Russian Doll
Russian Doll

Como si cruzaras Groundhog Day con Bandersnatch en una deliciosa comedia negra, como si del reverso tenebroso de Sex in the city se tratara, Russian Doll ha llegado a Netflix y a nuestras vidas, para indagar, a su manera, en un tema central en la sociedad contemporánea: La soledad en las grandes ciudades.

Nadia es una programadora de videojuegos que celebra su treinta y seis cumpleaños en una fiesta cool de un apartamento neoyorkino tan lleno de gente como de superficialidad. Saliendo de la misma, un coche la atropella, pero en lugar de que acabe aquí la historia, regresa a la medianoche, frente al espejo del cuarto de baño de su fiesta. Y pese a que muere una y otra vez de decenas de formas diferentes, también una y otra vez vuelve al punto de partida -que es, a su vez, el del espectador-.

La serie protagonizada por Natasha Lyonne Charlie Barnett retuerce el precepto de bucle temporal para mostrarnos la paradoja de vivir solos aunque estemos rodeados de gente. El escenario, una New York nihilista, gentrificada, desigual, cosmopolita, vertiginosa y, sobre todo, repleta de almas errantes, acoge la acción zambullendo al espectador entre la fascinación y el rechazo. Una hipnótica atracción que conduce, en demasiadas ocasiones, a una trampa fatal. La promesa de modernidad y plenitud que trae consigo la deshumanización y falta de empatía con las personas con las que nos cruzamos a cada instante (por eso Nadia ni siquiera mira a los lados al cambiar de acera, por eso siente esa extraña envidia del mendigo que vuela libre, por eso se siente mejor con los amigos outsiders que con la pléyade burguesa que frecuenta).

El juego de muñecas rusas, que nos conduce, despojando al escenario de todo lo superfluo, hasta el drama existencial de sus personajes, es toda una experiencia. Sus cortos episodios de apenas veinticinco minutos están repletos de detalles que van sugiriendo la desazón vital de Nadia y Alan, y los termina ensamblando pese a su naturaleza antagónica. La narración elude cada momento que le acerca a lo convencional y nos hace transitar por la comedia, el drama, el thriller o el terror, conformando una de las mejores series de la temporada y advirtiendo que, como decía Chucho en una de sus canciones, uno es seguramente demasiada poca gente. Estamos condenados a acompañarnos.

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Javier López Menacho

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