HUMUS
Todos los que ocurrieron
ahora son fantasmas.
Todos los que me hirieron.
Todos los que se alejan
dejándome
en carne viva y piedra,
tan solo ofrecen humo
para los agujeros.
Impulso en las raíces,
el humus nutritivo
y las alas y el aire.
Ahora que no huyo
y que florezco:
libre de lastres.
Los poemas describen una eterna reconstrucción. El daño y la alegría existen casi siempre mezclados. A veces hay que tejer y destejer. Para eso son las palabras, para realizar “arreglos de costura” y palpar las vísceras. Incluso la casa, con sus muros, está hilvanada con los recuerdos del sufrimiento y el placer compartidos: “Una corriente ensueña tu silueta en las cortinas”. La casa, refugio primigenio: “En aquellos ladrillos / habitaba una angustia / que mugía y me asustaba de noche / cuando no conocía la intemperie”. El poeta escribe siempre al borde de la nada, del vacío, que dejan las erosiones y el cansancio: “No importa que se abran / los hilvanes, de pronto, y quiebre la certeza /cayendo el equilibrio / al fondo del olvido”. Asomarse al abismo no siempre significa renunciar. Saber que nada importa, en el fondo, implica alcanzar las cimas de la conciencia y la racionalidad humanas, únicos senderos para imaginar nuevos mundos cada día. Cuando los poemas brotan de la vida dejan entrever ese vaivén: al ver la felicidad intuimos la desgracia; al acariciar las miserias esbozamos nuevos placeres. Es el engranaje de esa “maquinaria íntima”. “Y la piel y el calor / un virtual algoritmo:/ amor enfermo, muerto / por saludos cordiales”. No todo es sufrimiento. Esa juventud que “mariscaba violines” todavía asoma en los versos, en las metáforas. Por eso aparecen constantemente los sueños: “El gran futuro fue el sueño de los otros”. Aunque “Al final todos somos sacrificio” y a pesar de lo que trae la vida: “coagulan los sueños / debajo de los párpados”. Entonces aparece el horizonte de la utopía, de la libertad, como idea regulativa, como aspiración y como fracaso. Este poema resume muy bien la voz poética de Rosario Troncoso:APATÍA
Nadie nos enseñó a ser libres. Nunca.
Nadie nos dio recursos
para aguantar el frío.
Aún somos
limitados y demasiado torpes.
Ignorantes de origen,
el motivo real del mecanismo.
Con los poros anegados de amor
nos damos a la vida,
a todas las pasiones,
al fuego y a la ira.
También a la ceguera voluntaria,
célula enferma,
organismo inconsciente.
Mucho mejor fluir,
que la corriente arrastre del todo
esta utopía congénita,
la luminiscencia incipiente.
Dejar ir la existencia.
Dejar de negociar.
Mejor.
Ya llegarán los otros con relámpagos:
listas, alarmas, timbres y señales.
Ya serán los otros, siempre, los otros,
portadores de nada, guardianes
de pantanos privados,
los administradores de la arena
en todos los desiertos oficiales.
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