La línea 4 de los autobuses urbanos de Jerez es una de las que está dando más problemas en cuanto a retrasos, cancelaciones y aglomeraciones. Así que vamos a subirnos una hora, lo que se tarda en hacer Esteve-Hipercor-Esteve 'sin escalas', tomando el bus a mediodía y bajándonos exactamente 58 minutos después. No estamos ante el 47 de Barcelona, la película y los hechos, pero algo de eso hay casi un mes después de que el Ayuntamiento de Jerez estableciera una especie de 'plan de guerra' tras retirar del servicio varios autobuses y quedarse en cuadro a la espera de refuerzos el próximo otoño...
Estamos en la cola del bus seleccionado como diez minutos antes, por eso de ver el ambiente. Ya hay bastante personal esperando, la mayoría gente mayor, mucha con bolsas, que se ve que han ido a hacer la compra a la plaza de abastos y ahora vuelven a sus barrios.
No tenemos que husmear demasiado para escuchar la primera conversación relacionada con el servicio de autobús, a lo que vamos. "Pues no dicen ahora que van a cambiar las marquesinas antes de que lleguen los nuevos autobuses", dice en un grupo una señora que pasa claramente de los 50, pero que, sin duda, es de las personas más jóvenes que van a formar el pasaje. Pierdo un momento el hilo por el ruido, pero está claro que no es un grupo belicoso. "Ahora se vive mejor que antes", oigo de repente de un interlocutora, una señora más mayor, que parece que la crisis de los autobuses se ha comparado con tiempos pretéritos. "Acuérdate de cómo era la vida en las barriadas, todo ese barro, ese frío, casi sin autobuses... Sí, ahora se vive mejor", concluye la señora más mayor. "Yo es que ya llevo esperando casi media hora –dice la primera mujer para justificar que anda un poco quemada–. Es que he venido a ver si todavía no había pasado el anterior, como cinco minutos después de su hora, pero se había ido y ya me he quedado", dice.
Al final llega el bus, solo con cinco minutos de retraso. Tenía que estar a las 11:57 horas y ha llegado a las 12:02. Tema menor. Hay dos autobuses prestando servicio en la línea, por eso, en números redondos, hay un bus cada media hora, cuando en condiciones normales, antes del 'fundido a negro' de este servicio municipal, debería haber tres y una frecuencia de paso próxima a los veinte minutos. Hablamos de hora punta y de la línea 4. La gente sube rápidamente, los viajeros cogen su billete gratuito y se sientan, excepto 5 ó 6 que nos quedamos de pie. Se nota que los viajes van más llenos: reducción de frecuencia y que es gratis, claro.
El bus no ha salido y ya tiene un problema: la puerta del medio no abre bien, una de las dos hojas se queda atascada. Tiene que llegar el propio conductor a darle un empujoncito –no es otra cosa– para que vaya y por fin abra del todo. Al final sube un señor que se apoya en un carrito, sin problemas, no es necesario abrir la rampa de acceso.
Nos vamos. Como es habitual, la gente habla de sus cosas, da igual que no se conozca, o esa es la sensación que da. Dos señores en los 70, que precisamente no tienen pinta de conocerse –no parece, por la conversación–, insisten en contarse sus respectivas milis y de cómo y dónde se colocaron... de su juventud, vaya, salvo por el 'tema chicas', que no aparece por ninguna parte. Suena para todos música, bachata, y 'sospecho' de un par de chavalas de veintipocos que va atrás... entre otras cosas por la extraña fascinación que de siempre han sentido los malotes (y las malotas) por los asientos traseros... ah, aquellas excursiones de instituto.
