Ayer fui a dar una charla sobre las violencias machistas a alumnos y alumnas de cuarto de la ESO y primero de Bachiller, en un pueblo cercano a Sevilla. En la charla, la dinámica era exponer todas las clases de violencias y actitudes machistas, una por una, utilizando un vídeo y con coloquio después. En un momento dado, uno de los alumnos tomó el micro y dijo que por qué yo solo hablaba de violencia hacia las mujeres, cuando —según su entender— las chicas también utilizaban la violencia con los chicos. Y eso lo preguntó después de yo haber añadido a colectivos marginados como el colectivo LGTBI, y haber empezado diciendo que el Patriarcado es un sistema donde hombres y mujeres somos machistas y tenemos actitudes machistas. Y también lo preguntó después de haber levantado la mano todas las chicas del salón de actos tras haberles preguntado cuántas habían sentido miedo y situaciones de acoso.
Durante esa charla aún no sabíamos el fatal desenlace de la desaparición de Laura Luelmo, aunque lo esperaba, como lo espero siempre después de cada desaparición de una mujer, puesto que casi ninguna vuelve viva.
Si tecleamos el nombre de Laura en google, inmediatamente la búsqueda que te insinúa es Laura Luelmo, un nombre que los medios han hecho popular, a fuer de sacarla en las múltiples tertulias con las que bombardean a los espectadores. El circo mediático que comienza tras cada desaparición, tras cada asesinato. Un circo en el que, a falta de tigres, leones o elefantes, los domadores hacen lo propio con la deformación de la información que lanzan a sus espectadores. Y es que, la falta de formación de género de la mayoría de los y las tertulianas, junto con el nulo deseo de los dueños de los medios en que se ponga el foco en el verdadero problema social, impiden que se hable de la realidad que subyace y sostiene este Patriarcado.
El neoliberalismo necesita a una derecha flexible y dócil a sus propósitos empresariales. Y, si el precio a pagar por tenerlos en el poder es la igualdad y la libertad de las mujeres, van a pagarlo sin pensárselo. Porque, son demasiados años de Historia que nos preceden y sabemos que a la derecha no le gustan las mujeres. Las necesitan para perpetuar una sociedad machista, el modelo tradicional al que ellos apelan. Y detestan a las mujeres libres y luchadoras, aquellas que les demuestran que las cosas se pueden hacer de otra forma. Las mujeres a las que la derecha ama son las mujeres sumisas, dependientes, calladas y sufridoras. Ese modelo que tiene unas fuertes raíces en el modelo familiar y social de la dictadura del fascista Franco.
Y la derecha se ha quitado la careta. Y eso da mucho miedo. Porque, aunque los votantes de uno u otro partido de la derecha española son los mismos, el hecho de no sentir pudor ni vergüenza al manifestar sus intenciones contra las mujeres, y contra una gran parte de la sociedad, puede conseguir la normalización de los discursos de odio.
Mienten los que hablan de un feminismo feroz, de un feminismo que odia a los hombres. Mienten los que dicen que el machismo y el feminismo son equiparables, ya que mientras el machismo se basa en la desigualdad entre hombres y mujeres, el feminismo es la lucha contra la desigualdad. Mienten los que dicen que dicha desigualdad no existe. Y mienten los medios cuando omiten las verdaderas razones por las que algunos hombres creen que sus deseos son irrefrenables, y convierten sus deseos en necesidades.
Quizás la prostitución es uno de los pilares de este concepto social de que las mujeres pertenecemos a los hombres. Quizás, el hecho de haber comprado los cuerpos de las mujeres durante tantos siglos, les haya convencido de que la necesidad de sobrevivir tiene un precio. La cosificación de la mujer en todas las culturas, el hecho de haber sido moneda de cambio, ha conseguido convencer a la sociedad de que nuestra libertad e integridad, es solo cosa nuestra. Laura, Lucía, Diana… nombres en una lista de mujeres ausentes. Nombres que representan una vida humana tomada por la fuerza. Una vida sesgada, por la mano de un hombre.
Las cifras arrojadas por el primer Informe sobre el Homicidio en España, basado en cifras reales de todos los casos de homicidios y asesinatos en España durante los años 2010 al 2012 nos lleva a la conclusión de que la agresividad masculina mata. Dicho informe, que acaba de ver la luz esta semana pasada, no puede ponerse en duda. No es una encuesta, no es opinión, está basada en datos reales, el cómputo real de víctimas y verdugos. El estudio se divide en diferentes secciones, y analiza los homicidios y sus condicionantes. La conclusión es clara: de los 662 homicidios estudiados, el 38,5% de las víctimas son mujeres, 255 mujeres y de este número, el 88,2% lo hizo a manos de hombres conocidos, pareja, ex pareja o familiar varón. El informe muestra preocupación por el hecho de que la mitad de las mujeres que son asesinadas en España lo sean por sus parejas o ex parejas.
También es interesante el dato de que, del número total de asesinatos en España, los autores sean en un 89,32% hombres y 10,68% mujeres. Y que es en el ámbito familiar en donde aparece la mujer homicida con mayor relevancia. Como en España no está tan consolidado el derecho a la defensa propia, ¿Pudiera ser que algunos de estos homicidios pudieran ser resultado de la defensa de la mujer ante una nueva agresión machista?
Hoy los Ayuntamientos, centros escolares e Instituciones han pedido un minuto de silencio para manifestar su repulsa por este nuevo asesinato machista. Un gesto bonito, pero inútil, si nos atenemos a las cifras que publican cada año. La reacción social ante este nuevo asesinato ha conmocionado a la opinión pública. Pero, si en casa estos jóvenes oyen a sus padres comentar que ella fue imprudente al salir a correr sola al atardecer. O si oyen a sus amigos y colegas hablar de cómo las víctimas iban vestidas, la actitud que tenían o cómo gestionaban su ocio, van a conducirles a juzgarlas a ellas, y no a los agresores. Las chicas seguirán recibiendo el mensaje de que hay cosas prohibidas para ellas, que el espacio público no les pertenece y que han de tener miedo. Por el contrario, ellos reciben el mensaje de que ellas se lo buscan, que es inevitable y que las actitudes violentas, agresivas y abusivas de algunos de sus compañeros no son violencia, luego carecen de importancia. Como el alumno de ayer que me cuestionaba en la jornada el que exista un día contra las violencias machistas.
Ante las violencias machistas, y como acto de repulsión, llamo a la rebelión de los chalecos morados, rosas o violetas. Hay que tomar las calles, pero no con minutos de silencio, lleno de contenido, pero vacíos de respuesta. Hay que pasar a la acción. Hay que salir a las calles y convencer a las autoridades, a las Instituciones, de que vamos en serio. Que nuestra integridad física no es un tema de mañana, sino de hoy. Que no vamos a callarnos, que no vamos a escondernos, que no vamos a morir en silencio. Que estamos hartas de sentencias exculpatorias de abusadores y violadores, a los que la justicia patriarcal no condena ni encarcela. Hartas de ver cómo, si la mujer se defiende de su agresor, es encarcelada, y cuando son ellos los agresores, salen impunes. Hartas de que la cultura de la violación sea confundida con una fiesta de disfrute para las mujeres. De que nos cuestionen y nos juzguen, en lugar de que nos protejan. Hay una revolución pendiente, la revolución feminista, la revolución de las mujeres.
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