Un aire desordenado y anárquico invade el paisaje urbano de Tarifa. Dentro y fuera de sus fronteras, las construcciones precarias, que fueron de pescadores o agricultores, de gente humilde, se entremezclan con los pisitos vacacionales, los apartamentos turísticos, los hotelitos con encanto, la degradación de las fincas ruinosas, algún que otro jardín amarillo, los locales instagrameables y una brisa relajada en general de vacaciones permanentes.

Al doblar la esquina, el paraíso. Hay un microcosmos en Tarifa que es una Torre de Babel donde el castellano casi ni se escucha y todo tiene aroma a Costa Azul francesa. Una pareja de vecinos del país galo, ya maduros, se hace fotos en el istmo que va a la isla de Las Palomas, donde el faro brilla como imán turístico en esta ínsula que fue fortaleza, cuartel y refugio de inmigrantes. Estos franceses se cruzan con otra pareja de italianos, rabiosamente jóvenes y hermosos, les apabulla el viento a 70 kilómetros por hora de un comienzo de semana en aviso amarillo por fuertes rachas en el Estrecho. El Levante les despeina a todos, pero el vendaval parece agradable y fresco para quienes recalan en el punto más meridional del continente europeo.
Hay otro ambiente flotando de pueblito con pocos recursos, humilde y obrero. Casi como de barriada periférica de gran ciudad donde en el quiosco ondea una bandera del Betis y hay un parado de larga duración a punto de empinar el codo. Las amas de casa llegan al hogar con los mandaos y en los andamios hay movimiento de albañiles dando forma a un nuevo bloque de pisos. El señorío absoluto del viento de Levante y esa línea imaginaria que separa dos mares, el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, marcan el carácter de la localidad de Europa más cercana a África.


30 kilómetros de playas casi vírgenes y dos parques naturales
Aun así, la historia de un pueblo que debe su nombre a un guerrero bereber, Tarif, —pero que rinde homenaje constante en sus calles a Sancho IV de Castilla y a Alonso Pérez de Guzmán— no se explica sin sus alrededor de 30 kilómetros de playas casi vírgenes y por estar enclavado en un municipio enorme y muy verde, fijado por los parques naturales de Los Alcornocales y El Estrecho. "Estamos sobredimensionados, tenemos cuerpo de pueblo y necesidades de ciudad", confiesa a lavozdelsur.es el primer teniente de alcalde, Jorge Benítez, de 100x100 Tarifa.
"No damos abasto, lo mismo retiramos 60 atunes muertos que cientos de petacas vacías que alimentan a las narcolanchas"
Mientras cruzan dos operarias del servicio de playas, haciendo lo imposible para eliminar los residuos con los que el viento juega a su antojo —como en aquella escena inicial de American beauty—, son los días previos a que este 15 de junio se active la temporada con un centenar de socorristas y un enorme despliegue de servicios públicos que costea a pulmón el Ayuntamiento tarifeño.
El segundo teniente de alcalde, responsable entre otras áreas de Turismo y Playas, diputado provincial, Nacho Trujillo, resopla casi con un punto de agobio. "Es muchísimo; no damos abasto, lo mismo retiramos 60 atunes muertos que cientos de petacas vacías que suministran a las narcolanchas", apunta. Tarifa no es solo el paraíso de las fotos para redes sociales y kitsurfistas peleando contra el viento.


"Al concejal de Playas y a mí nos encantaría tener socorristas del 1 de junio al 30 de septiembre, pero eso son 30 días más y no tenemos presupuesto", reconoce en una entrevista con lavozdelsur.es el alcalde de la localidad, Pepe Santos (PP). Y añade su mano derecha: "Vemos injusto que no se nos tengan en cuenta los kilómetros de playa que atendemos, habría que estudiarlo desde administraciones supramunicipales. Cuando los socorristas van de aquí a Atlanterra, tardan 45 minutos en la furgoneta, eso es dinero". "Está clarísimo que más recursos necesitamos", apunta Trujillo, un catalán que llegó a finales de los 80 a Tarifa, aunque aterrizó en Facinas, "atraído por el mundo rural".
Con un presupuesto municipal de alrededor de 25 millones de euros, 3 millones (el 12%) se lo lleva el mantenimiento de un arenal que va de la playa Chica a Atlanterra, justo en el cabo Camarinal. Desde casi el mismo puerto marítimo —una media de 1 millón de viajeros por la OPE (Operación Paso del Estrecho) cada año—, la playa Chica es la playita de los tarifeños. Coqueta, familiar, dificultosa igualmente en los días de fuerte viento de Levante.


Luego se adentra uno en Los Lances (sur y norte), Valdevaqueros, la playa del Mirlo, la playa de Punta Paloma —con la duna móvil de Valdevaqueros—, las piscinas naturales de Bolonia, la playa de Bolonia con el yacimiento de Baelo Claudia y su impresionante duna, la playa del Cañuelo, la playa de los Alemanes, la playa del Búnker —construido en 1940 como una defensa en plena II Guerra Mundial—, y al fin, Atlanterra, bello arenal que tiene como telón de fondo tierra adentro un sinfín de mansiones de lujo arremolinadas entre sus colinas y acantilados.
Más tierra adentro, Tarifa también tiene núcleos rurales, dos ELA: Facinas y Tahivilla. Dos entidades locales autónomas que dependen del Ayuntamiento y donde ya hay viviendas en venta a precios de capitales andaluzas. En un escaparate reza una oferta con un inmueble en esta antigua pedanía por 450.000 euros. En Tarifa Inmobiliaria Real Estate ni quieren atender a la prensa. "Lo siento, estamos muy liados". No se da abasto ante la inminencia de la avalancha.
Mientras las autoridades locales expresan su preocupación por la renuncia de muchos jóvenes a crecer personal y profesionalmente en su pueblo, pareciera que no hay capacidad para tantos como quieren llegar de fuera a este bello rincón del sur del sur de Europa.