El bus sigue tranquilamente su recorrido, sin mayor problema que la puerta que se atasca cada dos paradas, más o menos. En Merca 80 bajan seis o siete viajeros y este cronista, que tampoco es ningún chaval, decide sentarse. No pasa gran cosa, salvo las idas y venidas del conductor a empujar la hoja de la puerta, así que saco un libro y me pongo a leer. Ahora suena algo de Rihanna, lo de que su heart está en la Havanna-na-na, y me vuelvo a mirar a las dos chavalas de atrás, que están chateando, leyendo la prensa (jaja), invirtiendo en bitcoins o lo que sea sin levantar la cabeza del móvil...
Hipercor y vuelta
Finalmente, llegamos a la parada de Hipercor. Se bajan ocho o diez personas y suben otras tantas, con un importante matiz por medio: las bolsas de los que suben. Se ve que ha sido, que está siendo, un buen día para el Hipercor. Son exactamente las 12:30 horas. El autobús espera un minuto –sin problemas con el aire acondicionado, pese a la costumbre local de abrir las ventanas: ya saben, "chófer, que me asfixio"– y reemprende la marcha rumbo a la plaza Esteve. Coge primero la avenida de Andalucía y se interna de nuevo en 'Jerez' buscando Los Cedros, San Joaquín y El Almendral. Ahí tiene problemas en una rotonda, porque el conductor midió bien la distancia, pero no tanto el músculo del bus y se llevó unas 'luces' de un turismo que ya estaba en el interior de la rotonda y se vio de repente tapado. Incidente menor.
De repente, como hay menos viajeros –la verdad es que el trayecto de vuelta al centro tiene un aire exactamente de eso, de trayecto de vuelta– me doy cuenta de que la música que de vez en cuando suena no proviene de ningún móvil: es del autobús, una emisora de radio. Vaya despiste, joder. Y yo que si las chavalas de atrás tal... prejuicios. Pasamos por San Benito y veo una furgoneta que se anuncia como Reformas Honestas, pero desgraciadamente no me da tiempo a coger su teléfono y apuntar el número. Tampoco en el móvil. Esos teléfonos son imprescindibles hoy en día...
A partir de aquí empieza a dar problemas la tercera puerta del autobús, también se queda encajada una hoja. No va. Ahora tenemos dos problemas con las puertas. El conductor llega y, en vez de empujar, tira de la puerta. Son dos problemas radicalmente distintos que, además, curiosamente, se alternan en las paradas que vamos cumpliendo: si falla una, no falla la otra. Así desde San Benito, hasta la plaza Esteve. Pero la tripulación del bus ya ha aprendido y no le hace falta las idas y venidas del conductor: segunda puerta, empujón hacia afuera; puerta trasera, tirón hacia adentro.
En el Caballo se sube una señora septuagenaria que se sienta en el asiento libre que hay al lado de este cronista. Le va a dar el sol. Lo siento. La señora tiene ganas de hablar –ya saben que es algo consustancial al uso del autobús– y me comenta que qué raro que no le hayan cobrado el billete. Le cuento así por encima lo que ocurre, que el servicio está diezmado y que al Ayuntamiento le da lacha lo de cobrar. "Qué cosas", dice la señora, que se ve que, afortunadamente para ella, este tema no es un problema. "En qué se gastará el dinero esta gente", dice luego, como para sí misma, antes de preguntarme si queda mucho para la Renfe, y le digo que lo mejor es que se baje en el Minotauro, cosa que hace dos minutos después sin decir ni hasta luego: conversación amortizada.
El trayecto del bus entra ya en su recta final. Hay algo de atasco en Madre de Dios, pero tampoco se tarda mucho en llegar a las Angustias, casi fin de trayecto. Ahí se sube la señora más belicosa hasta ahora, justo la que pensará el lector que estaba esperando el cronista. "Qué asco de Jerez, vaya mierda de autobuses... lo que llevo esperando", dice en un tono suficientemente alto para que la oiga todo el mundo. Pero ya. Es una explosión. No hay más. Al menos hasta Esteve, fin de trayecto; lo que ocurriera después... Son exactamente las 13 horas, pero el bus debería haber llegado a las 12:51 horas. Ya son nueve minutos, y otro que tarda en salir pues...
