Aya Elbasioni, madre ucraniana y padre palestino: una vida atravesada por dos guerras

Una alumna de Erasmus que estudia en Cádiz pierde a casi una veintena de familiares en el conflicto que sufre Gaza. En pocas semanas vuelve a Kiev, a un distrito en el que ahora "caen muchas bombas"

Aya Elbasioni, de madre ucraniana y padre palestino, posando en Cádiz.
Aya Elbasioni, de madre ucraniana y padre palestino, posando en Cádiz. JUAN CARLOS TORO

La madre de sus hermanos, dos tías, tres tíos, dos primos, dos hijos de primos, una prima y su marido con sus hijos, tres hermanastros menores de edad… Son los familiares que Aya Elbasioni (Kiev, 2004) ha perdido desde que empezó la guerra en Gaza, a la que ella no se refiere como guerra, sino “genocidio”. Eso que sepa, porque solo puede comunicarse con su padre cada pocos días. Cada vez que recibe un mensaje teme que esa cifra aumente. 

Su madre es ucraniana y su padre es palestino, por lo que concentra en una misma familia el drama de dos territorios que están en guerra. Ella vive en la capital de Ucrania, en un distrito que ahora es “muy peligroso”, donde la espera su madre. Su padre, que rehizo su vida con otra pareja, está en Palestina con la hija que le queda, de siete años. Antes de que empezara la guerra entre Israel y Hamás, tenía cuatro. Han matado a tres hijos, de dos meses, dos y cinco años. 

Aya Elbasioni vive, desde el pasado mes de septiembre, en Cádiz, donde se encuentra de Erasmus. Estudia Filología Hispánica y Estudios Ingleses. Al mes de su llegada, estalló la guerra en Gaza, donde tiene, o mejor dicho tenía, a muchos familiares. Las bajas se acercan a la veintena. De momento. Cada ataque sobre su pueblo la sobresalta, la incertidumbre de no saber si ha alcanzado a algún familiar la carcome por dentro.

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Elbasioni, con un pañuelo palestino.  JUAN CARLOS TORO

Las noticias le llegan a cuentagotas. “Sé que murieron algunos, pero no exactamente quién”, dice con pena. Las conexiones son prácticamente inexistentes. Casi el 70% de la red de comunicaciones de Gaza ha sido destruida. Así, cuando su padre quiere mandarle un mensaje, tiene que irse a una zona costera para lograr cobertura. “Es muy peligroso, porque es un lugar abierto”, proclama Aya. O lo que es lo mismo: para comunicarse con ella pone en riesgo su vida, queda al alcance de bombas y proyectiles. 

Elbasioni se decide a contar su historia porque quiere contribuir a que “se conozca lo que está pasando en Palestina”. Lo que llega a través de diversos medios, “no es la realidad”, asegura. Y es que acceder a información sobre este conflicto está siendo cada vez más complicado. De hecho, Reporteros Sin Fronteras contabiliza, al menos, 79 periodistas muertos en la Franja de Gaza desde el inicio de una guerra que se ha cobrado la vida de más de 23.000 palestinos —y, recientemente, de más de 300 personas en Cisjordania y Jerusalén Este—.

Aya Elbasioni, con sangre ucraniana y palestina, como se ha dicho —“me siento mitad de cada sitio”, dice—, nació en Kiev, donde pasó buena parte de su infancia. Entre los ocho y los doce años estuvo residiendo con su familia en Gaza, para que un hermano cursara estudios. Entonces eran cinco: sus dos progenitores, ella y dos mayores, un hermano y una hermana —fallecida el año pasado por una enfermedad—.

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La ucraniana y palestina, con la playa de la Victoria de fondo.  JUAN CARLOS TORO

Muy joven conoció de cerca lo que era una guerra. Estando en Gaza, durante la operación que Israel llamó Pilar defensivo —por la que murieron 170 palestinos y 1.300 resultaron heridos— a finales de 2012, lo vivió bien de cerca. Las ventanas de su cocina se hicieron añicos. Ella rompió a llorar, muerta de miedo. Su padre le explicó qué era una guerra, aunque dice que, después de todo, aquella no fue tan cruda como el “genocidio” actual.

Dos años después, las bombas volvieron a formar parte de su día a día. Las escuchaba a menudo, por la operación Acantilado Poderoso que Israel desplegó en represalia por el asesinato de tres adolescentes israelíes. Más de 2.000 muertos y 10.600 heridos después, hubo un alto el fuego. Y la familia de Aya volvió a Ucrania. 

“Me gustaba la vida allí —en Palestina—, la gente era muy habladora, muy amable”, recuerda la joven, que a pesar de todo guarda buen recuerdo de su estancia en Gaza. “Al menos teníamos comida y agua, ahora mismo no tiene comida, ni agua, ni medicinas…”, agrega, volviendo al conflicto actual, que sigue en la distancia. 

Mientras, pasan los días y Elbasioni acude a clase en Cádiz. Hasta saca buenas notas, aunque la mayor parte del día tenga la cabeza a muchos kilómetros de aquí. “No me puedo concentrar cuando empiezo a estudiar”, confiesa. A los diez minutos, lo deja para buscar noticias sobre la guerra. “No puedo hacer nada, es muy difícil”. 

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Aya Elbasioni, durante su estancia en Cádiz.  JUAN CARLOS TORO

En clase, sus profesores conocen su historia. Algunos compañeros, también. Hay quien le pregunta de vez en cuando por su familia, los menos. La mayoría desconoce el drama que lleva en la mochila. Tampoco lo va contando a los cuatro vientos, por no “llamar la atención”. 

“Yo intento estar bien, estudiar, vivir…”, dice Aya Elbasioni. Pero cuando le rondan por la cabeza escenas de la guerra, se acuerda de familiares que ya no están… se derrumba. Y llora, mucho. Por los familiares que le quedan en Palestina, pero también por los de Ucrania. Cuando tardan en responderle se pone en lo peor. “Ahora mismo el distrito donde vive mi madre —y al que ha de volver en breve— es muy peligroso, caen muchas bombas”, cuenta. 

Desde que en febrero de 2022 comenzara la invasión rusa de Ucrania, su vida y la de su familia se truncó. Los estudios se interrumpieron, su hermano vivía con el temor de ser llamado al frente. Hasta que ella pudo retomarlos y acogerse a una beca Erasmus que la trae a Cádiz. 

En la ciudad gaditana comparte piso con compañeras de la Universidad Boris Grinchenko de Kiev, que fue quien decidió el destino de su beca Erasmus. Aunque ha querido continuar su estancia, ya cuenta los días para cambiar los sonidos de Cádiz por los de Kiev, donde los proyectiles y explosivos volverán a formar parte de su paisaje cotidiano. Cada vez que suena el móvil, cruza los dedos para que no sean malas noticias. 

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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