La nueva cara del Salón italiano sin perder la esencia en Cádiz: "Queremos cumplir el centenario"

Este negocio emblemático del casco antiguo fundado por los italianos Arturo e Iole en 1940 se somete a un cambio de gran calado para seguir ofreciendo tarrinas y cucuruchos, al menos, 20 años más

El Salón italiano estrena nuevo aspecto tras la reforma en Cádiz.
El Salón italiano estrena nuevo aspecto tras la reforma en Cádiz. MANU GARCÍA

Por mucho que se pinte la fachada o se de aires modernos a su interior, la esencia del mítico Salón italiano de Cádiz no se la lleva el levante. Los topolinos siguen cautivando a generaciones de familias que, con el buen tiempo, dan una alegría a sus estómagos con este helado de nata cubierto de chocolate y barquillo. “Mi abuelo los llamó así porque en Italia es Mickey Mouse, un ratoncito, y antiguamente parecía que tenían una cola”, dice Joaquín Campos, de 46 años, sentado en la terraza del nuevo salón que acaba de someter a una gran reforma.

Muchos gaditanos disfrutan de los sabores que David, el encargado, presenta desde hace más de 30 años. “Es un orgullo que mantengamos la familia laboral, estamos muy agradecidos”, comenta Joaquín refiriéndose a las ocho personas -hasta once en verano- sin las que la heladería no funcionaría.

Un local clásico de la oferta hostelera del casco antiguo que estrena nuevo rostro sobreviviendo a crisis y contratiempos que han dejado a muchos atrás. Ya son 83 años los que el Salón italiano lleva refrescando y elaborando el postre o merienda de muchos vecinos y turistas. Comenzó su andadura en 1940 cuando los abuelos de Joaquín, Arturo Campo e Iole Mosena, italianos, llegaron a la capital después de haber comprobado que en Córdoba hacía mucho calor.

Interior del mítico establecimiento.
Interior del mítico establecimiento reformado.  MANU GARCÍA

“En 1993 abrieron una heladería en la calle Fuencarral de Madrid, pero estalló la Guerra Civil y volvieron a su tierra. Cuando acabó, volvieron pero la gran ciudad no les hacía mucha gracia. No les gustó el bullicio ni el clima y les hablaron del Sur”, detalla el gaditano perteneciente a la tercera generación que toma las riendas del local.

"Era una época muy complicada, fueron muy valientes"

Aunque al principio eran reacios porque pensaban que las temperaturas iban a ser insoportables, al final se mudaron y le cogieron el gusto al clima. Arturo e Iole abrieron la heladería en una época en la que las tarrinas no existían, España acababa de salir de un conflicto y el helado se degustaba en barquillos y en copas de acero que la familia aún conserva. “Había escasez de todo y los ingredientes como la leche, la nata o el azúcar estaban a cuenta gotas”, cuenta el gaditano repasando la historia del negocio.

“Era una época muy complicada para abrir un negocio y fueron muy valientes”, dice mientras el equipo no para de poner bolas de todos los colores. El matrimonio italiano se instaló en el local de la calle Ancha, esquina con San José, donde vivió los primeros años al no disponer de dinero para poder alquilar un piso. Dormían en una cama que colocaron en uno de los cuartos hasta que la heladería fue escalando poco a poco.

Preparación de topolinos para llevar.
Preparación de topolinos para llevar.   MANU GARCÍA
Copas de acero que la familia conserva.
Copas de acero que la familia conserva.  MANU GARCÍA

El padre de Joaquín, Gianni Campo, el tercero de tres hermanos, se crió entre helados y, con 14 años comenzó a echar una mano cuando volvía del colegio. Fue él quien, a mediados de los 50, acabaría tomando el relevo a los fundadores que dejaban un importante legado.

“Mi abuela venía de una zona de tradición heladera y ella solía irse a Alemania o a Checoslovaquia a trabajar en verano. Aprendió el oficio en Budapest con una familia que se la llevaba”, recuerda el gaditano, que destaca que su abuelo era el encargado de usar la salmuera. “Había que estar dándole con una pala y era un trabajo muy físico, al final lo hacía él, era un hombre fuerte”, dice.

Con el tiempo, el Salón fue adaptándose a los tiempos, dando cabida a los sabores de moda e incorporando utensilios. Gianni se había ganado el cariño del público y su local se llenaba cada vez que el sol apretaba. Estuvo al pie del cañón hasta que falleció hace tres años.

Joaquín delante de la fachada de la heladería en Cádiz.
Joaquín delante de la fachada de la heladería en Cádiz.  MANU GARCÍA

“Mi padre murió con 76 años con las botas puestas, era de los que no se quería jubilar porque le gustaba mucho su trabajo, esto era su vida”, comenta desde la puerta que tantas veces atravesó. Desde entonces, Joaquín y su hermano Arturo continúan la tradición en este local en el que llevan toda la vida. Veranos y vacaciones en familia en los que ya no han podido ir más de camping en la temporada alta, cuando la heladería tiene más visitas.

Ahora, el Salón italiano se adentra en una nueva etapa tras culminar sus obras. Hacía 44 años que no realizaban una reforma de este calado. “Los arreglos siempre los hemos hecho nosotros en invierno. Cada enero desmontamos el negocio entero, todas las neveras, y estados dos meses de limpieza y puesta a punto”, sostiene Joaquín. Pero era vez, han optado por un trabajo completo de la mano de la empresa Ideólogo de Pedro Álvarez desde noviembre del año pasado.

Nuevo aspecto del local.
Nuevo aspecto del local.   MANU GARCÍA

“Ya aque lo hacemos, lo hacemos bien”, sonríe a las puertas de la temporada. Con un estilo art deco italiano de los años 60, el Salón sigue su andadura con las vistas en un futuro en el que no habrá una cuarta generación.

“Ahora mismo nuestros hijos no están interesados, yo no les fuerzo. Nuestro objetivo es que cumplamos el centenario, en el año 2040 y, después, nos vamos”, confiesa el heladero. Pero, de momento, habla de poner las letras de metacrilato de azul, evocando al mismo diseño que siempre les ha acompañado.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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