Los trofeos de verano de fútbol murieron como el cassette, de muerte natural. Aquellos partidos amistosos que reunían a equipos y estrellas mundiales en pequeños torneos, casi siempre cuadrangulares, perecieron víctimas de implacable hachazo del tiempo.
El desbordado número de retransmisiones, la posibilidad de seguir a diario cualquier equipo de cualquier lugar, un calendario neurótico, la evolución industrial del fútbol, las multimillonarias giras preparatorias y hasta la universalización del turismo dejaron hueca la fórmula.
Antes de la derrota, Cádiz vio jugar ante sus narices rojas de sol, en su estadio, a Pelé y Cruyff, a Beckenbauer, Zico y Di Stéfano cuando no le correspondía por pedigrí competitivo, cuando era un privilegio.

Hasta el cambio de siglo, el reto de los aficionados era ver a los predecesores de Ronaldo Nazario, Zidane o Messi en carne mortal, sin pantalla plana de por medio, por una vez en la vida. Aquel tipo de partidos de verano lo permitía.
Desde hace 20 años, decenas de miles de turistas, niños o no, pueden acudir a un partido de los mejores equipos y futbolistas en estadios convertidos en parques temáticos. Presencian, por cable y en alta definición, cada minuto que juegan.
Los seguidores ven a sus estrellas favoritas jugar unas cinco veces al mes, como poco. El acontecimiento quedó sin sentido. La reiteración acabó con la expectación. La repetición es enemiga mortal del placer y el asombro.
Las ciudades que contaban con uno de estos eventos prestigiosos en lo futbolístico, con esos prodigiosos prólogos de la temporada, como Cádiz, los echan de menos.
Son muchos recuerdos. Hasta la tanda de penaltis como fórmula para desempatar partidos, la que ha decidido hasta mundiales, nació en una edición del Trofeo Carranza. Su huella en la historia del deporte más popular del mundo ("imprime la leyenda") es innegable.
Eso fue mucho antes de que todo el mundo tuviera una anécdota personal, una vivencia propia, un telojuro, con Mágico y Maradona. También pasaron por el mismo césped. Mucho antes de asistir al show de Truman Yamal en streaming.
25 años de avisos
La decadencia de la fórmula comenzó con la omnipresencia de la televisión y el imperio digital le dio el tiro de gracia. Resulta llamativo que muchos aficionados, tan jóvenes, echen de menos aún la gloria del Trofeo Carranza cuando desapareció hace más de 25 años y apenas la conocieron. Debe ser heredada.
La trayectoria decadente dio muchas pistas y avisos, varios toques, nadie puede acusar a la muerte de traidora en este caso deportivo.
Desde el traslado al estadio de Bahía Sur -por mal estado del césped- justo cuando se cumplía el 50 aniversario del Trofeo Carranza a los bandazos desesperados entre partido único, triangular, fútbol femenino (2019) y cuadrangular.
Equipos cada vez con menos fuste, luego de nivel medio y andaluces o algún italiano que anduviera cerca de pretemporada. Así hasta llegar a un rival a la altura del Cádiz este año -de idéntica categoría, la segunda- el Córdoba Club de Fútbol. Esa es la anatomía de la caída.
La melancolía veraniega de una ciudad muy nostálgica asocia aquel fin de semana con cuatro partidos a una fiesta brillante e infinita en las playas, desde las veladas en las casetas derrumbadas hasta la época de sucias barbacoas con la orilla hecha hormiguero humano.

Al atractivo futbolero de los torneos de verano -con el gaditano como uno de los tres más grandes de la historia, al menos a escala nacional- se sumó en las 50 primeras ediciones del Carranza un entorno festivo que también desapareció por los cambios de hábitos colectivos.
El alcalde de Cádiz, Bruno García de León, resumía este viernes sin querer lo sucedido progresivamente durante tres décadas: "Ahora, cuesta encontrar un fin de semana de verano en Cádiz que no sea especial, con eventos, programación y actuaciones". Y en cualquier parte.
Pudo añadir sin abandonar el razonamiento que cuesta encontrar un día del año sin un partido de fútbol para los aficionados, una jornada estival sin un evento musical masivo, una pareja o familia sin problemas de salud que no festeje y salga tres veces al mes.
Las palabras del regidor llegan tras una pregunta inocente en su rueda de prensa semanal: "¿Qué le parece que sea el Córdoba Club de Fútbol el equipo elegido para el Trofeo Carranza 2025 a partido único?".
Al Cádiz Club de Fútbol -reconvertido como todo equipo profesional en una empresa sedienta de dinero a través del balón o no, seguida por clientes que aún quieren verse como aficionados- hace tiempo que el Trofeo Carranza le supone un engorro.
Tan es así que a los abonados para la temporada liguera se les regala la entrada a ese partido único junto a un calzador. Nadie pagaría por verlo y ni siquiera encuentra fechas oportunas desde que la liga comienza a mediados de agosto.

En sus tiempos, ya lejanos, El Trofeo, denominación genérica y orgullosa, era el cierre del verano local, el último baile a finales del gran mes de vacaciones, a pocos días de que empezara el juego oficial. Era el último test y ganarlo otorgaba timbre de gloria.
Todo eso pasó hace mucho pero el torneo, como el estadio Nuevo Mirandilla, aún conserva la titularidad municipal, aún es de propiedad pública.
Quizás por esa condición, el "muy futbolero" alcalde se veía este viernes en la obligación de defender el cartel de la edición número 71, la de 2025, la que cientos de cadistas -a través de las redes sociales- consideran casi un insulto, una decrepitud intolerable.
"Al menos, uno de primera"; "Qué menos que el Rayo"; "Para esto, mejor dejarlo morir"; "Vergüenza" son algunas de las frases más comunes entre varios centenares de similar sentido crítico.
Qué culpa tendrá el Córdoba
"El Córdoba es una buena opción. Es un equipo andaluz de la misma categoría y por lo tanto servirá para medir cómo está el equipo para la temporada de liga", responde Bruno García.
"Permitirá que venga mucha gente de Córdoba y aficionados que veranean por la zona. Podremos conocer y ver jugar a los buenos fichajes que ha hecho el Cádiz. Yo tengo ganas de ver a Suso, por ejemplo".
El alcalde parecía defender un contragolpe solo, como único central, frente a tres delanteros desbocados que han arrancado desde campo propio, libres de orsay. Bruno García trata de salir al corte pero le resulta complicado calmar a la grada agraviada.
La afición parece incapaz de admitir que el partido está perdido hace muchos minutos, más de 20 años. La goleada de la realidad es indiscutible y para qué lamentarla en el descuento.
Negar la derrota frente al rival más temible del mundo, el tiempo, es pegarse cabezazos contra el palo, dudar de la evidencia y la lógica.
El fútbol nunca tuvo mucho de lo último y siempre fue sobrado de sentimientos y recuerdos apilados desde la infancia. Es lo único que queda del Trofeo Carranza: la gloriosa memoria que no volverá.
Como con las mejores cosas, a los cadistas y a los gaditanos siempre les queda la opción de decir, afortunados, que lo vivieron.


