El poeta sevillano Antonio Machado se acordó inmediatamente de los naranjos de su ciudad natal cuando, en el invierno madrileño, vio un naranjito sembrado en una de aquellas macetas que se ofrecían al viandante. “Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!”, exclamó en uno de sus poemas más conocidos de influencia todavía modernista. “Medrosas tiritan tus hojas menguadas. / Naranjo en la corte, qué pena da verte / con tus naranjitas secas y arrugadas”.
El mismo poema hablaba también de otro pobre limonero en las mismas circunstancias, porque al poeta que había de autorretratarse años después evocando justamente aquel huerto claro de Sevilla donde maduraba el limonero le debió de parecer odiosa la comparación entre “los claros bosques de la Andalucía” y aquella “castellana tierra / que barren los vientos de la adusta sierra”. Ya entonces, a principios del siglo pasado, Sevilla era la ciudad con más naranjos del mundo, y hoy su Ayuntamiento presume de ello porque los tiene hasta contados: prácticamente 52.000, lo cual supone siete millones de naranjas en la vía pública.
En la época de Machado, hace más de un siglo, a las administraciones no se les hubiera ocurrido hablar de “bosque” en la ciudad, y mucho menos ponerse a contar, uno a uno, todos los árboles que vivieran en la capital, entre otras razones porque todavía no había calado por estos lares, como reclamaba la Generación del 98 por contagio de Europa, la preocupación medioambiental que hoy se antoja transversal en la gobernanza de cualquier lugar civilizado, la plena consideración de seres vivos de los seres vegetales. Y eso que el abuelo del poeta Antonio, rector de la Universidad de Sevilla cuando él nació, era médico, zoólogo y antropólogo y hasta creó en esta ciudad el Gabinete de Historia Natural. Pero hablamos de hace más de siglo y medio…

Hoy en día, la ciudad de Sevilla cuenta con un registro arbóreo que le hubiera encantando al abuelo del poeta, quien tampoco hubiera imaginado una quincena de equipos trabajando diariamente por la conservación de esa masa verde por la que una ciudad como es la capital de Andalucía puede producir oxígeno a mansalva para contrarrestar todo ese dióxido de carbono que nos asegura la contaminación, empezando por la del tráfico.
Groso modo, Sevilla cuenta con 212.000 árboles, entre los que viven en su centenar largo de parques y los que dan sombra en el viario. La mitad de ese arbolado se concentra en los distritos Este-Alcosa-Torreblanca, Sur y Norte. Casi la cuarta parte de toda esa enorme cantidad de árboles sevillanos son naranjos, cuyas naranjas amargas vendidas son propiedad del Ayuntamiento aunque sean gestionadas por empresas adjudicatarias. También muchos de los trabajadores que se ven a diario regando, podando o tratando los árboles pertenecen a empresas externalizadas, sobre todos los que se afanan en parques tan grandes como los de San Jerónimo, Miraflores o los Bermejales.
Con todo, solo el personal funcionario supera los 250 empleados entre los que hay que contar, más allá de los jardineros propiamente dichos, albañiles, fontaneros o carpinteros, pues la masa arbórea está rodeada de infraestructuras con todo tipo de materiales y junto a fuentes o suministros de agua que son imprescindibles, especialmente en épocas como esta que volvemos a vivir en la que hace más de medio año que no cae una gota del cielo. Empleados externalizados hay más de 400, teniendo en cuenta que cada distrito de la ciudad cuenta con una empresa volcada en su arbolado.

Nuevas plantaciones
Precisamente en estos días comienza la campaña de plantaciones de la que se enorgullece el Ayuntamiento de Sevilla que gobierna el popular José Luis Sanz. Al margen de palmeras, naranjos y otras especies arbóreas, los operarios municipales llevan desde la semana pasada sembrando nuevos arbustos, rosales, mirtos, lavandas y flores de temporada. La campaña se extenderá, como siempre, hasta marzo.
“Es que en los dos años que lleva este gobierno”, asegura la directora general de Arbolado, Parques y Jardines del Consistorio hispalense, María Luisa Iglesias, “se han plantado ya más de 10.000 árboles nuevos”, y lo dice orgullosa de poder hablar no en clave política, sino “de cifras”. En este sentido, si el presupuesto para invertir en parques y arbolado era en 2023 de 24 millones de euros, el de este año ha sido de 37 millones. De continuar con este ritmo de plantación, es posible que se termine la legislatura con la ciudad rozando el cuarto de millón de árboles. O sea: un árbol para cada tres personas.

