El mundo del flamenco vuelve a estar de luto tras la perdida este lunes de un destacado percusionista como Sabú Suárez Escobar, conocido artísticamente como Sabú Porrina, que ha fallecido a los 41 años, tan solo una semana después de la muerte de su padre, el cantaor Ramón El Portugués. Hijo y nieto de figuras esenciales en la historia del flamenco, Sabú ha representado a la tercera generación de una estirpe notable en este arte. Nacido en Madrid en 1984, formó parte del linaje de Los Porrinas, que ha dejado una huella profunda en la música popular española.

Desde muy joven, Sabú se ha vinculado con los grandes nombres del flamenco. A lo largo de su carrera, ha acompañado con su percusión a artistas como Paco de Lucía, Tomatito, Ketama y Diego El Cigala, consolidando una trayectoria marcada por el respeto del canon y la apertura a nuevos horizontes. También ha formado parte de espectáculos de danza junto a Joaquín Cortés y Antonio Canales, lo que demuestra la amplitud y versatilidad de su talento.

Una percusión abierta al mestizaje

Los círculos flamencos han destacado su capacidad para fusionar el compás tradicional con sabores de otros géneros musicales. Según sus allegados, Sabú “personificaba un nuevo y libre camino en el flamenco”, al tiempo que mantenía una profunda conexión con la raíz y la escuela de su familia. En su estilo, convivían el ritmo profundo del cajón flamenco y una sensibilidad rítmica que dialogaba con músicas del mundo.

Era el más joven de los hermanos Porrina. Su formación se ha nutrido del legado directo de Ramón Suárez, también percusionista, y Rafael El Piraña, considerado uno de los referentes contemporáneos del instrumento. La convivencia familiar, la cercanía con los escenarios desde la infancia y la cercanía a los grandes del género han marcado una educación no académica, pero profundamente artística.

En los últimos años, Sabú ha continuado involucrado en diferentes proyectos musicales y colaboraciones escénicas, demostrando que su lenguaje rítmico estaba en constante evolución. Su fallecimiento ha generado una ola de consternación entre artistas y aficionados, que lo reconocen como una figura clave en el relevo generacional del flamenco contemporáneo.

Diversas voces del entorno cultural han lamentado la pérdida del artista, subrayando que su legado “no solo es musical, sino también simbólico”. En apenas una semana, el flamenco ha dicho adiós a dos miembros de una misma familia. La saga de Los Porrinas pierde al hijo y al padre, dejando un vacío difícil de llenar.

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Rubén Guerrero.

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