Los mecánicos que soñaron con cámaras fotográficas a los pies del Alcázar de Sevilla

La primavera traerá consigo la jubilación de Hipólito Gil y con ella el fin de una saga de oficio familiar que comenzó en la Sevilla de los años 40 tras la salida de su padre, Hipólito Gil Rodríguez, de la cárcel por militancia socialista

En la imagen, Hipólito Gil (hijo) en la puerta de su taller en la torre del Alcázar de Sevilla, sosteniendo un retrato de su padre
En la imagen, Hipólito Gil (hijo) en la puerta de su taller en la torre del Alcázar de Sevilla, sosteniendo un retrato de su padre JOSÉ LUIS TIRADO

La historia de Hipólito Gil no se entendería sin la de su padre. Y no solo en términos biológicos, sino laborales, pues fue este último, Hipólito Gil Rodríguez (1909, Sanlúcar La Mayor – 2000, Morón de la Frontera), quien comenzó un oficio de manera autodidacta en la Sevilla de los años 40, tras pasar tres años en la cárcel por socialista. Hipólito ha sido calificado como “el mecánico imprescindible”, un hombre que puso sus manos al servicio del pueblo. Sus primeros trabajos manuales los desarrolló cuando todavía era un niño en un taller de la plaza de Zurbarán. De ahí lo llevaron a otro ubicado en la calle Atanasio Barrón, en la Florida, donde ocurrió una de sus anécdotas más curiosas: coger el molde de su pie –todavía infantil– para hacer el que asoma de la Virgen de rodillas del paso de Los Negritos. Una y mil anécdotas que Francisco Gil Chaparro recoge con cariño y dedicación en su libro sobre la vida de Hipólito padre.

“Lo que yo sé lo he aprendido por mis medios, y todo lo que he hecho ha sido sin darle importancia ni al tiempo, ni al dinero, ni a nada”, explicaba en su libro biográfico este artesano de la cámara fotográfica e inventor. Pues Hipólito, además de tener un talento innato, se aventuró a fabricar una cámara –La Ultra– en 1944, cuando Sevilla se recuperaba de la posguerra y las cotas de analfabetismo y desajuste del desarrollo profesional eran más que notorias.

Con todo, Hipólito no solo se puso en contacto con un contrabandista de Gibraltar para que le proporcionara los materiales para la fabricación de esta cámara, sino que llegó a montar su propia fábrica, en la que produjo 2.800 ejemplares que posteriormente vendió. El de Sanlúcar la Mayor vivió como lo que era, “un socialista con sentido humano de la vida”, aunque su militancia política la supo separar de su vida laboral. También fue decorador con apenas 12 años del Palacio Episcopal de Córdoba, trabajó en la decoración del Ayuntamiento de Ayamonte, en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla y en los pabellones de México, Domecq y Perú de la Exposición Universal de 1929. Ese mismo año se unió a la UGT y las Juventudes Socialistas de Sevilla.

“Mi cabeza no ha parado nunca”

Los años en la cárcel entre Badajoz y Sevilla –desde 1939 hasta 1941– fueron lógicamente duros, pero su don de gentes y la capacidad de trabajo salvaron a Hipólito hasta de un Consejo de Guerra. Pronto le permitieron contar con un pelo de segueta y otros útiles para arreglar aparatos dentro de la cárcel, algo poco habitual entre rejas, además de disponer de un pequeño taller. Un relojero suizo, que también llegó preso, le enseñó parte del oficio, aunque también se atrevió con máquinas de escribir y plumas estilográficas. “Mi cabeza no ha parado nunca”, aseguraba entre las líneas de su biografía. Hipólito salió de la cárcel y pasó por diferentes talleres, donde se interesó por los mecanismos y funcionamientos de las cámaras, coincidiendo con el despertar de la afición por la fotografía en la capital hispalense. En 1968 se instalaron en una de las torres del Real Alcázar de Sevilla, en la plaza de La Alianza, cuando sorprendentemente se alquilaban espacios de edificios patrimoniales, aunque este sueño parece estar llegando a su fin, ya que su hijo y sucesor en el oficio, Hipólito Gil, se jubilará la próxima primavera sin sucesión.

