El disco de Smash y Agujetas (II)

Smash aflamencándose. Arriba: individuo sin identificar, Alain Milhaud, Antoñito, Henrik y Julio. Abajo: Gualberto y Manuel Molina.
Smash aflamencándose. Arriba: individuo sin identificar, Alain Milhaud, Antoñito, Henrik y Julio. Abajo: Gualberto y Manuel Molina.
Pienso que Sevilla es el Liverpool de la Música, lo que pasa es que están colgaos. Colgaos psicológicamente, o sea, que están locos perdidos, no estudian, no se esfuerzan. Pero son músicos... vamos, yo creo que los mejores del mundo." Con estas palabras describía Manuel Molina a sus compañeros de profesión de principios de los setenta. A decir verdad, en comparación con ellos Manuel dio pocos bandazos a lo largo de su carrera. Porque la palabra bandazo se queda corta para describir la trayectoria de algunos de esos jóvenes sevillanos... ¿Qué diría Ortega y Gasset al ver que el ideal vegetativo andaluz pudo hasta con los roqueros más epilépticos? Que hasta un huracán como Silvio (el de Sacramento) prefería retirarse a vivir la buena vida en un chalé en Marbella —regalo de su suegro— al cansado esfuerzo de cultivar sus potenciales musicales... Porque los Rolling o los Zeppelin parecían chicos malos, incluso vagos y maleantes, pero en el fondo eran muy británicos. Empresarios que vendían su imagen rebelde a costa de un ímprobo esfuerzo por mantenerse en la cresta de la ola. Workaholics del alcoholismo. Y gracias a su mal ocultada tenacidad disfrutamos de discografías gratificantes y extensas. Esos sevillanos "colgados" de los que hablaba Molina, que sólo nos dejaron jirones musicales de su talento, eran los rockeros, los hippies, de verdad. Ciento por ciento. Los que no ponían límites a la parranda y el hastío, pero tampoco a una espontaneidad y un salero que ya quisiera para sí el estirado de Paul McCartney. Lo que aquí abajo llamamos duende, vaya. En febrero de 1971, Smash, huérfanos de compañía discográfica, pidieron asilo entre las legendarias alas del catalán Oriol Regàs, creador del sello y la sala Bocaccio, y se encontraron en una discoteca de Playa de Aro (Gerona) con todo el equipo del productor francés Alain Milhaud a disposición de su genio. Preparados para comerse el mundo y beberse un gran termo de gazpacho que traían desde Sevilla. Llega como caído del cielo un desesperado Manuel Molina, huyendo de la mili. Pues se cuenta que el mánager de Smash, Ricardo Pachón, le prometió al cantante y guitarrista que si se subía al carro se libraría del servicio militar. La creatividad de los españoles de la época a la hora de evitar el fastidioso servicio militar no tenía límites: inquietudes seminaristas, estudios ineludibles, sobrepeso, enfermedades crónicas, pacifismo repentino... Está claro que cuando un varón español llegaba a la mayoría de edad, su vida prometía (exigía) grandes cambios. Manuel Molina estaba dispuesto a inventar el rock andaluz, si hacía falta.

Molina acabará conociendo la fama al reactualizar el flamenco en los popularísimos Lole y Manuel, y aunque aquí todo el mundo barre para su casa cuando se trata de gestar el rock andaluz (el futuro roquero capillita Silvio Fernández Melgarejo, al que se le vio con Smash durante una temporada, afirmaba que prácticamente vino, les dio la idea y se fue), tenemos que admitir que si alguien podía aportar la perspectiva de la tradición era sin duda el Manué, gitano nacido en Ceuta. Para Smash el flamenco era un giro más en su repertorio vanguardista; para Molina, Smash era una excusa para arrancarse por bulerías y, de paso, aprender los rudimentos del pop. Pero el verdadero cerebro en la sombra era Ricardo Pachón, que fue quien trajo al cantaor, y del que se asegura que llevaba un tiempo reflexionando sobre el potencial del Rock Encounter (1966) de Sabicas: "También, no sé si antes o después de eso, en Sevilla hubo un intento de mezclar flamenco y rock en una grabación en el Hotel Murillo. Recuerdo haber tocado la eléctrica una tarde allí improvisando con varios gitanos, creo que Ricardo Pachón era productor. ¡Es difícil acordarse después de tanto tiempo! Pero Ricardo tuvo la idea de unir a Smash y Manuel Molina" (Henrik Liebgott). Según Luis Clemente, aquella sesión, en los sótanos del hotel, contó con “Smash [más Silvio], Gong y otros músicos y cantaores”. Lo que se iba a producir en aquellas sesiones de la Costa Brava sólo puede ser obra de un mal hechizo. La flamenquización progresiva de Smash iba a estallar de repente, en virtud de a saber qué enteógeno peruano. Estaban todos los ingredientes, salvo el cálculo. Las opiniones quedan divididas: su productor dice que perdieron el tiempo en morralla inaudible grabada en el último minuto. Otros sostienen que destilaron suficiente ambrosía celestial como para alimentar a varias generaciones. El resultado, como de costumbre, se encuentra a mitad de camino. Henrik, el guitarrista danés, reconoce sus dudas: "Al principio lo veía un poco complicado. ¿Cómo se puede unir agua y aceite de oliva? No se puede. Bueno, si se meten en una diapositiva y se calienta un poco y lo proyectas, salen imágenes psicodélicas, que se mueven, ¿no? Es verdad. Eso es fusión. Para mí el flamenco me presentó un lenguaje musical nuevo y el trabajo de fundir la eléctrica con la flamenca de forma adecuada e imperceptible. Si tocas con sentimiento se pueden meter otros instrumentos al flamenco. Tuve que aprender las relaciones entre los acordes, la subida de medio tono en el flamenco y el ritmo de bulerías, que es muy especial. Y un día, sentado en la furgoneta camino a tocar por Cataluña, me di cuenta que un blues tipo Muddy Waters podía entrar por bulerías. ¡Era como una epifanía!". La misma epifanía divina que recrea Smash en su burlesco Manifiesto de lo Borde (publicado en la revista Triunfo): "Imagínate a Bob Dylan en un cuarto, con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor, a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás, y dile: canta ahora tus canciones. ¿Qué le entraría a Dylan por ese cuerpecito? Pues lo mismo que a Manuel [Molina] cuando empieza a cantar por bulerías con sonido eléctrico:

Aunque digan lo contrario, yo sé bien que esto es la guerra, puñalaítas de muerte me darían si pudieran"

 

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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