Licenciada en Biología y Ciencias Ambientales y procedente de la empresa privada (trabajó, hasta ser fichada por Sanz, en Ferrovial Servicios), esta sevillana de toda la vida tiene el mapa del arbolado en la cabeza, más allá de esa aplicación de móvil que se llama precisamente Arbomap y de la que existen dos versiones, una para la ciudadanía y otra, mucho más precisa y profesional, para los técnicos, que controlan el número identificativo de cada árbol como si habláramos de su historia clínica.
Si cualquier ciudadano busca en www.arbomap.com, comprobará que en un parque tan grande como el de María Luisa, por poner un ejemplo, se tienen contabilizados 3.645 árboles o 1.711 palmeras. En otro más grande, como el del Tamarguillo, solo los árboles son más de 5.000. En otro bastante más pequeño, como el Parque de los Príncipes, se contabilizan 95 palmeras y 1.339 árboles, aunque el ejercicio de transparencia posibilita que el ciudadano compruebe igualmente no solo cuántas áreas de juego infantil hay dentro de este o aquel parque, sino también cuántos bolardos, cuántos cerramientos, cuántas fuentes para beber, cuántas zonas caninas o deportivas, cuántas mesas o cuántas llaves de paso.

Cada árbol está perfectamente fichado, inspeccionado y geolocalizado. “En nuestras planificaciones, todos los árboles tienen un control o bien cada seis meses o cada año o cada dos años, en función de sus necesidades y de unos criterios técnicos”, explica Iglesias, casi capaz de localizar mentalmente la imagen de cualquier árbol de la ciudad con que se le faciliten un par de coordenadas.
“Doctores del arbolado”
Esa facilidad mental -más allá de las tecnológicas- para visualizar cualquier árbol de la ciudad también la tienen algunos técnicos inspectores del arbolado urbano, como Jerónimo Martínez Carmona, acostumbrado a hacer 25 o 30 inspecciones diarias para lo que considera más apasionante de su tarea: “Intentar que no haya nunca ningún accidente en el núcleo urbano y que a nadie le pase nada”. “Somos como doctores del arbolado”, sostiene Martínez, trabajador externalizado con mucha experiencia en el medio rural y en la empresa privada antes de llegar al Ayuntamiento de Sevilla.

“Nuestra tarea es hacer diagnósticos de los árboles, para lo cual hay veces que necesitamos plataformas para poder acceder a sitios que, desde abajo, sería imposible de ver, y la clave está siempre en el estudio, en el reciclaje constante y en la paciencia”, explica, consciente asimismo de la importancia clave de la colaboración ciudadana. “Somos la avanzadilla que detecta cualquier anomalía o deficiencia en el árbol y piensa en el corto, en el medio y en el largo plazo, pues nuestro reto es siempre adelantarnos a los riesgos, mitigarlos, y luego gestionar, claro”, subraya.
Orgullo, drones y responsabilidad
Especialmente orgullosa del plan de recuperación de palmeras que se viene realizando, Iglesias recuerda, por ejemplo, que solo en la Avenida de la Palmera se han repuesto 40 ejemplares nuevos que vienen a combatir la destrucción que supuso primero el picudo rojo y luego la Bernard de hace justamente dos años, que tumbó unas cuantas. En estos últimos meses, además, se han llevado a cabo grabaciones con drones de todo el arbolado de Sevilla para tenerlo grabado. “Se está haciendo una gestión para enseñarla y para sentirnos orgullosos desde el sur”, insiste la directora general del arbolado de Sevilla.