En el interior de su taller, acompañado de una infinidad de cámaras dispuestas en pequeñas estanterías, y un sin fin de piezas de repuesto, se encuentra Hipólito hijo y su mujer, Rosario. Suena música de cine y una fotografía de su padre recibe a toda aquella persona que acceda por la pequeña puerta de la torre del Alcázar, que en muchas ocasiones, si se llega a la plaza por la calle Joaquín Romero Murube, obliga a girar 180 grados para dar con el lugar. Lamenta que con su jubilación se vaya a perder el conocimiento que inició su padre en las primeras décadas del siglo XX. Se va cuando la fotografía analógica está en auge y aunque reconoce que algún cliente se ha prestado voluntario para acceder a sus conocimientos, “en tres meses no se puede aprender lo de toda una vida”, reconoce.

Hipólito Gil rodeado de cámaras en el interior de su taller. Autor: José Luis Tirado.

Hipólito Gil rodeado de cámaras en el interior de su taller. Autor: José Luis Tirado.

¿Cómo se lleva ser un mecánico de lo analógico en la era digital? Aunque ahora parece que la fotografía analógica vuelve a estar en boga, sobre todo en la gente joven

Empecé siendo un crío en analógico y la transición vino sola. Tuve que ir aprendiendo porque la mecánica es completamente diferente, pero no me quedó más remedio que adaptarme. Y ahora, afortunadamente, hay un movimiento muy fuerte de analógico, con lo cual me ha venido muy bien. Sobre todo, desde hace dos o tres años, en gente joven con muchas inquietudes. Me esperaba esta vuelta, pero no tan fuerte. Siempre he pensado que el digital iba a triunfar, aunque quedara una serie de gente romántica con el tema analógico.

¿Lo ha notado en la clientela?

Es completamente diversa: desde chavales de 16 o 17 años hasta abuelos con 80. Trabajo para gente de Sevilla, del resto de Andalucía, a nivel nacional, e incluso de fuera de España. Contactan conmigo por teléfono, me dicen lo que tiene su cámara y ya nos ponemos de acuerdo.

Pronto se jubila y no hay quien le suceda. ¿Estamos ante el fin de una saga y un oficio?

Tengo cuatro hijos y de los cuatro, tres han pasado por aquí, pero no ha funcionado ninguno. Ya son adultos y tienen sus vidas encauzadas y resueltas, decidieron tomar otro camino. Es una pena que este negocio se pierda, pero cuando no hay sucesor, no lo hay... ¿Cuál es el problema? Que la información que tengo se va a perder. Solo la tengo yo y no se la puedo pasar a nadie porque no soy un libro. Ya no me da tiempo de tener un aprendiz. ¿Tú sabes la de chavales que se han ofrecido a venir a aprender sin cobrar nada? En tres meses no se puede aprender lo de toda una vida. Yo crecí al lado de mi padre. Y cuando me cansaba de estar de pie mirándole, que era lo más aburrido de este mundo, me iba a desmontar máquinas.

Hábleme de sus inicios

Empecé con mi padre con ocho o nueve años, jugando y dando por saco, jajaja... Poco a poco me fui metiendo, era una forma de aprendizaje antiguo y clásico, ya que no había escuelas. Fui totalmente autodidacta, como mi padre. Su forma de enseñar se basaba en ponerme a su lado para que mirase cómo desmontaba las cámaras, y así me pasaba horas. A este estudio vine con 13 años, aunque mis inicios fueron con 11 o 12 en el otro taller que teníamos en la calle Argote de Molina. A la torre vinimos en el año 68.

Su padre, Hipólito Gil Rodríguez, fue un trabajador nato con un talento y un carácter especiales. ¿Cómo le recuerda?

Como mecánico era espectacular. Hubo un médico de Córdoba – un tal Meneses– que le dijo que era la persona que mejor relacionaba ojo, mente y manos. Mi padre era sí. Empezó de joven haciendo molduras de escayola y cuando estalló la Guerra Civil, como era rojo, aunque no estuvo en la guerra, se lo llevaron a la cárcel de Badajoz, donde estuvo tres años y seis meses, hasta con pena de muerte. Fue precisamente en la cárcel donde aprendió el tema de la relojería, la máquina de escribir y la pluma estilográfica –era lo que había en ese momento–. Ingresó en la cárcel muy joven, con aproximadamente 17 años, pero era muy aguililla, así que para tener un trato especial empezó a arreglar los relojes de la cárcel. Fue totalmente autodidacta y de verdad que con la coordinación entre manos, vista y cabeza era espectacular. 

