Los límites humanos en la aceptación de la muerte

'Orfeo y Eurídice', bajo la dirección escénica de Rafael Villalobos, en su estreno en Villamarta. FOTO: MANU GARCÍA
'Orfeo y Eurídice', bajo la dirección escénica de Rafael Villalobos, en su estreno en Villamarta. FOTO: MANU GARCÍA

La importancia histórica de Orfeo y Euridice de Christoph Willibald Gluck (1714-1787) es enorme, ya que en esta obra el compositor materializa su intención de reformar la ópera, procurando que la poesía, el lenguaje y la acción dramática reflejaran la sencillez y el poder de la tragedia griega, superando las tramas complejas e ininteligibles y partituras recargadas propias del barroco. El equilibrio entre las vertientes literaria y musical, la concentración en lo esencial y la sencillez en el diseño de las óperas fueron los objetivos propuestos por Gluck. Nada volvería ser igual en el mundo de la ópera ya que, desde el momento del estreno Orfeo ed Euridice en Viena el 5 de octubre de 1762, cambiaría de rumbo.

El libreto de Raniero di Calzabigi, basado en el tantas veces frecuentado mito de Orfeo, desarrolla un argumento en el que la misión de rescate que el héroe emprende para liberar a su amada de la muerte exige un control emocional que luego estaría presente en otras óperas fundamentales del repertorio germánico: La flauta mágica de Mozart, Fidelio de Beethoven y El oro del Rin de Wagner. La versión original en italiano (Viena, 1762) no ha sido la utilizada en la representación ofrecida en el Teatro Villamarta, sino la francesa que Gluck preparó para el estreno en la Académie Royale de Musique de París el 2 de agosto de 1774, con un libreto de Pierre-Louis Moline.

Este nuevo trabajo, Orphée et Eurydice en su traducción francesa, incluía numerosos cambios vocales y orquestales para adaptarse al gusto galo y que, en cierto modo, traicionaban los presupuestos de sencillez y esencialidad que marcaron la versión original de 1762. Se agregaron nuevas arias, como la de bravura L'espoir renaît dans mon âme, y los imprescindibles números de ballet exigidos por empresarios y público de París. Estos añadidos eran el tipo de "extravagancia gótica y bárbara" que Gluck y Calzabigi se habían propuesto limpiar de la ópera. La voz de castrato prevista inicialmente (el intérprete del estreno vienés de 1762 fue Gaetano Guadagni) fue sustituida en la versión francesa por un haute-contre, un tipo de alto tenor con notas falsetistas que corresponde con lo que hoy entendemos por contratenor.

Orfeo ante el féretro de su difunta esposa, en un momento del estreno de la ópera de Gluck en Villamarta. FOTO: MANU GARCÍA

No obstante, durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX (y aún hoy en día), el papel de Orfeo fue asumido por contraltos femeninas como Clara Butt y Kathleen Ferrier, o mezzo sopranos como Rita Gorr, Marilyn Horne, Janet Baker, Shirley Verrett, Risë Stevens, Julia Hamari, Magdalena Kozená y Anita Rachvelishvili.​ Asimismo, el barítono Dietrich Fischer-Dieskau cantó el rol bajo la dirección de Karl Richter. Hoy en día son más habituales los contratenores (Philippe Jaroussky, Franco Fagioli) o, incluso, tenores como Juan Diego Flórez. Entre los directores, Arturo Toscanini o Georg Solti han sido destacados defensores de la ópera

No es la primera vez que el Teatro Villamarta programa esta obra ya que el 4 de abril de 2003 tuvo lugar una representación protagonizada por el contratenor Flavio Oliver, acompañado por las sopranos Beatriz Lanza y Ruth Rosique. En la función que aquí se comenta el reparto ha estado encabezado por el tenor navarro José Luis Sola, que afronta el rol de Orfeo en la línea de Juan Diego Flórez. Es decir, con una voz bien timbrada, de volumen no excesivo y fraseo cuidadoso. Su prestación fue globalmente óptima, con momentos de intensa emoción en la frase “Euridice ya no existe y yo aún sigo respirando” o en la célebre aria J'ai perdu mon Eurydice. Su momento menos afortunado estuvo en L'espoir renaît, página en la que la coloratura le planteó problemas, con dificultades en los ataques y escasa agilidad vocal. La decisión de que el aria Quel nouveau ciel se cantase en su primera mitad fuera de escena y con amplificación fue poco acertada, ya que desdibujó la prestación del cantante y fragmentó el discurso musical.

