En San Mateo con el 'alcalde' Agustín

Barrio de San Mateo, en Jerez.   MANU GARCÍA.
Barrio de San Mateo, en Jerez. MANU GARCÍA.

Un paseo por el corazón de intramuros de la mano del histórico droguero de la plaza del Mercado, Agustín Pérez, toda una institución en su barrio.

Habla de su barrio de San Mateo con la certeza de conocerlo bien. No obstante nació aquí, en la calle Becerra número cuatro, van ya para 81 años. Agustín Pérez es y será siempre el droguero de la plaza del Mercado, abierta lo menos 60 años. Al frente los últimos 15 del negocio ha estado su mujer, María Antonia Bejarano, de 76. En junio o julio tocará cerrar sus puertas. “A ella no es un negocio que le haya gustado nunca”, explica Agustín, a lo que su mujer puntualiza que “no es sólo eso, pero también toca descansar después de tantos años”.

Quién mejor que Agustín para conocer mejor San Mateo, a pesar de que este lugar necesite pocas presentaciones, tanto por lo que fue como por lo que desgraciadamente es ahora. El considerado barrio más antiguo de Jerez, corazón de intramuros, en el distrito centro y con poco más de 1.000 habitantes, tiene su epicentro en la plaza del Mercado, donde ya se conoce que en 1477 los Reyes Católicos, de visita a la ciudad, fueron agasajados con unos juegos de lanzas y cañas con toros. En este punto, siglos después, en 1884 para ser más exactos, el gobierno ejecutó a siete de los supuestos integrantes de la organización anarquista La Mano Negra; y a pocos pasos, a la espalda del histórico palacio Riquelme se encuentra el Rincón Malillo, una estrecha callejuela en la que cuenta la leyenda que el mismo demonio hirió a un caballero que tuvo la osadía de retarlo.

Hoy, bien es sabido que parte de este entorno presenta un estado lamentable. Una de sus señas de identidad, Riquelme, ha sufrido obras de consolidación para evitar su derrumbe, pero aún pasarán años para que vuelva a recuperar parte de su gloria perdida. En la otra punta, el palacio de San Blas es vivo ejemplo de lo que la especulación urbanística ha dejado en Jerez: edificios abandonados a su suerte por inmobiliarias y familias adineradas a la espera de que resurgiera el proyecto de la Ciudad del Flamenco.

Pero volvamos con Agustín. Él, por ejemplo, y al hilo de lo anterior, ha puesto su pequeño grano de arena adquiriendo el número 7 de la plaza del Mercado, una antigua casa de vecinos en la que sigue invirtiendo y arreglando conforme le permite su presupuesto. Aquí estableció su estudio de pintura. Porque Agustín, además de ser un profesional de la droguería, también lo es de la pintura, aunque él se considere un pintor aficionado a pesar de las 14 exposiciones que ha montado. Pocas calles del casco antiguo quedarán sin haber sido plasmadas por él. Aunque tampoco se considera retratista, también ha pintado a algunos de los personajes más célebres de Jerez, como a Carlos González Ragel, el inventor de la esqueletomaquia. Marruecos también le inspiró en sus pinturas. Conoció aquellas tierras cuando hizo el servicio militar en Tetuán y posteriormente cuando estallaron los conflictos del Ifni. “Fueron dos años estupendos en los que hice grandes amistades”.

La plaza del Mercado es de lo que mejor se conserva del barrio junto al templo de San Mateo, considera Agustín. Su droguería, el bar, la farmacia, la confitería o el Museo Arqueológico –anteriormente comedor de Auxilio Social y luego instituto Julián Cuadra- le dan vida. Pero ha cambiado mucho. Recuerda que cuando era un chaval el suelo era terrizo, aunque también había una parte ajardinada y sólo había tres palmeras reales, una en cada uno de los extremos y otra en el centro, donde ahora está la fuente, que tampoco es originaria de aquí. Se trajo de una finca que la familia Ysasi tenía en lo que ahora es el Paseo de las Delicias. También había dos kioskos, el de Pepe y la Jeroma, y una fuente para beber. Pero sobre todo había vida, toda la que le daba su por entonces populosa población. “Había muchas casas de vecinos, lo que hacía que la gente o viviera en los patios o directamente en la calle”. De entre todos, el vecino más singular fue José Domecq de la Riva, Pepe Pantera. Agustín lo conoció bien e hizo cierta amistad. A pesar de sus excentricidades y sus caprichos, Agustín lo define sobre todo como “una persona muy introvertida”. “Manteniendo las distancias te podías llevar bien con él”. Si tenía vida la plaza que hasta Riquelme estuvo ocupado, primero por la duquesa de Montemar y después, por la exmujer del Pantera, María Luisa Beltrán de Lis.

Pero las cosas empezarían a cambiar con la llegada de las nuevas barriadas. Una gran parte de la vecindad de San Mateo cambiaría la camaradería de la casa de vecinos por la comodidad de los pisos, despoblando el barrio, que poco a poco empieza a deteriorarse. Agustín, en colaboración con la parroquia de San Mateo, organiza cinco verbenas para llamar la atención del Ayuntamiento, que surten efecto y que provocan algunos arreglos.

Para entonces, Agustín hacía años que había abierto su droguería. Eran los años 60. Antes había aprendido el oficio en la calle Francos, en la extinta droguería Parra, donde empezó a cogerle el gusto por pintar a base de fabricar él mismo las pinturas a base de polvo, tierra y aceites de lino. Sus primeros pinceles se los fabricaba también con cabellos de su madre. Paradojas de la vida, años después vende pinceles de primerísima calidad en su negocio. “Si hubiera tenido estos pinceles por entonces lo mismo hasta pintaba mejor”, bromea.

San Mateo, hoy

Llegados los años 80, Pedro Pacheco, ya alcalde, acomete reformas en la plaza del Mercado para darle el aspecto que más o menos ha tenido hasta hoy día. Es precisamente él el que le da a Agustín el apelativo de “alcalde de San Mateo”, por sus esfuerzos por levantar el barrio. Aún así, sigue siendo crítico con el trabajo que los diferentes gobiernos han hecho aquí. “Ha habido arreglos, pero nunca se ha hecho un seguimiento de esas obras”. Ahora Agustín lamenta que su barrio “está vacío” tras el éxodo a las nuevas barriadas, algo que sólo cambia en Cuaresma y el Martes Santo, cuando muchos de esos antiguos vecinos vuelven para acompañar a la hermandad de Los Judíos. El ambiente “social”, como dice, también ha cambiado a peor. “Las casas que se han ido quedando vacías por calle Justicia o plaza Belén se han ido ocupando, y muchas veces no por gente de bien. Si eso empezara a cambiar, si cambiara ese nivel social, a lo mejor se irían comprando más casas y rehabilitándose el barrio”.

El año pasado, San Mateo y la asociación de vecinos del casco histórico agradeció la labor que ha hecho y sigue haciendo Agustín por su barrio. Él aún recuerda ese homenaje sorpresa en la sala Julián Cuadra del Museo Arqueológico. Pensaba que se hacía un acto de tipo cultural y se dio cuenta de que lo habían sentado junto a la exalcaldesa Pelayo. “A mi me extrañó. Le dije: María José, ¿esto no está muy mal organizado? ¿Yo que pinto al lado tuya?”.

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Jorge Miró

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