El barrio de los pescadores de Conil: resiste al turismo para mantener su "esencia marinera"

La asociación de vecinos del barrio de los pescadores fue creada hace un lustro para conservar sus orígenes, que datan de 1600, aunque hasta mediados del siglo XX no hubo las primeras casas. Ahora la mitad de las viviendas están en manos de "gente de fuera"

Manoli y José saludan a turistas que se hospedan en el barrio de los pescadores de Conil.
Manoli y José saludan a turistas que se hospedan en el barrio de los pescadores de Conil. JUAN CARLOS TORO

Es muy fácil perderse por las calles del barrio de los pescadores de Conil si nunca se ha paseado por ellas. Por los estrechos pasajes de cuestas empinadas se pasa junto a viviendas de vecinos “de toda la vida” que lo mismo pueden estar cocinando, regalando olor a deliciosos guisos a los paseantes, o regando las plantas que engalanan las callejuelas. Sus orígenes hay que situarlos en torno al año 1600, aunque no fue hasta mediados del siglo XX cuando se empezaron a construir viviendas. Antes, había unas pocas chozas, corrales y pozos.

“Es el barrio marinero más importante de la costa Atlántica”, dice con orgullo Diego Tirado, presidente de la asociación de vecinos del barrio de los pescadores, creada hace un lustro. Él, como su padre, su abuelo y su bisabuelo, nació y se crió entre estas calles, que habitan, como su nombre indica, gente de la mar, pero desde hace unos años también mucho inversor de otras partes de España, y también extranjero, sobre todo alemanes.

“Este barrio es el primero que nació en Conil fuera del recinto amurallado”, cuenta Tirado, que espera a lavozdelsur.es en la capilla del Espíritu Santo, lugar de partida de las rutas guiadas que realiza los miércoles y domingos, sobre todo a escolares, para que valoren el patrimonio que tienen en esta esquina de Conil, delimitada por la playa del Chorrillo y el parque de la Atalaya —“el pulmón verde del barrio”—.

Hasta hace medio siglo, en el barrio de los pescadores solo había unas cuantas viviendas, humildes, y muchas chozas, en una de las cuales nació Diego Tirado. “Todo eran huertos, chumberas, higueras…”, recuerda. “Quién le iba a decir a esas familias que hoy una casa aquí iba a costar 250.000 euros”, expresa asombrado. Y es que en los últimos años se ha intensificado la compra de casas en el barrio, de personas que no residen en Conil que las usan para veranear o, directamente, para reconvertirlas en apartamentos turísticos.

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Foto de un antiguo vecino del barrio de los pescadores.  JUAN CARLOS TORO

Más de la mitad del barrio de los pescadores de Conil, en estos momentos, está en manos de inversores “de fuera”. En la otra mitad escasa siguen viviendo sus habitantes históricos, personas que han visto crecer a sus hijos en calles de tierra por aquel entonces, por la que ahora pasan multitud de turistas. “Aquí compras una casa, levantas un poco y tienes unas vistas impresionantes”, apunta Tirado, quien lidera la asociación vecinal que, entre otras cosas, quiere impedir que se pierda su esencia.

“El barrio no se va a perder por completo, pero está cayendo en manos de gente de fuera. En ocho o diez años, si nadie hace nada, la esencia marinera del pueblo de Conil se va con este barrio”, lamenta Tirado. En su día a día trabaja, codo a codo con el vecindario, para evitarlo. De momento, el Ayuntamiento ya lo ha incluido dentro del casco histórico para frenar la construcción en altura, que ha cambiado la fisionomía del barrio.

“No queremos hacer un parque temático pero sí que la identidad del barrio perdure para siempre”, apunta el dirigente vecinal. Por ejemplo, poniendo en cada calle una placa identificativa. En la calle Dorada, una con una imagen del pez del mismo nombre, en la calle Jurel, igual, así como en la calle Lenguado, Boquerón, Urta… Y se han instalado macetas azules, para unificar el color y embellecer las callejuelas, “aunque queda mucho por hacer”, puntualiza Diego Tirado.

En el paseo por el barrio aparece Juan, un vecino que, a sus 85 años, anda con agilidad por las empinadas calles que tantas veces ha transitado. Más de 60 años lleva residiendo aquí. Él estuvo más de 40 años en la mar, cotizando la friolera de 42 años, desde los 14 hasta los 58, “y dos más que me deberían poner por la mili, eso que me los pague Franco”, proclama. “Siempre estuve en la mar, en Conil, en Barbate…”, enumera. Pero también en Galicia —“vinieron a por mí”—, donde eran “19 gallegos y yo”. Ha llegado a pasar hasta 138 días embarcado. “Me gustaba, y lo que le gusta a uno es lo que aprende más”, dice.

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Juan, en su azotea, en pleno barrio de los pescadores.   JUAN CARLOS TORO

El padre de Juan también era pescador y él, con 17 años, “ya sobresalía”. “¿Podemos ir a su casa?”, le pregunta el fotógrafo. “Vámonos”, es su respuesta, y acto seguido enfila a la carrera la cuesta que lleva a su calle. Para llegar a su casa hay que subir varios escalones, abrir una verja y seguir subiendo hasta dar con la puerta de su vivienda, medio escondida bajo unas escaleras que dan a la casa de un vecino y a su azotea, a la que insiste que hay que subir.