Me contaba que estando en la cárcel, como ya estaba un escalón por encima del resto de presos, se enteró de que venía a la cárcel un relojero suizo y pidió que se lo pusieran en su celda. Ahí fue donde aprendió a fabricar piezas, ajustes… Tenía un talento innato. Yo he escuchado a mucha gente decir que si mi padre hubiese nacido en Alemania o en Suiza, habría sido un monstruo. Se quiso ir de España, pero como era rojo no le dejaban moverse. De hecho, estuvo vigilado por un brigada de la Guardia Civil cuando salió de la cárcel, pero fíjate cómo era que finalmente se hicieron amigos. Solicitó irse a Cuba y se lo denegaron, aquí tengo el pasaporte de esa época. Tengo muchos recuerdos de mi padre trabajando, era muy exigente. En ese momento lo pasé mal, pero luego lo agradecí, porque supe manejarme. Al principio me exigía mucho y me decía que lo hacía porque era su hijo, Yo no lo entendía, pero hoy sí lo entiendo. Como mecánico era increíble, y no llegó a más porque nació en las condiciones en que nació en España. 

Para que te hagas una idea de cómo era mi padre, cuando iba a la feria con mi madre, llevaba en el bolsillo de la chaqueta una pinza y dos o tres destornilladores para arreglar las cámaras allí mismo y que la gente siguiera haciendo fotos. Los primeros trabajos en la feria los hizo con tenedor y cuchillo. Era muy trabajador y buena persona, ya que llegaban fotógrafos que estaban mal económicamente y no podían pagarle, y mi padre les decía que no pasaba nada, que cuando pudiesen. Ponía su trabajo al servicio de las personas, por eso le querían tanto. Eso sí, de fotógrafo era muy malo.

Mi padre se jubiló relativamente. Se quedó ciego tras una operación de cataratas que quedó fatal, perdió la visión completa de un ojo y el otro se le quedó a un 10 o 20 %. Pues incluso así, me quitaba cosas de la tienda para llevárselas a casa e intentar arreglarlas. Murió con 92 años, y te puedo decir que hasta tres meses antes de su muerte, estuvo viniendo al taller para tomar café y charlar con los clientes. Vivió su vida, la que él quiso, con los problemas que encontró, pero una vez se metió en la fotografía vivió bien de sentimiento, porque estaba haciendo lo que le gustaba y encima la gente se lo reconocía. Estuvo trabajando hasta el año 84 y ya delegó en mí. 

Padre e hijo en el taller de la torre del Alcázar, año 1998. Autor: Luis Ortiz.
Padre e hijo en el taller de la torre del Alcázar, año 1998. Autor: Luis Ortiz.

Y se interesó por la cámara en plena posguerra

Cuando salió de la cárcel, mi padrino Manuel González Espadas, le dijo “Polo, ¿por qué no aprendes la cámara de fotografía, que no hay nadie en Sevilla que se dedique a ella?” Y como tenía la cabeza que tenía, empezó a coger las cámaras, las desmontaba, aprendía con ellas y su manejo… Y así fue cómo le fueron llegando las cámaras de todos los fotógrafos de Sevilla. Aprendió él solo, no como ahora, que tenemos cualquier tutorial a mano.

Por cierto, ¿cómo consigue un rojo un alquiler en el Real Alcázar de Sevilla en plena dictadura?

En aquellos tiempos se podía. El local lo alquilaba Patrimonio y de hecho mantengo el mismo alquiler. En el 2015, cuando se pone en marcha la Ley Boyer, hubo jaleo porque evidentemente estoy dentro de la torre y de la muralla. Yo soy el primero que entiende que no debo de estar, pero tengo un contrato. Me dijeron que tenía que salir, pero les puse por delante el contrato, aunque les dije que si me daban una indemnización me marchaba. Pero nada, esto seguirá siendo mi taller hasta que me jubile y entregue la llave. De hecho, soy el único en España que tiene su negocio en un edificio patrimonial; antes había otro en Salamanca, que tenía un kiosco donde vendían postales dentro de un patio, pero desapareció. Antes de ser el taller fue una oficina que hizo el contratista de Patrimonio –Becerra creo que se llamaba–, pero se la hizo para él. Este hombre se cansó y se quedó libre, y por medio de un amigo que tenía mi padre en El Alcázar se lo ofrecieron con unas condiciones específicas. Aquí no puede haber música estridente, ni poner un cartel en la calle, tampoco se puede quitar ni clavar ni una puntilla. Tengo la torre entera, pero solo tengo habitados el bajo y el primer piso. Al resto de la torre no tengo acceso porque está cerrado, solo hay aire.

