La empresa de patatas fritas Bonilla, tras superar en los años 80 una crisis que a punto estuvo de acabar con ella, no deja de crecer y de reinventarse con nuevos sabores.

Llevan casi medio siglo acompañando el aperitivo de los jerezanos desde que en 1967 Juan Bonilla fundara la empresa de patatas fritas por antonomasia de Jerez, aunque unos años antes, sus padres, Francisco y Juana, ya habían montado el conocido puesto de patatas y churros en La Plata que luego, y hasta diciembre de 2015, regentara el bueno de Paco Bonilla. Sin embargo, la historia de Patatas Bonilla pudo tener su final a principios de los años 80, cuando acumulaba deudas que parecían insalvables para todo el mundo menos para Juan Román López, comercial que entró casi por casualidad en la empresa para suplir una baja de 20 días pero que al final se mantuvo 13 años en la misma. La cartera de clientes que había hecho entre bares y tiendas y la buena acogida que sabía que tenía el producto le animó a hacerse con el negocio. Asumió las deudas y tiró para delante. Hoy, Patatas Bonilla es la única empresa del sector que se mantiene en Jerez, con presencia en prácticamente todos sus bares, restaurantes y comercios, tanto pequeñas tiendas de barrio como grandes superficies como Hipercor, Carrefour o Alcampo, siendo además cada vez más fácil encontrarlas en las provincias de Huelva y Sevilla.

“La evolución ha sido total. Hace dos años que dirijo la parte comercial y de distribución y mi padre me para los pies, porque si no esto todavía iría a más”, señala Juan José Román, 35 años, que ha cogido las riendas del negocio ubicado en el polígono industrial de El Portal. La empresa es netamente familiar. De los 19 empleados que tiene, prácticamente el 80 por ciento son de la familia Román. Eduardo, hermano de Juan José, que se encarga de la producción, afirma que a diario se fríen entre seis y siete mil kilos de patatas, que de madrugada se envasan para que a primera hora de la mañana se distribuyan entre los bares y comercios.El secreto de Bonilla, explica Juan José, es la calidad del producto que manejan. Una patata frita en aceite de girasol alto oleico y sal marina. Nada más. A eso se suma la fidelidad que los jerezanos le tienen al producto. En el imaginario colectivo no cabe otra ‘chip’ que no sea Bonilla. Ese cariño que los jerezanos dan a Bonilla es devuelto por la empresa, que no duda en colaborar con centros contra la drogadicción o con las entidades benéficas que les piden ayuda. El paso de los años, además, ha obligado a reinventarse. Las grandes multinacionales fueron añadiendo nuevos sabores y la empresa jerezana no se quedó atrás: jamón, ajo y perejil, campesina, queso y ahora, de estreno, la de pollo asado. La crisis, además, no ha afectado al negocio. Al contrario. “Hemos vendido más que nunca. Al ser un producto barato, la gente no se quita de las patatas fritas. En un bar lo mismo no pedías un plato de jamón, pero la patata frita nunca falta”. Eso sí, la mejor época, no lo duda, es la de feria. “Hay casetas que se gastan 700 euros en patatas. Y eso son muchas patatas, eh”.

Bonilla también ha ido diversificando el negocio, hasta el punto de que también comercializan aceitunas y regañás con dos tipos de sabores: a queso y cebolla y a tomate y orégano. “Pretendemos que se conviertan en un aperitivo más. Que no sea necesario acompañarlas con nada, solo con tu cerveza, copa o refresco”.

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Jorge Miró

Periodista

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