Cádiz, del cuarto de siglo al medio de cazón
Pocas ciudades españolas con el auge turístico de Cádiz en los últimos 15 años. Impulsado por algún misterioso mensaje que salta de boca en oreja y de pantalla en pantalla, el presunto encanto de la compacta ínsula salta de un trolley a otro sin dejar de crecer. Esa circunstancia demostrable con cifras -también las bancarias de algún gaditano- y la efervescencia hostelero-gastronómica van de la mano. A todo destino turístico estelar que se precie le crecen sin pausa nuevos bares y restaurantes.
Como lapas en piedra ostionera, algunos agarran con fuerza y otros se van con la corriente. Para tratar de contribuir al disfrute de la amplia oferta van diez propuestas para desayunar, almorzar y cenar dentro de la ciudad este verano, el del cuarto de siglo y el medio de puntillitas, año de Nuestro Señor de 2025, primero bajo papado leonino en el mundo feroz. Podrían salir diez listas como esta, con el mismo valor subjetivo y diez sitios cada una. Todos los citados tendrían idéntico atractivo para visitar. Pero jugar a las listas es elegir. También, provocar. Así que esto es [parte de] lo que hay. Hay novedades y también nombres consolidados.
Arrancar con alegría
La mayoría de los que visiten Cádiz tienen la ocasión de disfrutar del desayuno continental. Nunca nadie especificó de qué continente hablaba. También florecen los de tipo brunch (calóricos y proteínicos). Pero lo suyo es dejar lo que puede disfrutarse en cualquier lugar y desayunar como los lugareños.
Para conocer cómo desayunan los nativos -sin taparrabos, pero con tendencia al pantalón corto y la chancla por si acaban en la orilla- merece la pena probar lugares como Fabripán (Alonso Cano con Pintor Zuloaga), en el corazón del barrio de La Laguna con densidad propia de Hong Kong. Esta cafetería tiene lleno crónico a diario. Hay bollería y pastelería, pero lo suyo es la tostada. El pan de centeno haría las delicias del más exigente canciller alemán. Bullicio constante, bandas de señoras y señores que desayunan en la calle (la nueva religión). Los cuatro que atienden (dos mujeres y dos hombres) podrían dar conferencias. Son cuatro másteres con piernas. A la velocidad de Rayo McQueen y con humor sin ser graciosos o invasivos. A la tercera visita saben lo que toma cada cliente aunque entran y salen 30 por minuto.

Junto a la cola de los churros de La Guapa -este local los admite amablemente- está la cafetería La Poeme (Alcalá Galiano, 3). Ejemplo magnífico de mestizaje entre lo forastero y lo local. Fundada por dos franceses y con Marie al frente, reúne a los desayunadores del barrio de toda la vida con los cruceristas y guiris efímeros, los que sólo estarán un día o unos pocos. Estupendos panes desde Puerto Real, aire de penumbra en el salón y visibilidad, de ida y vuelta, en la terraza. Lo más reseñable es su pastelería. Pese a ser gala, no es parisina, es rústica y verité. Porciones de tartas y bollería contundente en tamaño y sabor. Una delicia campera y real, magnos los rellenos, las cremas, la masa y el hojaldre ¿Los mejores macarons de la citá?
Para seguir la inmersión cultural -no confundir el baño en La Caleta- habrá que probar otros churros. Un viejo bar, Rosario (calle Beato Diego con San Francisco) se ha especializado en despacharlos, pero solo durante cuatro horas. Hasta mediodía o'clock. Los nostálgicos encontrarán una de las mejores masas fritas a este lado del Guadalete en un local con el mismo aspecto, iluminación y mobiliario de los años 80. Un prodigio de dirección artística. Escenario de época clavado.

A partir del mediodía
El horario marca el nombre de una de las más brillantes incorporaciones. La tradición dice que hasta las 12 de la mañana, cuando el Santo Padre da el primer traguito, no se está bonito consumir efluvios. El Ángelus (Plaza de Candelaria, 12) es el nombre del nuevo local (abierto este mayo) de Carmen Adán y Víctor Piñero, triunfantes padres de La Candela. En este caso apuestan por los espumosos, "champanería de barrio" y por las brasas, no las verbales. Carnes, pescados, ostras y el vino del amor, bien frío, por copas y a precio popular en lugar restaurado con buen gusto -así llama cada uno de nosotros al propio-.

Los dos restaurantes vascos más apreciados de Cádiz están pared con pared. Uno con trienios (Atxuri) y el otro más joven. Aunque los dos merecen aplauso, mencionar On Egin (Plocia, 7). Bar de pintxos -de los buenos, así estuviera en la parte vieja- y mucho más.
Cocina de mercado en porciones intermedias, gran cocina al gusto de los dos mares. Lander Urquizu, Digna Vidaurre y Pol Urquizu Vidaurre conquistan con honores un trozo de la calle más turística del centro de Cádiz.

Almanaque es otra opción de disfrute asegurado. Con una cocina más mediterránea y andaluza. De hecho, sus arroces lo hicieron célebre. Siempre ofrece delicias y sorpresas. Si hay ocasión, hay que probar prodigios como la ostra frita. El pescado lo manejan con pericia y cariño. Está en zona poco hostelera, en la plazuela de Argüelles con plaza de España. Se autodefine como "casa de comidas" pero la fina y exquisita (pero humilde) técnica de su cocinero, Juanqui Borrell, o su olfato por el producto magno consiguen darle un gran toque personal a una larga lista de recuerdos emplatados.

Fuera del centro, un bar sin turistas, junto a barrios obreros (si es que quedan), híbrido de mesón, bistró y fast food en el que cualquiera puede comer unas sedosas papas con carne (preguntar por el guiso del día), frituras, burguer u otras cosas que trincar con los dedos. Antes era La Transversal y ahora es La Santita (avenida Sanidad Pública, 9). Lo llevan las mismas mujeres (Ansi Oliva a los mandos), familia o amigas de la infancia. En la carta y en el trato se nota que les importa cada plato, cada día, cada cliente.
Antes de que anochezca
Ahora que llegan los anocheceres más tardíos, lo suyo es disfrutarlos frente a la playa de la Victoria en cinemascope. Musalima (Paseo Marítimo con calle Brasil) es gran opción. Terrazón para ver y dejarse ver. Su cocina es compendio de toques asiáticos y centroamericanos pasados por el gusto local, con producto bien escogido.

Apenas a 50 metros, en el mismo frente playero, pero mucho más pequeño y oculto, Imilla (edificio hotel Bahía de Cádiz, antigua residencia Tiempo Libre) es un gran lugar para dejarse llevar por sabores bolivianos y países circundantes. Salón interior es encantador.
De regreso al casco antiguo, para los que gusten de turismo gastronómico, degustaciones y jugar a las guías, brilla el Sol de la Guía Repsol y la primera estrella Michelin de la ciudad. Código de Barra (San Francisco, 7) une el talento de su cocinero gaditaholandés León Griffioen con la sabiduría de Paqui Márquez en la sala.


