Febos a caballo en Sanlúcar

La prueba hípica, que se viene celebrando desde 1845, atrae a numeroso público a la playa de Las Piletas

Caballos corriendo por las playas de Sanlúcar. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Caballos corriendo por las playas de Sanlúcar. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Hay quien sostiene que el origen de las carreras de caballos de Sanlúcar hay que atribuírselo al dios romano Febos —Apolo en Grecia—, que desenganchaba a sus caballos de fuego para que descansaran, dejándolos libres en las costas sanluqueñas. Otros hablan de que las disputas entre caballos que acarreaban el pescado puede estar detrás del inicio de esta prueba hípica, aunque hay historiadores que lo descartan.

Pero lo cierto es que llevan celebrándose ininterrumpidamente desde 1845, en verano, cuando baja la marea y la playa de Las Piletas se convierte en un hipódromo natural. El parque de Doñana es un espectador de lujo de estas pruebas, contemplándolas desde la otra orilla, a pocos metros de distancia de donde lo hacen numerosos bañistas que, entre carrera y carrera, aprovechan para meterse en el agua, jugar con los más pequeñas o hacerse selfies a pie de orilla. Cada uno mata el tiempo a su manera.

Los hay que empiezan la merienda en el parking, de camino a la playa. Una vez allí, suena la megafonía del evento. “Atención señores apostantes”, dice una voz femenina, momento en el que muchos se acercan a las casetas para jugarse unos euros al caballo que le transmita mejores vibraciones. “Por el número 2 se pagan 38,12 euros por euro apostado”, va explicando la voz, lo que provoca que haya aglomeraciones en las casetas de apuestas.

Los niños apuestan en pequeños kioskos que instalan en la arena. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Muy cerca de allí están preparándose los jockeys, dando vueltas nerviosos, concentrados para dar lo mejor de sí y, si hay suerte, proclamarse vencedores. Uno de ellos se pesa antes de la prueba —es requisito obligatorio—. 54,5 kilos es el resultado, por lo que deberá portar algunas placas de plomo para llegar hasta los 56 y que todos compitan en igualdad de condiciones. “Tienen que venir con el mismo peso, así se evita que hagan trampas”, explican desde la organización.

Los caballos salen a escena y, en la zona reservada, calientan un poco antes de la carrera hasta que suena una campana y se avisa por megafonía: es momento de correr. Es entonces cuando los agentes policiales que se encargan de la seguridad del evento empiezan a desalojar la playa. Los pequeños salen del agua, dejan de construir castillos de arena y se desplazan hasta el cordón que separa al público del hipódromo. En la carrera en cuestión gana el caballo número 5, que supera al número 2 después de que este lo adelantara en los últimos metros, recuperando así el primer puesto. Más emoción, imposible.

El evento se vive con pasión, sobre todo la de los apostantes. “¡Vamos!”, grita un hombre que levanta el puño, en señal de triunfo, después de que su caballo cruzara la meta en cabeza. “César, que has ganado, enhorabuena”, le dice un hombre a un joven al que no se le quita la sonrisa de la cara. Y es que aquí también pueden apostar los más pequeños. Además de las casetas oficiales, hay otras de cartón que elaboran los propios niños y que sirven para que el gusanillo de las carreras empiece a invadirlos desde la infancia.

Un momento de una carrera. FOTO: JUAN CARLOS TORO

“No seas tacaño y apuesta por el caballo castaño”, “apuesta por el caballo tordo y ganarás un premio gordo”, se puede leer en los carteles que escriben para atraer apostantes, pujando con cantidades que oscilan entre cinco céntimos y un euro, dando el triple de lo apostado al ganador. “No ponemos más porque luego si pierden tengo que ponerlo yo”, dice Verónica, madre de uno de los responsables de uno de los kioskos, quien explica que siempre dan algún regalo a los que se animan a participar, caramelos, globos o chupachups, según la cuantía.

Para cada uno de ellos, dependiendo del lugar donde estén situados en la playa, hay un ganador. Cada puesto dibuja una línea en la arena, a modo de meta volante, con la que deciden quién es el ganador, ya que desde su posición no se enteran de quien cruza la meta real en cabeza. Con el paso de los minutos y de las carreras, va cayendo el sol, dibujando una estampa imposible de describir para quien no la vive en primera persona. Única. Doñana como telón de fondo, numerosas barcas flotando a pocos metros de la orilla, la playa despejada por donde corren los caballos y el público agolpado muy cerca, viviendo lo que se conoce como el mayor espectáculo de las playas del Sur. Y quien lo vive da fe de que es así.

“Muy bonita”, dice una mujer en referencia a la salida, que ve muy de cerca, en la que es su primera experiencia en las carreras de Sanlúcar. El sonido sordo que indica que se han abierto los boxes precede al galopar de los corceles por la arena, con el sol a punto de fundirse con el agua en el horizonte, en la que es la última prueba, que siempre tiene lugar al anochecer. Cuando acaba, la organización se prepara para dar los trofeos y los aficionados se dispersan o aprovechan los últimos minutos del día. “Ahora es cuando se está bien aquí”, proclama más de uno. Bien lo sabía Febos.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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