La 'superabuela' que acudió al rescate de sus siete nietos

Francisca García acogió a los menores después de que sus padres perdieran la custodia y se desentendieran de ellos. Ella dejó su trabajo, vendió su coche, y ahora reforma su casa para hacerles hueco: "El hotel está completo"

Paqui, con su nieto Samuel, en su casa. FOTO: MANU GARCÍA.
Paqui, con su nieto Samuel, en su casa. FOTO: MANU GARCÍA.

A Francisca García, Paqui para los amigos, también la conocen como la superabuela. No es para menos. Ella sola, con la ayuda puntual de su actual pareja, cuida de siete nietos en su propia casa. Su hija decidió no hacerse cargo de los niños y ella cogió el testigo tras comprobar que “no estaban bien atendidos”. La “aventura”, como la llama ella, comenzó en 2011, desde cuando se convirtió en familia de acogida de estos menores. “Estamos de obras, no te asustes”, dice Paqui al entrar en su casa, situada en una estrecha calle de El Puerto de Santa María. La escalera que da acceso a la vivienda también es estrecha, y a los lados hay lozas, que pretenden cambiar por las actuales dentro de unos días. Una puerta de madera da acceso al salón, donde hay dos sofás en los que no quedan huecos. Allí están algunos de sus nietos. José es el mayor, tiene 17 años y no para de dar vueltas por la casa, nervioso porque se tiene que ir a un entrenamiento de fútbol. También andan revoloteando la estancia Yanira, de catorce años, Samanta (trece años), Tomás (once años), Samuel (diez años), Paqui (nueve años) y la pequeña, Marta, de seis años. Ella nació poco después de que Paqui, la abuela, los acogiera, por lo que sus primeros meses de vida los pasó con Yolanda, que fue quien la acogió en aquellos momentos.

Una foto preside el salón. Fue tomada pocos meses antes de que Paqui se convirtiera en la superabuela. En ella aparece con sus seis nietos —Marta venía en camino—. “Ya no vivo para mí”, dice, aunque no se queja: “Lo volvería a hacer”. Su vida dio un vuelco hace ahora siete años. Ella trabajaba como cuidadora de discapacitados físicos e intelectuales, y tuvo que dejar el empleo, que consiguió tras aprobar la ESO con mucho esfuerzo —“iba con mi hijo al colegio de adultos por las noches”— y obtener la titulación necesaria para ocupar ese puesto. “No miré que perdía el trabajo”, asegura. Entonces cobraba unos 350 euros de pensión de viudedad, ahora percibe algo más de 700 euros. A eso hay que sumar la cantidad que le abona la Junta por el cuidado de los menores, ya que la custodia la tiene la administración autonómica. Pero no paga en tiempo y forma: “Siempre me deben mucho”. De hecho, en una ocasión llegó a recoger firmas porque acumulaba ocho meses de retraso en el cobro.

Paqui muestra el premio que le dio Afasode ante la atenta mirada de su nieto Samuel. FOTO: MANU GARCÍA.

Con el paso de los años, cuando los niños cumplan la mayoría de edad, irá perdiendo estas ayudas. “Dentro de unos años me veré sin haber cotizado y me quedaré con 300 euros de pensión”, apunta Paqui, que hace malabares de todo tipo para equilibrar las cuentas de la economía familiar. Todos los días compra entre doce y 15 barras de pan, seis litros de leche y cocina un kilo del guiso que toque. “Para que todos coman tengo que comprar cuatro kilos de muslo de pollo”, explica. Por eso mira con lupa los gastos. “Todos los años pongo una hucha para poder llevar a mis niños a la Feria el día de los cacharritos”, dice Paqui, quien añade: “Hasta el año pasado no iban de excursión porque no podía”. Y la ropa la van reciclando, va pasando de unos a otros. “Ahora se me parte un zapato y lo arreglo como sea, solo estreno algo en Reyes, cuando mi hija me lo regala”, cuenta Paqui. Pero como siempre dice Yanira, la segunda de los siete hermanos, “no tenemos de todo pero somos muy felices”.

La vivienda se encuentra ahora en plena reforma. Poco a poco se está haciendo con los materiales que necesita. “Las puertas, las ventanas y las lozas son de segunda mano, porque no puedo permitirme otra cosa”, cuenta Paqui. Su hijo Josué, de 25 años, que también vive con ella —la casa la habitan diez personas—, durmió en una pequeña estancia que está en la azotea tras la llegada de los pequeños. Ahora, la planta superior tiene dos habitaciones, donde duermen él y los nietos mayores —José, Yanira y Samanta—, y en la primera planta se apiñan el resto. “Había literas por todos lados”, cuenta Paqui, que se gastó sus ahorros en camas para poder acomodar a los siete menores. Llegó a vender los abalorios de oro de su marido y cambió su coche, recién comprado, por una furgoneta vieja de ocho plazas. Ahora reforman la vivienda “buscando huecos” para que quepan todos. “Donde antes había un estudio con mi ordenador y mis libros ahora hay camisetas de ellos, no cabe nada más”, cuenta la superabuela, quien dice riendo: “El hotel está completo”.

Paqui, la superabuela, acogió a sus siete nietos tras desentenderse de ellos sus padres. FOTO: MANU GARCÍA.

Ella confiesa que se vio venir esta situación. Su hija, la madre de los siete niños, nunca los atendió como debería. “Al mayor lo dejaron en esta casa con seis meses, se fueron a trabajar a Mallorca, y volvieron a los cinco años… y porque mi marido estaba malo”, relata. Paqui fue quien denunció el caso y, a la postre, le terminaron retirando la custodia a su hija y a su pareja. “Ella me dijo que se iba a vivir su vida, no sé si lo dijo conscientemente, pero volverá arrepentida, aunque ya será tarde”, dice. Ella asegura que sufrió una depresión cuando falleció su marido —“éramos uña y carne”—, por lo que cuidar de sus nietos le sirvió para tener una motivación y salir adelante. “He vivido siempre por mis hijos y ahora por mis nietos”, señala. Por ellos ha renunciado a muchas cosas. Hasta a ir a fiestas de cumpleaños. “Hay quien me ha dicho que no me invita porque si voy con los siete no queda tarta para el resto”, cuenta.

Su lucha en solitario encontró aliados después de que Yolanda, la madre de acogida que tuvo la pequeña Marta, la invitara a un evento al que acudieron otras familias en situaciones similares. Gracias a eso conoció a los que luego fueron los impulsores de la Asociación de Familias Solidarias para el Desarrollo (Afasode). “He podido conocer a buena gente”, dice ella, a quien ayudan desde la organización, que pide a la administración que “eleve su compromiso con las familias extensas cómo en el caso de Paqui, de manera que garantice una prestación económica mínima, como derecho subjetivo de sus menores, y no como algo graciable, como viene ocurriendo hasta el momento”.

“Hay que señalar que a las abuelas, las tías, los primos, que terminan acogiendo a niños de su familia en la mayor parte de las ocasiones nadie les suele informar sobre qué pueden solicitar una prestación y cuando lo hacen se quedan muchos meses esperando a que le resuelvan favorablemente la solicitud”, se quejan desde Afasode, que ha tramitado estas solicitudes mediante unas alegaciones que ha presentado a la Ley de infancia y adolescencia de Andalucía. Paqui y sus siete nietos lo agradecerán.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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