Una familia serbia diseña un bosque comestible en Puerto Real donde los árboles crecen "solos"

Marko y Natasa Simic decidieron crear este espacio con más de 300 ejemplares plantados después de diez años compaginando el estudio de la permacultura con documentales

Marko y Natasa Simic con su hija Lara en el bosque comestible que han diseñado en su finca de Puerto Real.
Marko y Natasa Simic con su hija Lara en el bosque comestible que han diseñado en su finca de Puerto Real. MANU GARCÍA

Crean biodiversidad en un huerto casero donde todas las especies interactúan para que su crecimiento funcione. No es ciencia ficción, la naturaleza es sabia y con unas pinceladas es posible diseñar bosques comestibles repletos de árboles, arbustos y plantas. Uno de los cinco recogidos en la provincia de Cádiz por la Red ibérica de bosques comestibles y semillas libres (RED) se ubica en una finca de Puerto Real donde una familia procedente de Serbia está pendiente de un terreno de 5.000 metros cuadrados.

“La idea es tener árboles que se mantienen solos”, dice Marko Simic, de 44 años, mientras un gato se escurre entre sus piernas. Su mujer, Natasa, de 41, sujeta en brazos a su hija, la pequeña Lara, al mismo tiempo que un séquito de gallinas cacarea y un perro se tumba. Ya han perdido la cuenta de los animales que merodean por el lugar donde desarrollan juntos un proyecto de permacultura en proceso que ha contado con la ayuda de la RED.

Alrededor de este matrimonio que se mudó a Cádiz hace ya once años, los seres vivos, plantas y animales, conviven de forma respetuosa para proveer las necesidades de todas ellas. El campo no estaba en los planes de Marko y Natasa en los años 90, sin embargo, ahora ocupa su rutina la mayor parte del tiempo.

Parte del bosque que aún debe crecer.
Parte del bosque que aún debe crecer.   MANU GARCÍA

“En el instituto todos estábamos pensando dónde ir, no había otra pregunta”, recuerda este hombre que se alejó de la guerra de los Balcanes que acechaba su país. Acabó en Praga, en República Checa, donde desarrolló su carrera como director de cine y, en uno de sus trabajos, conoció a Natasa, técnico dental que trabajaba entonces en una productora. Todo iba sobre ruedas, excepto el clima. “República Checa vive bajo una nube gris, no quería pasar toda la vida así. Entonces busqué en Google el sitio de Europa con más días de sol y salió Cádiz”, cuenta el serbio.

No se lo pensaron dos veces, cogieron un avión y aterrizaron en la capital gaditana en 2011 “sin dinero, sin contactos, sin saber la lengua y sin saber qué íbamos a hacer”. Se habían sumergido en una aventura que, tras un tiempo, continuó en Puerto Real, porque en la Tacita de Plata “los pisos son muy caros”.

"Con la permacultura el resultado es mucho más sano"

Marko y Natasa continuaron con la producción audiovisual —realizaron un documental sobre el Carnaval de Cádiz—, sin embargo, otro mundo les empezó a llamar la atención. “Todo comenzó con nuestro amigo Manolo, que tenía un pequeño huerto, allí comprendimos que el tomate y el pepino tienen distinto sabor”, cuentan a lavozdelsur.es.

Un día, escucharon a un amigo hablar de permacultura y se engancharon "del tirón". Tanto, que han estado diez años estudiando sobre este tema antes de crear su propio bosque. “Crecemos en la ciudad con la idea de que el campo es aburrido y el trabajo es duro y repetitivo, pero en la permacultura, es todo totalmente distinto a la agricultura tradicional, y el resultado es mucho más sano”, comenta el cineasta.

El serbio enseña cómo ha distribuido cada ser vivo por el terreno.
El serbio enseña cómo ha distribuido cada ser vivo por el terreno.   MANU GARCÍA

Pronto, atraídos por la idea de cultivar su propio alimento, adquirieron la finca donde llevan a cabo su proyecto. “Cuando llegamos, esto era un basurero, necesitamos ocho camiones para sacarlo todo”, dice Natasa, a la que le gusta “estar en la tierra” pese a sus raíces urbanas.

"Las plantas se ayudan unas a otras a crecer"

Con el tiempo, han plantado más de 300 árboles, pero aún no han crecido, deben esperar al menos cinco años para ver el resultado de su diseño, perfectamente meditado “para que las plantas se ayuden unas a otras a crecer”.

Marko camina por el espacio y muestra las técnicas que sigue en cada rincón. Busca un microclima para cada árbol en función de sus características. “Veo la permacultura como un juego estratégico donde tienes que crear un ecosistema ayudando un poquito a la naturaleza para que acceda a sus procesos naturales”, expresa entre naranjos y pomelos.

Una zona de la finca del matrimonio.
Una zona de la finca del matrimonio.   MANU GARCÍA
Un fruto recogido del bosque comestible.
Un fruto recogido del bosque comestible.   MANU GARCÍA

Para el mantenimiento del bosque comestible, no utilizan ni abono ni químicos. Recurren a todas las especies que crecen en la parcela y piensan cómo pueden contribuir al crecimiento. Ellos se lo toman como un reto en el que deben sacar adelante el huerto con lo que tienen a mano. “Sin químicos todo es mucho más lento, hay que tener paciencia, pero después es sorprendente el sabor que tiene la fruta que sale de aquí”, comentan mientras pasan junto a nísperos y tagarninas.

"La permacultura es un juego estratégico"

En la finca se divisan manzanos, perales, naranjos, mandarinas, limonero, ciruelos, albaricoques, melocotones, kiwis, chirimoya, aguacates, plátanos, mango y hasta moringa. Tampoco faltan olivos, almendros o granados.  “Al tener mucha biodiversidad en un mismo sitio, no hay plagas”, asegura el serbio. No se enfrentan a ese problema común en cultivos tradicionales, pero sí al levante y a las altas temperaturas propios de la zona.

“Intentamos tener árboles duros y de crecimiento rápido que protejan del viento a otras especies”, explica Marko que tiene en cuenta el tipo de raíz de cada planta a la hora de plantarla en un lugar u otro. “Ponemos plantas con una raíz profunda que trae para arriba los nutrientes no accesibles para otras”.

Natasa y Marko junto a su hija en una zona de la finca.
Natasa y Marko junto a su hija en una zona de la finca.    MANU GARCÍA
Lara prueba uno de los frutos recogidos.
Lara prueba uno de los frutos recogidos.   MANU GARCÍA

Cuando crece cualquier hierba, la tritura con el hacha y la esparce por la tierra para abonarla. “Esa planta atrae insectos polinizadores, la ponemos entre las verduras para que cuando mueran sirvan de abono, y aquí hemos puesto acelgas para que los pollos vengan a comer alrededor y así remuevan la tierra”, señala.

El objetivo es encontrar una forma natural para que el bosque “funcione solo y no labrar nunca”. Eso sí, del riego se encargan ellos cada día. Marko y Natasa disfrutan del proceso mientras cogen un melocotón directamente del árbol. De momento, la cosecha es para consumo propio, pero si el “futuro” bosque lo permite, no descartan repartir frutos entre amigos e incluso venderlos. Quién sabe.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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