La Asociación Dislexia Cádiz, Adica, organiza una jornada para concienciar sobre esta dificultad del aprendizaje que afecta al 10% del alumnado. “Te mina la moral”, afirma uno de ellos.

“Ese día no había más lágrimas que derramar en el mundo. Estuve un mes preparándome un examen y saqué un tres. Le dije al profesor que había estudiado muchísimo”, narra Alberto, diagnosticado de dislexia. Ese fue el desencadenante para estudiar seriamente qué le sucedía. Su madre, Lucía Alcántara, le había preguntado oralmente antes de la prueba, “y se lo sabía”. Al saltar esa alarma le realizaron las pruebas pertinentes y entre otros síntomas se ha comprobado que tiene un 50% menos de capacidad lectora.

Alcántara ahora preside la Asociación Dislexia Cádiz, Adica, una entidad sin ánimo de lucro constituida a finales de 2015. Integrada por familias con hijos con dislexia, adultos disléxicos y profesionales de diferentes ámbitos han decidido agruparse preocupados y sensibilizados por las dificultades de aprendizaje durante la etapa infantil y adulta y también por las consecuencias emocionales que este trastorno conlleva.

“Frustración” es la palabra más repetida entre los afectados y sus padres. Los niños suelen ser muy trabajadores, muy competentes, deben realizar un gran esfuerzo para conseguir los mismos objetivos que el resto de sus compañeros. “Te mina la moral”, explica el joven estudiante de 2º de Bachillerato. La dislexia es un trastorno del aprendizaje de la lectoescritura, de carácter persistente y específico, que se da en niños que no presentan ningún hándicap físico, psíquico ni sociocultural. Alberto reconoce que se ha sentido incomprendido por el profesorado porque generalmente “creen que eres un vago”. Sin embargo, la dislexia es la causa del 40% del fracaso escolar, afecta al 10% del alumnado y solo se da –a diferencia de lo que muchas personas piensan- en niños y niñas inteligentes. Steve Jobs y Albert Einstein, por ejemplo, eran disléxicos.

No existen dos disléxicos idénticos y no todos tienen por qué presentar la totalidad de los síntomas – dificultad en el aprendizaje de la escritura, disgrafía, retraso en el lenguaje…- La madre de Lourdes, Cristina se percató de que algo pasaba cuando oyó leer a su hija. Hasta entonces solo había pensado que su hija "simplemente no era lista". A partir de ahí inició una ronda de contactos con el equipo educativo hasta que se le fue diagnosticada esta dificultad. “Mi preocupación es que se canse, que a pesar de que se esfuerce se venga abajo y que no sea capaz de levantarla”, teme. Lourdes a sus 16 años asegura que olvida pronto los bajones, aunque tiene muchos. Además, no lo duda, de mayor quiere ser monitora de Educación Especial y lo conseguirá. Para ello trabaja con un gabinete de psicólogos y expertos privado "porque con la atención adecuada se puede compensar; ojalá fuera público”, dice Cristina.

Los padres de Nico supieron pronto que algo le pasaba porque la diferencia con su hermano mellizo en las horas de estudio que dedicaba y el resultado eran evidentes. “Cuando lee no entiende la pregunta y no lo sabe plasmar; le preguntaba, se lo sabía y luego los exámenes los suspendía”, cuenta Juan. Diagnosticado con 11 años se le comunicó “el obstáculo” que padecía en presencia de su padre y su hermano. Cuando le describieron lo que le sucedía y cómo se sentiría él, por fin se sintió comprendido y su respuesta fue totalmente positiva: “¡Papá, entonces puedo seguir estudiando!”.

Su padre subraya que siguen luchando ya que tiene el diagnóstico pero no cuenta con la adaptación curricular, con lo cual en el centro donde estudia no es tenido aún en cuenta y se suceden desagradables circunstancias. “Mi hijo ha salido detrás de la profesora para entregarle el examen porque no ha terminado”, explica algo dolido.

Desde Adica luchan por la normalización de estos niños y jóvenes. Existen muchos mitos en torno al mismo, y la asociación cree que el profesorado y la sociedad en general desconoce este trastorno y que por consiguiente no saben tratarlo. Con el fin de visibilizar y concienciar a todos, la asociación ha organizado una mesa redonda bajo el título La dislexia ¿un trastorno invisible? Detección y actuación, en la que participan expertos en esta dificultad específica del aprendizaje.

Alberto, por su parte, ha llevado a cabo varias dinámicas en clase para que sus compañeros entendieran el esfuerzo que él realiza cada día para asimilar los mismos contenidos. “Normalmente somos los pesados de clase, los que no queremos que borren la pizarra porque aún no nos ha dado tiempo a copiar”. En la actualidad Alberto lo lleva bien, “si veo que no avanzo lo veo como algo normal y busco otras alternativas. No me hundo. Lo que tengo claro es que lo que quiera puedo conseguirlo: trabajando y trabajando”.

Sobre el autor:

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María Luisa Parra

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