Sobre el compromiso político de su padre

Era algo que se respiraba en casa. El tipo de lectura que tenía, sus amistades... Teníamos el aire del progreso en el que creían, aunque luego lo interpretase cada uno como quería. Conocí a muchos amigos rojos que venían a casa y al taller. 

¿Qué servicio prestáis en el taller?

Reparación de máquinas de fotografía, mi especialidad es la analógica, pero si vienen con digitales también las arreglo. Tengo muchísimas piezas y las que no tengo las fabrico, porque soy hijo de mi padre; eso me lo enseñó él. 

Entre tanta cámara, ¿se ha aficionado a la foto?

Me gusta, soy muy paisajista. Cuando quiero hacer algo serio siempre utilizo la analógica. Tengo dos formatos: paso universal y un formato grande (6x7) para que tenga fuerza. Es una fotografía que tienes que pensártela, porque cada disparo es dinero. Los carretes son más caros que antes, porque entramos en la oferta y la demanda. Tanto el precio de las cámaras como de los rollos ha subido, pero no porque sean mejores, siguen siendo lo mismo.

A las puertas de su jubilación, ¿qué futuro le augura a la fotografía analógica y al oficio?

Veo un problema, y es que para que la fotografía analógica funcione, tiene que haber un mantenimiento detrás, y ese mantenimiento no lo hay. No me quiero poner medallas, ni mucho menos, pero las cámaras de fotografía van a seguir dando problemas, y si no tienes quién te lo repare, es como ponerte un freno. Respecto a la fotografía analógica por supuesto que seguirá. El único problema es la falta de gente, ya que apenas hay quienes que se dediquen a esto. Puede haber personas especializadas en determinadas cámaras. Pero, ¿y el resto? Mi padre me enseñó a tocar todo, desde marcas muy caras hasta las más baratas. Y si es una máquina que no he tocado nunca, el viejo me enseñó cómo ir estudiándola.

El día que yo me jubile, con 66 años, todas esa información recopilada y aprendida durante toda una vida se perderá. Ahora mismo tengo trabajo de Huelva, de Cádiz, de Teruel, A Coruña… Si tienes una Rolleiflex o una Leica no puedes decir "la tiro porque se me ha averiado", no porque no vas a encontrar otra. La pieza más antigua que he puesto en marcha fue un obturador de madera del 1800, una pieza de madera inglesa. Imagínate cómo estaba eso por dentro… Le cambié la cortinilla y los muelles, y la saqué adelante. Eran películas muy duras y los obturadores eran muy lentos para que entrase mucha luz. La cortinilla era una tela engomada, tuve que hacerle una nueva. De todos modos, se la entregué a su dueño, porque eso era lo que tenía más de 100 años, y le dije que la conservara. Aquí ves la importancia del oficio del mantenimiento. 

Hipólito Gil (hijo) en su mesa de trabajo. Autor: José Luis Tirado.
Hipólito Gil (hijo) en su mesa de trabajo. Autor: José Luis Tirado.
Hipólito Gil (padre) en su mesa de trabajo, en el taller del Callejón Argote de Molina, año 1965. Foto: José Arjona
Hipólito Gil (padre) en su mesa de trabajo, en el taller del Callejón Argote de Molina, año 1965. Foto: José Arjona

Sobre el autor:

Carmen Marchena

Carmen Marchena

Gaditana. Periodista feminista por vocación y compromiso. Empecé en las redacciones de Ideal Granada y Granada Hoy. He pasado por eldiario.es/Andalucía. Parte de El Salto Andalucía desde sus inicios. Tengo dos ídolas: mis abuelas Carmeluchi y Anita. Defensora de los Derechos Humanos y la Memoria. Sin más dilación, papas con choco o barbarie.

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