Antes de ser un idílico jardín romántico, Las Piletas ya gozaba de fama por su manantial milagroso. A finales del siglo XVIII, el escritor y fabulista Tomás de Iriarte viajó hasta Sanlúcar de Barrameda para probar sus aguas con la esperanza de curar sus dolencias. Las crónicas cuentan que obtuvo resultados positivos.
Esa reputación curativa llevó a que, en 1809, el duque de Osuna patrocinara la creación de un paseo y una glorieta central, embrión del futuro jardín. En aquella primera urbanización se instalaron esculturas en honor a Hipócrates y Galeno, padres de la medicina, así como una representación de La Fama.
Un refugio de salud en pleno siglo XIX
En el XIX, Las Piletas estaba fuera del núcleo urbano, rodeado de navazos —huertas tradicionales sanluqueñas— y protegido por el entonces ruinoso castillo del Espíritu Santo, hoy desaparecido. Vecinos y visitantes acudían para beber o bañarse en sus aguas, convencidos de sus beneficios. La fe en sus propiedades fue tal que en 1903 una Real Orden declaró estas aguas de «utilidad pública».
Este rincón, ejemplo del jardín romántico y con condición balnearia, fue perdiendo protagonismo en el siglo XX hasta caer en el abandono. Cerrado al público, su deterioro fue absoluto.
Una rehabilitación respetuosa con la historia
No fue hasta el año pasado cuando el Ayuntamiento de Sanlúcar emprendió su recuperación con una inversión de 40.000 euros, preservando su aspecto histórico. La intervención incluyó mejoras en la red de saneamiento, riego y electricidad, renovación de solerías y bordillos, restauración de jardineras, reposición de albero y la instalación de un sistema de videovigilancia.
Reabierto en marzo, este verano es el primero en más de veinte años en el que Las Piletas vuelve a recibir visitantes. Aunque hoy se integra plenamente en el tejido urbano, sigue siendo un lugar tranquilo y fresco para evadirse del bullicio en los meses más calurosos.
El jardín guarda la memoria de dos figuras emblemáticas. Por un lado, San Faustino Míguez de la Encarnación, fundador del Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, recordado por su análisis de las aguas medicinales de Sanlúcar en 1872. Por otro, la figura popular de Leopoldo Cabrera, vecino que residía en Las Piletas y ofrecía agua y golosinas a quienes se acercaban, aún presente en el recuerdo de muchos mayores de la ciudad.


