José duerme en la calle desde hace cuatro años. Cuatro largos años. Se quedó en paro y no pudo hacer frente a los 600 euros de la hipoteca de su casa. En unos meses, el banco lo había echado. Y no pudo encontrar nada con los apenas 700 euros de prestación de desempleo que le quedaron durante los primeros doce meses. Desde hace tres años, no tiene ingresos.
"Intenté renegociar con el banco, pedí una letra más baja, pero me dijeron que no se podía, que el contrato era así", recuerda José, que pide que no se mencione por su apellido, para que su familia no vea en qué situación se encuentra. Las fotografías no le importan, porque ha cambiado tanto desde que vive al raso, que está "irreconocible".
Era albañil, aunque también hacía labores de pintor, o escayolista, cuando tocaba. Un trabajador sin red de apoyo que cayó al vacío. Y que busca salir de la calle. Pero no es fácil. Porque busca trabajo, pero a sus 52 años asume que lo tiene complicado de por sí. Y más por sus condiciones actuales.
"La verdad es que estoy muy desanimado. Después de casi cuatro años así, ya casi no tengo esperanza. A veces pienso que ojalá me muriera y se acabara todo. Estoy en un bucle de depresión", confiesa José, al que se le quiebra durante varios momentos de la conversación.

Aunque es de un pueblo de la provincia de Cádiz, malvive en Jerez desde hace unos años. Se le puede ver sentado en la puerta de la capilla del Señor de la Puerta Real, donde pasa las horas.
"Vengo aquí porque pensé que a quienes venían a rezar se les podía ablandar un poco el corazón y darme algo para comer. Ya me he acostumbrado a este sitio", cuenta. Es su punto de referencia. Y también porque "llega un momento en el que te desanimas tanto que ya no te mueves: te quedas aquí, esperando que pase el día".
"Hay mucha gente que pasa por delante y es como si no existiera. Te vuelves invisible. A veces doy los buenos días y no me responden. Creo que no quieren mirar la realidad. No saben que a cualquiera le puede pasar", reflexiona José, desde su escalón.
"No quiero que mi familia me vea así"
Con 48 años, José se quedó en paro. Estaba acostumbrado a trabajar. Lo llevaba haciendo desde los catorce años, cuando empezó de la mano de su padre. De pintor, albañil, electricista, fontanero. Una vida laboral extensa que se interrumpió bruscamente hace cuatro años.
Entonces, dejó de pagar la hipoteca porque no podía. Era una hipoteca a 20 años. Llevaba pagada la mitad, unos diez. Y se quedó sin casa. Vivía en un municipio andaluz de una provincia alejada de su pueblo natal, pero decidió no volver a su lugar de origen. No quería que su familia lo viera mal.
"No quiero que mi familia me vea así. Prefiero decirles que estoy trabajando, que estoy bien, aunque sea mentira", confiesa. Pero, obviamente, no está bien. Y maldice cada noche que tiene que dormir en la calle, en estos momentos, pasando frío y soportando la humedad. Como compañía, cuenta con un saco de dormir, unos cartones y una mochila con sus escasas pertenencias.

Dibujar para pasar el tiempo... y reflexionar
En los escalones de la Puerta Real, José se sienta, da los buenos días a quien se para, y cuando puede, dibuja. Porta en las manos una pequeña libreta en la que escribes frases, o dibuja lo que se le ocurre.
"Siempre he dibujado, desde joven", dice. "Hacía rótulos para empresas", añade. Le gustaría haberse dedicado a eso. Por qué no. "Ahora paso los días aquí sentado, dibujando y escribiendo frases que me salen en el momento", señala José, que enseña algunas de sus creaciones.
Y frases, que vomita en el papel tras vivir situaciones de todo tipo. "Las personas son como los libros: te juzgan por la portada sin saber lo que hay dentro", es una. "Mejor no decir nada, que decir y no hacer", es otra. O "es mejor pedir perdón que ahogarse en el orgullo". Cada una tiene su historia detrás. "Son cosas que me vienen, según cómo me siento", se limita a decir.
"La gente piensa que uno vive en la calle porque quiere"
"La gente piensa que uno vive en la calle porque quiere, pero no es así", aporta José, que ha tenido que soportar comentarios de todo tipo desde que duerme al raso. "Es mejor no hacer caso, porque te buscas un problema", concede.

Él se limita a dar los buenos días, a buscar un poco de conversación, y si alguien le ayuda, mejor. Para poder comprarse un bocadillo. O, cuando lograr reunir el suficiente dinero, pagar una noche en una pensión. "Para descansar", dice. En la calle no puede hacerlo. Siempre está alerta, y muy incómodo.
"A veces la trabajadora social del albergue me convence para ir, pero muchas veces cuando llego está lleno", añade. En este espacio puede alojarse unos días. La rotación —y la necesidad— es muy alta. "Luego, hay que tener siete ojos con la ropa y con tus cosas, porque se producen robos", cuenta José.
"He conocido a mucha gente en esta situación, pero cada uno va a lo suyo. Muchas veces hay que tener cuidado; a veces me he despertado y me faltaban cosas. Por eso yo no colecciono nada: lo que tengo cabe en la mano, así no lo pierdo", abunda.
¿Cómo se sale de la calle?
José sabe cómo se llega a la calle, pero no tiene respuesta a la pregunta de cómo se sale de ella. Porque intentar lo ha intentado, claro. Cada día. "Es muy complicado", sostiene.
En su caso, que es mayor de 52 años, podría solicitar un subsidio, pero no puede. "Al no tener una dirección no puedo empadronarme en ningún lado", aclara.
"A veces la gente dice que se vive en la calle porque se quiere... si ellos supieran. Yo querría tener un trabajo, una casa, una vida normal". Pero es muy fácil caer y muy difícil salir.
Él, mientras, sigue cada día haciendo sus rutinas, sentándose en la entrada a la capilla del Señor de la Puerta Real de Jerez, esperando que su suerte cambie. Que alguien le dé una oportunidad. "O que me regalen un décimo y me toque", dice, en un atisbo de broma. A pesar de todo, aún tiene ganas de sonreír.


