7.291

Durante los meses más duros de la pandemia, murieron 9.468 ancianos y ancianas que vivían en residencias de la Comunidad de Madrid. Una gran mayoría de ellos, 7.291, murieron sin ser trasladados a un hospital

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

7.291. Vacunación contra la covid en la residencia de La Granja en Jerez.
7.291. Vacunación contra la covid en la residencia de La Granja en Jerez.

La amnesia disociativa es la pérdida de memoria originada por un acontecimiento traumático o especialmente estresante que produce una incapacidad para recordar información personal importante o una etapa concreta. Se trata de una reacción de nuestro cerebro sin que aparezca un daño neurológico que lo justifique, mientras que la amnesia orgánica —la convencional, la que no lleva apellidos— se caracteriza por la presencia de daños en el lóbulo temporal medial o anterior, y también en las regiones prefrontales. En la fuga disociativa, nuestra mente no es capaz de afrontar los sucesos traumáticos pasados y, en consecuencia, trata de eliminar su recuerdo para liberarnos del peso de lo vivido. Obviamente, no es un proceso consciente ni voluntario, pero estoy segura de que casi todos, en algún momento, habríamos deseado padecerla. Así nos libraríamos de convivir con el dolor y solo nos quedaría esperar. Esperar a vivir, esperar a esperar. 

Durante los meses más duros de la pandemia, murieron 9.468 ancianos y ancianas que vivían en residencias de la Comunidad de Madrid. Una gran mayoría de ellos, 7.291, murieron sin ser trasladados a un hospital a causa de los protocolos de exclusión sanitaria firmados por altos cargos del gobierno de Isabel Díaz Ayuso. La Consejería de Sanidad madrileña emitió cuatro protocolos: el 18, el 20, el 24 y el 25 de marzo de 2020. En ellos se impedía el traslado de pacientes que sufrían determinado grado de dependencia o de deterioro cognitivo a los hospitales públicos, al hospital de campaña, a los hoteles medicalizados o a los hospitales privados, salvo que la persona tuviese un seguro médico privado. En Ifema fueron atendidas 3.811 personas y solo 23 eran residentes de las residencias. Ser pobre mata más.

En algunos mentideros mediáticos, estas directrices han sido catalogadas como los “protocolos de la vergüenza”. Bien es cierto que, por escrito o no, muchas otras comunidades adoptaron decisiones similares en cuanto a traslado de pacientes en medio del caos pandémico de 2020. Eso sí, ningún gobierno autonómico lo hizo de una forma tan impúdica ni con peores cifras de muertos a sus espaldas. Unos protocolos políticos, clasistas y nada sanitarios que se ejecutaban a la vez que se lanzaban discursos irresponsables y no se encontraban razones para cerrar los bares y perder la “libertad”. Esa que se vende por una caña y que desprecia la vida de los más débiles.

Ayuso hace apenas dos semanas se enfrentó —con gran éxito— a la reelección en las urnas. Ante la perplejidad de los familiares de los ancianos fallecidos, aglutinados en plataformas como Verdad y Justicia y Marea de Residencias, que convocaron concentraciones previas a los últimos comicios intentando despertar conciencias. Se me ocurren pocos contextos más apropiados para caer en brazos de la amnesia disociativa. De una amnesia solidaria, pues no son los propios recuerdos los que hay que borrar. Borrar el silencio, la soledad, el miedo, el abandono, la pena profunda. Borrar los indignos últimos días de vida de quienes nos la dieron. 7.291: hay números que se clavan en la conciencia. Aunque para ello sea imprescindible, eso sí, tener conciencia.

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