El humorista y músico Antonio Reguera ha sido nombrado esta semana Hijo Predilecto de Cádiz, y durante la recogida del galardón ha dado un discurso —por llamarlo de alguna manera— que provocó las carcajadas del público presente en el Palacio de Congresos de la ciudad, donde se entregaron los Premios Ciudad de Cádiz.
Las primeras risas, nada más empezar a hablar: "Me han dicho las encargadas del protocolo, Antonio tienes tres minutos. Y yo le he dicho: envidio tu ingenuidad. Como si se lo dijera el capitán del Titanic".
En ese momento, Reguera comenzó una hilarante historia ocurrida a finales de los años 90 del siglo pasado, cuando él y su inseparable compañera, Agustina, tuvieron una actuación en Ceuta.
"Nos pagaban muy bien, nos daban hotel, nos pagaban el coche en el barco", empieza contando Reguera, que cuenta que se desplazaron en coche. "El Ayuntamiento nos trató como si fuéramos Paul McCartney y Lady Gaga. Nos trató con una amabilidad pasmosa, ágapes por todos lados, opíparos, comida para allá, agasajos...", relata.
"Hicimos la presentación escenarial en la caseta, con éxito, como siempre, no conozco otra cosa. Y aparte me caracteriza mi tremenda humildad", prosigue el humorista, quien abunda en detalles en una historia cuyo cénit tiene lugar a la vuelta, en el control fronterizo.
Control en el puerto de Ceuta
En el puerto de Ceuta, dice Reguera, antes de acceder al barco, les realizaron un control policial donde había "un pequeño cánido, con muchos pelos, no quiero decir la palabra, pero bueno, como si fuera un pubis con cuatro patas", detalla.
"Ese perro tenía que entrar en el coche para oler armas o drogas. Ya sabéis, ese perro como entre en el coche y dentro haga guau, guau, ese guau, guau le llega en forma de papel al que está arriba de la Cuesta de las Calesas, enfrente de Río Saja, con la toga, el martillo y la peluca, y te mete 20 años", señala Reguera, para regocijo del público.
Había una pareja de agentes —"uno que estaba con el susodicho nieto de Rin Tin Tin", dice, en alusión al perro—, "y otro muy guapo, al estilo de Sylvester Stallone que en la película cobra, más que cobra, paga". Y sigue ahondando en detalles: "Tenía puesta unas gafas de estas de sol de espejo, que de toda la vida son gafas de sátiro, que van en el tranvía leyendo un libro, pero en realidad va mirando los dos muslos de una que va para la playa".
Entonces comienza la inspección. "¿Le importa a usted que el perro entre?". "Mire usted, me importe o no va a entrar igual", respondió. "No creo que yo aquí pueda dilucidar el comportamiento y el cometido de dicho cánido", añade Reguera.
El humorista dice que en el coche había echado "mucha colonia Varón Dandy, un poco de café, pimienta negra, orégano... se podía hacer una barbacoa allí rápidamente".
Ahí relata la labor del perro policía dentro de su coche. "El perro chupa la F de Mapfre, los papeles, el embrague, el cambio de marcha... repta cuál anaconda, queriendo meterse debajo de la alfombrilla. Y el perro miraba a su dueño y a mí, como diciendo: tiene que haber algo, pero no lo encuentro".
Luego siguió en el maletero: "Empezó a chupar el volumen del amplificador, de grave a agudo, las perchas de la ropa, la tecla de Fa, las púas, los clavijeros, nada. Y mirando, el perro revelado".
"Al bajarse el perro, dije bueno me temo que hemos concluido, del verbo ya estoy yo en Cádiz. Ya hemos visto que negatividad total", señala Reguera, que remata la historia: "Cuando nos vamos a meter ya en el coche Agustina y yo, dice el hermano de Sylvester Stallone: el perro este hay que cambiarlo ya".




