La droguería Roque: 70 años de remedios para los problemas domésticos en El Puerto

Roque, de 57 años, es el dueño de la última droguería que sobrevive en El Puerto, al cargo de su padre durante 70 años. Desde la calle Nevería añora la venta de productos a granel y el olor a disolvente "hubo un cambio que lo sentí mucho"

José Roque y su hijo en la droguería del centro de El Puerto.
José Roque y su hijo en la droguería del centro de El Puerto. MANU GARCÍA

Con casi 92 años, José Roque Morales iba todas las mañanas a la droguería que lleva su nombre, se sentaba en una silla de la esquina y observaba a su hijo Roque atendiendo desde el mostrador. Desde que llegó la pandemia, el que fuera dueño del mítico comercio dejó de ir, pero hoy se ha acercado al establecimiento en el que empezó hace casi 70 años.

“Y él sigue llevando su contabilidad, que es lo que le mantiene de cabeza estupendo”, comenta Roque junto a su padre en el interior de la última droguería que queda en El Puerto. “Aquí había más de 14, pero es como el negocio de la hojalatería y otros antiguos, con el tiempo se perderá, es una pena”, dice Roque, de 57 años, que no ve “predisposición por parte de los gobernantes a ayudar a ese tipo de comercio”.

Allá por el año 1951 José Roque se puso al mando del local que entonces estaba a mitad de la calle Ganado. “Se llamaba droguería La Inglesa porque el anterior dueño, que ya llevaba 20 años, estaba casado con una llanita, cuando le hizo el traspaso le pidió que no le cambiara el nombre y él se lo respetó, lo que pasa que con los años se ha ido conociendo por el nombre de él”, explica el hijo que recuerda como más tarde se cambió el letrero.

José Roque, el que fuera dueño del negocio desde 1951.
José Roque, el que fuera dueño del negocio desde 1951. Manu García

Roque padre e hijo hacen memoria y se disponen a contar la historia de sus vidas. “Él cuando empezó no sabía ni lo que era el aguarrás”, dice el dueño mientras su progenitor le mira atento. En los cincuenta, el portuense se decantó por la droguería cuando finalizó el servicio militar y, en lugar de volver al banco donde había trabajado seis años, le llamó la atención el negocio que se traspasaba. “Las cosas de la juventud, pero la verdad es que no le ha ido mal”. Aunque sus principios, según Roque, no fueron fáciles.

“Estuvo como cuatro o cinco años que no le cogía ni un duro y a este le daba por mezclarlo todo”, dice señalando a su padre, que desde la silla reconoce riéndose que “lo rebujaba todo”. A aquel joven de 22 años no le quedó otra alternativa que empezar a aprender para salir adelante. Además “tuvo que quitarse la mala fama e ir ganándose la confianza de la gente porque el antiguo dueño vendía petróleo como aguarrás, le echaba esencia de florida linda para quitarle el tufo”, comenta.

“Mi padre cuando empezó no sabía ni lo que era el aguarrás”

Al cabo del tiempo, en los ochenta, la droguería se instaló en la esquina de la calle Nevería, su ubicación actual, y Roque hijo, con 18 años, se introdujo en el negocio. “Yo no me he metido, yo lo he mamado desde pequeño”, dice el que cuando estaba estudiando “venía por las tardes a echar una mano”. Para él aquel momento era “echarle un ratito a la esquina, estar hasta la una cortando maderas, las estanterías todas las hicimos entre él y yo, él marcaba y yo cortaba”.

Pero antes de comenzar como empleado ya ayudaba a su padre con las fórmulas de ámbito doméstico que ideaba. Con 12 años, “nos decía a mi hermana y a mí, os pago a perra gorda el lavadito, hacíamos un montón de paquetes y nos daba las pesetas para comprar nuestras chucherías”. Los recuerdos brotan de la mente de Roque, que detalla en qué consistían los famosos lavaditos que vendían de antaño. Jabón verde en escamas, metasilicato de sodio, y perborato, que es como una especie de blanqueante.

