Un momento de la inauguración de la plaza Belén, días atrás. FOTO: MANU GARCÍA
Un momento de la inauguración de la plaza Belén, días atrás. FOTO: MANU GARCÍA

Termino esta serie de artículos y no porque piense que no habría más asuntos que introducir y que deberían, al menos, promover un debate sobre ellos, sino porque pienso que se han tratado los asuntos troncales, los conceptos mínimos que habría que tenerse en cuenta para conseguir una repoblación eficaz, sostenible y, sobre todo, con visos de perdurar en el tiempo: en definitiva para revertir el proceso de, más que despoblación, podríamos llamar de desertización. Artículos específicos sobre gentrificación o sobre cómo las asociaciones del sector turístico (las de verdad, no las que van dando lecciones por ahí sobre cómo debe ser el centro de una ciudad sin tener ni puñetera idea de nada más), pasando por el reconocimiento de la importancia del comercio tradicional de cercanía, no hubieran venido mal, aunque también reconozco que ya he hablado de ellos en más de una ocasión fuera ya de esta serie en todo este tiempo.

Recapitulando, hemos rescatado el documento “ADN Intramuros” como punto de partida y referencia de todo lo que habría que articular; hemos pasado por la importancia de la Política (en mayúscula) y la expulsión del asunto de la repoblación del centro del debate y la guerra partidista; se han introducido conceptos que están adquiriendo una importancia brutal en muchísimas ciudades de Europa, como el derecho a la ciudad o el patrimonio social y, como es natural, se han analizado asuntos transversales, como los servicios y equipamientos públicos y la movilidad.

En fin, podemos decir que todo debe girar entorno a las personas, como si fuesen el núcleo de un átomo o la estrella de una sistema planetario alrededor de la cual deben orbitar servicios, equipamientos o un sistema de movilidad y accesibilidad acorde a él, todo buscando la aparición de esa palabra mágica que se ha puesto tan de moda en la actualidad: sostenibilidad. Y para llegar a alcanzar un centro repoblado y sostenible es muy importante la política y la técnica, la gestión y el dinero, pero hay algo que está por encima de todo eso y que se erige como la verdadera clave de bóveda de todo el proceso: la voluntad.

Os parecerá chocante el título de esta entrega, pero pensadlo bien: si hay voluntad, los políticos dejarán de hacer la guerra por su cuenta y se unirían para consensuar un modelo de centro y para establecer una hoja de ruta de prioridades y actuaciones que se realizara independientemente del color del partido que gobernara; si hay voluntad, se oiría (oír no cuesta dinero) y se contaría con los ciudadanos para proyectar esas actuaciones en lugar de hacerlas “sí o sí”; si hubiera voluntad, se pelearía con uñas y dientes por cualquier fondo al que pudiera optarse para rehabilitar el centro histórico, que alivie al nuevo poblador de costes superfluos y no renunciar al Urban, como se hizo hace unos años, optando a por un modelo extenso de ciudad absolutamente incómoda y costosa; si existiera voluntad, no se seguiría permitiendo la realización de viviendas nuevas en el extrarradio, favoreciendo aún más la extensión de la ciudad y agravando el problema del coste de los servicios públicos, y se priorizaría la vuelta de la población al centro; si hubiese verdadera voluntad, la disciplina urbanística sería eficaz, favoreciendo la conservación del patrimonio histórico y la salvaguarda de los derechos fundamentales de los residentes; si la voluntad fuera real, nos dejaríamos de presentar planes integrales, de actuación o directores fantasma y se redactaría un plan de verdad, un Pepri que Jerez debería haber tenido desde hace muchos años; si hubiera voluntad…

Lo bueno que tiene el tema de la voluntad es que siempre es buen momento para que surja alguien que de veras demuestre tenerla, siempre teniendo en cuenta que cada vez hay menos tiempo para que la degradación se convierta en irreversible"

Si se analiza la historia reciente con un mínimo de rigor, jamás ha habido voluntad real de rehabilitar, repoblar y revitalizar el centro histórico. Actuaciones lamentables como la promoción de viviendas junto a la Ermita de Guía, la desaparición, abandono y expolio de conventos y palacios o la construcción de los mega centros comerciales que han mermado el tejido comercial del centro de la ciudad lo demuestran. Pero es que en la actualidad tampoco existe esa verdadera voluntad: se destruye el adoquinado del centro y nos cargamos el callejero histórico con continuas agresiones, solamente se presume del aumento de apartamentos turísticos mientras se favorece la construcción de doscientas viviendas nuevas en San José Obrero o la peatonalización que se realiza se planifica para que ese espacio público sea inmediatamente privatizada con veladores. Con ese panorama, la acertada y esperada actuación de plaza Belén no deja de ser una acción aislada, cuyos efectos beneficiosos no se potenciarán a menos que se realicen otras obras que la complementen.

Lo bueno que tiene el tema de la voluntad es que siempre es buen momento para que surja alguien que de veras demuestre tenerla, siempre teniendo en cuenta que cada vez hay menos tiempo para que la degradación se convierta en irreversible. Definitivamente sí, la voluntad supera en importancia al dinero disponible. Cuando había dinero en el Ayuntamiento, aunque luego se demostrase que no lo había y que nos estaban endeudando hasta las orejas, el centro histórico aceleró su caída porque no había voluntad de hacer absolutamente nada por él, no hay mejor demostración de lo que supone la voluntad frente a los fondos disponibles. La pregunta es: ¿de verdad queremos repoblar el centro y convertirlo en un espacio sostenible al servicio de las personas? La respuesta, si hay voluntad real y como diría un argentino, sería: ¡Vamos, carajo!

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