Más allá de los naranjos, el almez, el brachichito, el árbol del paraíso o la jacaranda son algunas de las especies que más abundan en la ciudad. “Hoy en día seguimos criterios técnicos a la hora de decidir qué plantar”, explica Iglesias, que recuerda que el Ayuntamiento dispone de un plan director de arbolado urbano desde el año 2019 y que hay especies, como la araucaria o el magnolio que ya no conviene poner en una ciudad como la nuestra en la que, por culpa del innegable cambio climático, estamos superando los 30 grados no solo cualquier día de verano, sino de abril o de octubre.
Árboles singulares
Al margen de los árboles centenarios, gigantescos y notables que pueda haber dentro del milenario Real Alcázar de Sevilla, que tiene su propia gestión, en la ciudad se contabilizan 61 de estos árboles maravillosos y singulares que, por su envergadura, altura, edad, belleza o rareza, constituyen en sí mismos auténticos monumentos naturales. Hace un par de años, el Ayuntamiento publicó una espléndida guía de estos árboles únicos bajo la coordinación de Pedro Torrent, ingeniero técnico agrícola de los Servicios de Parques y Jardines del Consistorio hispalense.
En ese documento, hay auténticas maravillas naturales como para trazar un paseo verde por una Sevilla difícil de contemplar a simple vista si no se piensa en ella y no se focalizan ejemplares como, por ejemplo, la llamada Araucaria de la Torre Norte en el Parque de María Luisa. Esta araucaria –originaria de la región de Arauco (Chile)- procede de aquellas plantaciones realizadas con motivo de la construcción de los jardines del Palacio de los Montpensier hacia 1850… Eso significa que se trata de un árbol con 175 años. Se cuenta en la guía municipal que, tras la Expo del 29 y la guerra civil, esta araucaria estuvo bastante abandonada y que, en 1958, se liberó de una hiedra que la estrangulaba. Sin duda, es uno de los árboles más viejos y enormes del Parque de María Luisa. Imponen, desde luego, sus 45 metros de altura y el diámetro de nueve metros en el grosor de su tronco.
Prácticamente de la misma época es el Ciprés del cementerio de San Fernando. Mucho más joven, en cambio, es el llamado Eucalipto de Pedro Salinas, de 1997, en El Porvenir, y sin embargo mide casi como la Araucaria del parque de María Luisa. Es el famoso eucalipto al que amenazó con atarse la alcaldesa Soledad Becerril precisamente para evitar que se talara durante la urbanización de esos terrenos, como se taló este año el ficus de San Jacinto por otros motivos… Quedan otros ficus singularísimos, desde luego, como el de la Plaza del Cristo de Burgos, de 28 metros de altura, o como el del foso de la Universidad, en la calle Palos de la Frontera. Este no destaca tanto por su altura, unos 12 metros, como por la envergadura de su increíble copa. Y, sin hablamos de copas destacadas, es digna de ver la del único Laurel de Indias que existe en los jardines de Chapina, como bebiendo del río y con la Torre Sevilla al fondo de testigo…

Otro Laurel de Indias considerado árbol notable es el del parque que hoy se llama Rectora Rosario Valpuesta, entre El Porvenir y el Juncal, justo donde estaba, en la primera mitad del pasado siglo, la Fábrica de Pirotecnia Militar de Sevilla, que data de los años 50. En este hermoso ejemplar ha invertido el Ayuntamiento la pasada primavera nada menos que 100.000 euros para reforzarlo, recrecerle el alcorque, liberarle raíces de modo respetuoso y habilitarle una sustentación, una especie de muleta gigante que le sostiene una de sus ramas, casi tan grande como el tronco principal, y no porque existan riesgos para el árbol, sino para mitigar la probabilidad de caída en una zona tan transitada de la ciudad.
Con muchos otros árboles de la ciudad se están haciendo supervisiones de verano para contrarrestar el SBD (Summer Brach Drop), que en román paladino significa “caída de ramas en verano” causada justamente por el estrés que sufren los árboles debido a condiciones climáticas extremas como las que conocemos en Sevilla: sequías prolongadas seguidas de fuertes lluvias. El contraste se resuelve con la caída inesperada de ramas que estaban sanas en árboles maduros sin que ni siquiera les afecte el viento, solo por el estrés hídrico y térmico.
Más alto aún es el llamado Gran Capitán, el eucalipto rojo de 55 metros de altura del paseo Catalina de Ribera -junto al barrio de Santa Cruz-, probablemente el árbol más alto de toda Sevilla.
La singularidad de todos estos árboles se conjuga además con su diversidad, porque no solo hay eucaliptos o ficus enormes, sino otras especies más singulares aún como el Caqui de la Glorieta de Covadonga, también en el parque de María Luisa, el Brousonetia de Ruperto Chapi en El Cerro del Águila, que ya estaba ahí en los años de la posguerra civil española, la Buahinia de los Jardines del Valle, en Santa Catalina, el Caobo de Celestino Mutis, en La Oliva, o los Ombús del Parque de las Delicias…
Asegura María Luisa Iglesias que también Sevilla aspira a “la regla de los tres árboles 3-30-300”, que consiste, como propuso el ecólogo holandés Cecil Koijnendijk, en conseguir que todo ciudadano vea tres árboles desde su casa o lugar de trabajo, en vivir en un barrio con un 30% de cobertura de árboles y en, simultáneamente, estar siempre a menos de 300 metros de un espacio verde de acceso público.
Desde luego, si Sevilla lo consigue en todos sus rincones, se habrá obrado también el milagro de que la sombra –tan mística y tan deseada- la proteja, como protegía en sus versos a un hijo de la ciudad enterrado tan lejos de aquí, a aquel poeta de nombre Antonio que construyó toda su obra, tan simbólica como profunda, de árbol en árbol.