Roque y su padre durante la entrevista.
Roque y su padre durante la entrevista. Manu García

Desde entonces, Roque le tomó el relevo a su padre y aprendió el arte de solucionar problemas domésticos recomendando “productos raros, casi todos los días” contra las cucarachas o para eliminar el olor de pies. Con las estanterías repletas de un amplio surtido de productos, el portuense sigue al pie del cañón consiguiendo hasta los artículos de marcas que no trabaja. “Una atención muy personalizada, si no lo tengo te lo voy a buscar”.

Roque tiene claro que su venta no solo son sprays, botes de pintura, o lejías sino “confianza, recomendaciones y resolver dudas”. Para él, las droguerías “son negocios prescriptores, esto es un poco parecido a las farmacias antiguas donde te decían: -Liga esto con esto y tomate esto que te va a ir bien. Pero aplicado a la casa, a las paredes, a la pintura, a la ropa y a todo tipo de cosas”.

Con el paso del tiempo, el negocio evoluciona dejando atrás las fórmulas antiguas de su padre, que en su época fabricaba la pintura artesanalmente a base de polvo y aceite, algo que Roque ya no hace, pero sí elabora colores. “Hubo un cambio que lo sentí mucho”, expresa con la nostalgia de unos tiempos pasados en los que las normativas europeas todavía permitían la venta a granel. Según el propietario, “ahí se perdió mucho de la idiosincrasia, antes entrabas en la droguería y olía a disolvente, aguarrás, a naftalina, ahora no es lo mismo, ya no huele igual”.

José Roque sujetando un artículo de prensa del año 2001.
José Roque sujetando un artículo de prensa del año 2001.​ Manu García
Padre e hijo entre recuerdos.
Padre e hijo entre recuerdos. Manu García

En la actualidad continúa con su labor sin descanso, azotado por una crisis que ahoga al comercio local. Desde marzo decidió abrir pese a todo. “Yo salía el primer día con miedo, cuando la pandemia no sabíamos ni de que iba, pero uno también tiene sus compromisos, clientes a los que les sirves semanalmente, tú no puedes fallarles”, confiesa el que se puso su mascarilla y siguió vendiendo productos de limpieza e higiene, en gran medida, a las residencias de ancianos. “No puedes decir: -Mira que me quedo en casa por la pandemia y búscate la vida. No me entraba a mí en el cuerpo evadir esa responsabilidad”.

En unos días, los geles hidroalcohólicos, las toallitas y los alcoholes en spray para higienizar se convirtieron en los artículos más demandados, “algo que siempre se ha vendido aquí, pero a lo mejor tenía uno o dos tamaños en una o dos marcas y ahora hay mucha variedad”.

Junto a su padre ha revivido los buenos momentos que le ha dado la droguería, los tiempos han cambiado pero su clientela es fiel. Además, valora la existencia de la asociación de comerciantes, “antes era tu negocio y punto, ahora yo detecto más unión, tenemos un grupo de WhatsApp para ayudarnos”.

Con una larga trayectoria a sus espaldas, el negocio ha calado en el centro portuense, de eso no cabe duda, y por eso, Roque y su hijo han recibido un reconocimiento. El Centro Municipal de Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de El Puerto les ha concedido un diploma como establecimiento tradicional. Placa que también obtuvieron en 2008. Roque aprovecha para alzar la voz en defensa de la droguería. “Los gobiernos miran mucho por conservar el patrimonio histórico de nuestra ciudad, de todos los edificios, pero los comercios no”, dice el que pide más ayudas efectivas.

Otros negocios de la familia

José Roque llegó a poner en marcha hasta tres droguerías, pero solo perduró una. La de toda la vida. Según el propietario, “la historia se repite un poco en la generación nuestra, volvemos a tener otra vez tres negocios” llevados por los hermanos Morales. El más nuevo se sitúa en la barriada de Los Frailes, que lleva 20 años, y a este le sigue la perfumería del mismo nombre, con 40 años. “La unión hace la fuerza, dicen”.

 

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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