La rayuela, el juego del pañuelo, la gallinita ciega, el escondite, el pollito inglés, la comba, las canicas, la lima o el trompo formaban parte de esos juegos tradicionales de aquellos años no tan lejanos en los que niñas y niños se divertían en las plazoletas y calles hasta que llegaron las videoconsolas.
Y ya con las redes sociales, con YouTube, TikTok y compañía, se firmó el acabose. Jóvenes que se pasan horas y horas delante de una pantalla, sin tener contacto con el mundo exterior y encerrados por completo en el universo digital.
La pandemia, con el confinamiento obligado y el miedo al contagio, ha agudizado el problema aumentando las horas frente al ordenador o consola. En un estudio realizado el año pasado, el 82 por ciento de los jóvenes, entre 14 y 18 años, reconocía haber jugado a videojuegos. Más datos: el 21 por ciento de los jóvenes está en riesgo de engancharse a los teléfonos móviles y sufrir nomofobia, miedo a quedarse sin su terminal.
Según el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, el 27,8% de los menores presentan un uso compulsivo de internet, mientras que el 88 por ciento reconoce que pasa más tiempo en la red del que debería. La adicción a las redes sociales cada vez llega a una edad más temprana y se suele traducir en agresividad, insomnio, pérdida de concentración y absentismo escolar.
Llega la 'trompomanía'
Pero frente a las nuevas tecnologías y la peligrosidad de juegos como el Fortnite aparecen pequeños rayos de esperanza con el regreso de algunos juegos clásicos como la peonza. En las últimas semanas, en Jerez y otras ciudades se ha desatado la trompomanía y es habitual ver a niñas y niños en la calle haciendo piruetas y malabares con los trompos 3.0 (ya no son de madera como antes y ahora son coloridos y de un material plástico muy resistente).
Buena parte de culpa de esa nueva pasión de los pequeños –y mayores que vuelven a su infancia por unos instantes liando la cuerda y probando algún lanzamiento– la tiene Ramón Hernández Romero, un mexicano que desde 2011 lleva viniendo un par de meses al año desde su país para organizar campeonatos entre los jóvenes de Jerez, Cádiz, Puerto de Santa María y otras localidades de la zona. También ha recorrido Italia y Hungría, además de varios países sudamericanos.
"Tengo un compañero que entró en este trabajo, que concursaba desde pequeño y que me ofreció también participar en la promoción de este juego. Éramos unos chavales. Aprendí el juego del trompo y del yoyó. Y llevamos más de 30 años en esto", relata Ramón a lavozdelsur.es.
La Ciudad de los Niños ha acogido las últimas competiciones organizada por Trompos Cometa, la empresa en la que trabaja Ramón y que distribuye los trompos por los kioscos y papelerías de la zona. Más de 50 niños han llegado a reunirse en el pequeño anfiteatro que hay en el referido recinto para participar en las diferentes pruebas que plantea Ramón: desde el dormilón (tirar el trompo al suelo intentando que tarde el máximo de tiempo posible dando vueltas) hasta el túnel (pasar el trompo por debajo de las piernas) o el boomerang (hacerlo bailar en la mano antes de que llegue al suelo).
El perrito, el vaquero, el helicóptero o el cohete son algunos de los nombres que tienen las acrobacias que intentan, algunos con más suerte que otros, hacer los chavos que este viernes han acudido a la cita con Ramón. "Los primeros años nos costó mucho picar piedra. Cuando hemos ido avanzando, ha sido una locura. En los últimos tiempos ha crecido muchísimo el interés de los jóvenes en los trompos, pero todo tiene su auge y en un par de meses pues a lo mejor ya están con otras cosas", destaca este trompero.
Los participantes tienen una doble oportunidad para acceder a la última final. Los dos mejores de cada uno de los tres grupos creados se clasifican para disputar la finalísima y se aseguran llevarse como premio –no podía ser de otra forma– un trompo.
Los ganadores lo celebran a lo grande mientras que el resto sigue lanzando y jugando en la calle. Las peonzas giran y giran, como la vida misma, y, por unas horas, las máquinas han perdido la batalla.
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