Cuando llega a la azotea, a la que se accede por empinados escalones que Juan sube sin dificultad, muestra orgulloso las vistas de las que disfruta. Y también aprovecha para terminar de tender un lavado. “Hay unas vistas muy buenas”, insiste, y ejerce de improvisado guía turístico. “En Conil tenemos catorce kilómetros de playa. Por allí —dice señalando— está Roche…”.

“La primera casa que se hizo fue la mía”, sigue contando Juan, quien se acuerda de que el Ayuntamiento le cobró dos duros por metro cuadrado para levantar su vivienda en lo que hasta entonces era un corral. “Aquí todo eran chozas y cortijos”, rememora, en un barrio en el que “todos somos familia”. “Siempre se dice que cuando pasa algo el primero que acude es tu vecino, luego ya vendrá la familia”, dice Juan, cuyo hijos se han criado jugando con los de los residentes en el barrio. “Eso es muy bonito”, expresa.

Cuando Juan se despide, la ruta continúa por las calles de un barrio de los pescadores en el que las construcciones se realizaron sin orden ni concierto. Eso también forma parte de su encanto. En la calle Tolete, también conocida como el Patio de la Mar, hay varias vecinas en las puertas de sus casas. A esta vía se la llama así porque en ella hay una piedra ostionera que asoma en una esquina, pero que es “gigante”, puntualiza Diego Tirado, ya que llega hasta la vecina playa del Chorrillo.

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Virtudes, regando plantas con un artilugio diseñado para llegar a las macetas más altas.  JUAN CARLOS TORO

Manoli ha “echado los dientes” en el barrio. Cuando se percata de la presencia de Diego, está pellizcando pan para dárselo a unos pájaros que merodean por allí. En la puerta de su casa, que antes fue de su abuela y de su madre, aparece poco después su marido, José. La vivienda ha cambiado, cuando llegaron eran dos habitaciones y una pequeña cocina. “Un cuartucho”, define José, al que fueron dando vida poco a poco.

“La casa se estaba cayendo y la reformamos”, recuerda Manoli, quien dice que no se va por nada del mundo. “Me moveré cuando me lleven para el otro barrio”, apunta entre risas. Ella es hija, nieta y sobrina —de cinco tíos— de pescadores, por lo que ha mamado los orígenes y evolución de un barrio al que quiere sobre todas las cosas. Mientras dice esto, deja paso a unas turistas alojadas en una casa de la calle. “Antes no había nadie”, comenta. Ahora la cosa ha cambiado mucho.

Más arriba vive Virtudes, alias la tizná, que asiste desde lejos a la conversación. Ella, en la pequeña vivienda en la que recibe a lavozdelsur.es, ataviada con un delantal porque estaba cocinando, ha criado a nueve hijos entre esas cuatro paredes. “Ahora todo ha cambiado, todo, para qué voy a decir esto sí, esto no…”, comenta nostálgica. Antes se veían muchos niños, ahora solo algunos nietos de los vecinos más mayores, pero sobre todo turistas.

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Diego Tirado, presidente vecinal, junto a la barca donada por su hermano, con el molino de viento al fondo.  JUAN CARLOS TORO

En la zona más alta del barrio de los pescadores se erige el molino de viento, la primera construcción reconocible del entorno, que se mantiene a duras penas. “Hay que arreglarlo, ponerle el techo, las aspas y que quede como un punto de interés turístico para el barrio de las flores —colindante— y para el barrio de los pescadores”, comenta Diego Tirado, el presidente vecinal. Al lado del molino, desde hace unos meses, hay un antiguo barco de pesca, donado por su hermano Juan, que se ha jubilado. “Hay una vecina que, sin nadie decirle nada, le echa agua todos los días para que no se estropee”, señala el presidente de la asociación de vecinos.

“Mi vida ha sido ver mi molino de viento desde mi casa, pero hay uno que ha comprado una vivienda, ha construido, y ahora lo veo por la mitad”, expresa Tirado, ejemplificando el problema al que se enfrentan los vecinos. Con mucho esfuerzo, el barrio de los pescadores ha pasado de ser “uno de los peor mirados de Conil” a un emblema y un atractivo turístico que no quieren que se desmadre. Sus vecinos resisten los envites de la turistificación en esta especia de aldea gala a la conileña.

“Hemos puesto peatonales muchas calles, ahora da gloria verlo, con sus casas pintadas, las macetas…”, dice Tirado. “Nos duele que haya quien venga de fuera, compre una casa y se crea dueño de la calle”, señala, como quien intentó quitar de su fachada un tendedero que cuelga de ella desde hace 60 años. “Nuestra vida no nos la van a cambiar., eso forma parte de nuestra esencia”, sostiene.

El barrio de los pescadores de Conil, la 'aldea gala' que no quiere sucumbir al turismo, en imágenes, por JUAN CARLOS TORO

Sobre el autor:

Foto Francisco Romero copia

Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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