La 'ONU' del Levante
Tarifa es el argumento de una serie que no deja de estar de moda, que no pierde actualidad, ni ritmo narrativo, ni atractivo. Por más temporadas que escriban sus protagonistas, una ONU levantisca, no hay forma de que pierda interés. Esta temporada alta que empieza ahora, cuando el pueblo pasa de sus casi 19.000 habitantes censados a una población flotante de unas 80.000 almas venidas de todas partes del mundo —de Nueva Zelanda a Canadá, de Estados Unidos a Australia—, llega con nuevas tramas y subtramas.
Con renovados conflictos —masificación, problemas de comunicaciones, 40 millones de kilos de alga asiática invasora, un puerto por donde pasan, de media, un millón de viajeros al año ida y vuelta al Norte de África…—, pero con un poder de seducción innegable que atrae a casi 120.000 visitantes al año —6,38 turistas por habitante, uno de los municipios turísticos más masificados de España—.
Un magnetismo que viaja haciendo curvas imposibles en el cielo con todo el aparataje de los campeones mundiales de kitesurf y windsurf. Un poder de atracción que invita a las dunas de Bolonia, a sus famosas y archiconocidas vacas retintas, y al manto de arena fina y rubia que baja hasta Valdevaqueros al fondo del cuadro, con un repertorio gastronómico del más alto nivel. El turismo lo copa casi todo. Obvio.


'Tourists go home' vs. un 70-80% de economía local dependiente del turismo
Los chiringuitos más cool, los bocados para los más foodies, los selfis con mejores posados, los cócteles más top... toda la pamplina superficial del mundo para, al final, rendirse al poder sublime de la naturaleza salvaje que atesora el municipio. Una esencia que, claro está, los más viejos del lugar no quieren que se pierda. "Tourists go home", es un clásico entre la artillería grafitera que recorre muchas tapias del núcleo urbano. Pero si se marchasen... quizás Tarifa también sería otra Tarifa.
"Hay que encontrar un equilibrio. Ahora en torno al 70-80% del pueblo vive del turismo. Hay muchos cortijos que antes vivían de la ganadería y de la agricultura, y todo eso ha ido convirtiéndose en turismo rural", advierte el alcalde, que defiende la desestacionalización y una regulación de los alojamientos turísticos. "Hay que ver bien qué zonas están más tensionadas; es que nuestros vecinos no encuentran alquiler y la gente que viene de fuera a trabajar no encuentra sitio donde alojarse", asegura.
A los problemas de acceso al municipio —con una carretera convencional, la N-340, cuyo desdoble entre Vejer y Algeciras lleva sufriendo décadas de falsas promesas— se suman las dificultades para aparcar. "Un sábado por la noche de temporada alta te puedes ir amargado", confiesa un habitual de la localidad sobre la mezcla imposible de masificación turística y nula planificación en materia de movilidad.
La última gran invitada a un cóctel explosivo: la 'Rugulopteryx okamurae'
Y como remate de todos los peligros que acechan o directamente ponen en jaque a este paraíso, una invitada fiel a todos los veranos desde hace diez años: la Rugulopteryx okamurae.


El alga invasora asiática es otro grave problema que sufre el vasto litoral tarifeño —como otras poblaciones costeras cercanas como Algeciras, San Roque y La Línea—. Las autoridades supramunicipales la consideran residuo urbano y es el Ayuntamiento, una vez más, el que corre con los gastos.
O dejar los arribazones en la orilla y cargarse la gallina de los huevos de oro del turismo —y que afecta también a la flota pesquera tarifeña—, o hacer lo que hace ahora: retirarlos, amontonarlos para su secado y llevarlos a incinerarlos al vertedero. Esto tiene una enorme factura económica —otra más— y, pese a los numerosos ofrecimientos de empresas privadas para retirar sin coste y aprovechar esa biomasa —con mil propiedades posibles—, la catalogación hace cinco años por el Ministerio de Transición Ecológica de esta alga, con un altísimo impacto ecológico, como especie exótica invasora impide, de momento, su comercialización.
"La gente está loca por venir aquí, pero quienes estamos aquí todo el año nos comemos muchos 'marrones"
Eso ha provocado que, a principios de año, el municipio tarifeño acumulara 40 millones de kilos de alga invasora amontonados en mitad del campo. "Si dejaran comercializar el alga podría tener el Ayuntamiento hasta beneficios", apunta el regidor tarifeño, mirando al cielo en busca de soluciones y recursos.

"Tarifa es un pueblo muy conocido, la gente está loca por venir aquí, este pueblo enamora, pero quienes estamos aquí todo el año... nos comemos muchos marrones porque todo es muy complicado y ahora mismo lo principal es la falta de vivienda asequible", admite Santos, que cumple ahora dos años al frente del Consistorio y que, confiesa, también echa de menos su vida al frente de uno de los cámpings del municipio.
"Me iba a ferias europeas y traía a holandes, alemanes...". Él contribuyó al boom de Tarifa y ahora lo sufre, de forma especial, como gestor público al llegar cada nueva temporada. Las vueltas que da el Levante.
Bajo mínimos, su Ayuntamiento dará el do de pecho para dar la mejor bienvenida posible a los miles que llegan desde ya y a quienes seguirán allí a pesar de o gracias a. Nueva temporada, misma expectación. Deseo, peligro.





