los males del centro histórico. Pero eso ya depende de la virtud y la visión del gobernante que sea capaz de apreciarlo, y eso sí que es un problema crónico, un drama, en esta ciudad.

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