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El solar abandonado junto al mítico palacio de San Blas se ha convertido con el paso de los años en una pequeña selva. Si el proyecto de la Ciudad del Flamenco no se hubiera caído, hoy estaría ocupado por las dos piscinas del hotel de cinco estrellas proyectado en la 'casa del Pantera'.

San Mateo tiene una jungla en todo el corazón del barrio y justo al lado de la plaza del Mercado. Pero está oculta y salvaje tras los muros gastados del Palacio de San Blas.

Si la Ciudad del Flamenco estuviera hoy en pie y si la crisis no hubiera estallado, lo mismo este espacio estaría hoy ocupado por dos piscinas llenas de turistas del norte de Europa. Fue hace casi una década cuando la cadena hotelera Hospes, especializada en establecimientos de lujo, adquirió el Palacio de San Blas –popularmente conocido como el del Pantera- para rehabilitarlo, así como el terreno anexo, que serviría no sólo para levantar un edificio que ampliaría las instalaciones, sino para construir un jardín con dos piscinas, un spa y un restaurante.

El hotel de cinco estrellas, que iba a contar con 63 habitaciones, tenía que haber abierto sus puertas en 2008, cuando aún se pensaba que San Mateo se regeneraría gracias a la Ciudad del Flamenco, las viviendas rehabilitadas del entorno y a un aparcamiento subterráneo proyectado en la mismísima plaza del Mercado.

Sin embargo, y como pueden apreciar por las fotografías que ilustran este artículo, el espacio es hoy casi una selva en estado salvaje de difícil acceso –se lo podemos asegurar- desde donde se aprecia mejor el cada vez más decadente palacio del siglo XV, que lo fue primero de Juan Ponce de León y en sus últimos días, de José Domecq de la Riva.

A día de hoy, y afortunadamente, es imposible acceder al edificio, cuyas puertas y ventanas lucen tapiadas a raíz de los continuados expolios que sufrió y que acabó con tres detenidos en 2010 por robar piezas valoradas en 74.000 euros, entre ellas la puerta de acceso del siglo XVII, dos pozos de mármol también del mismo siglo, rejas de hierro forjado y azulejos de cerámica, entre otros. Sin embargo el paso de los años, la climatología y sobre todo la vegetación están haciendo verdaderos estragos, comiéndose ya buena parte del palacio, ya en semirruina.

Tal es el estado del mismo, que su visión desde algunos puntos recuerda más bien a una casa fantasma, esperando a que cualquier día un espíritu pasee su soledad por los rincones del viejo San Mateo.

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Jorge Miró

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