La soprano alemana Nicola Beller Carbone puso a disposición del papel de Eurydice unos medios vocales de mayor peso de los habituales, en los que la densidad del registro medio aportó una nueva dimensión a la particella. Su parte se mezcló con la del personaje de Amor, con el que intercambió algunos pasajes para servir a la idea de la puesta en escena, que se tomó licencias musicales y temáticas de todo tipo.

Otro momento del montaje producido por el Teatro Villamarta. FOTO: MANU GARCÍA

La soprano sevillana Leonor Bonilla como L’Amour fue vocalmente la más destacada del reparto, mostrando un timbre claro, notable control de los reguladores y una voz flexible que se adaptaba a los requisitos esperables en esta partitura. Su rol fue redefinido por la dirección escénica como Eurídice en su juventud, junto a un desdoblado Orfeo encarnado por el actor Martín Puñal, lo que aumentó su protagonismo aunque fuese a costa de cambiar el sentido de la obra.

El Coro del Teatro Villamarta tiene en esta ópera una prestación amplia y brillante. El conjunto, pese a algunos desajustes ocasionales, supo aprovechar las oportunidades que ofrecían páginas como Que lest l’audacieux”, Viens dans ce séjour pausible o Près du tendre objet qu’on aime, a pesar de las dificultades que la puesta en escena creaba a los intérpretes.

La dirección musical de Carlos Aragón estuvo atenta a las necesidades de solistas y coro y logró que en las páginas instrumentales la Orquesta Filármonica de Málaga ofreciera una interpretación digna.

En principio, la singular puesta en escena de Rafael Villalobos propone una interesante relectura del mito clásico de Orfeo, con la ayuda de la escenografía y figurines de Jesús Ruiz. Orfeo y Euridice son presentados como un matrimonio maduro que debe afrontar el sufrimiento de unas graves dolencias de ella que terminan acabando con su vida. El penoso proceso entra en contraste con la felicidad de la etapa juvenil de la pareja que se expresa desdoblando el personaje de Amor en hombre y mujer. Es decir, unos lozanos Orfeo y Euridice. Con este juego se propone al espectador un nuevo enfoque de la ópera con final abierto para propiciar una reflexión acerca de los límites humanos en la aceptación de la enfermedad, la soledad y la muerte. Pero la materialización de la idea tuvo resultados desiguales, que desviaban la atención del contenido musical y desvirtuaban en exceso el mensaje esencial de la obra. Para el público conocedor de la ópera de Gluck podía ser una oportunidad de realizar un acercamiento diferente, pero para aquellos que asistieran por primera vez a una representación de Orfeo y Eurídice habrá sido difícil superar el despiste que la propuesta provoca.

Orfeo y Eurídice (C. W. Gluck) (versión 1774). Teatro Villamarta, 1º función, viernes 18 de enero de 2019. Coproducción del Teatro Villamarta y el Gran Teatro de Córdoba. José Luis Sola (Orfeo), Nicola Beller Carbone (Euridice), Leonor Bonilla (Amor-Euridice), Martín Puñal (Amor-Orfeo). Coro del Teatro Villamarta (José Ramón Fernández y Ana Belén Ortega, directores). Orquesta Filármonica de Málaga. Carlos Aragón(dirección musical). Rafael Villalobos(dirección de escena). Jesús Ruiz(escenografía y figurines).

Sobre el autor:

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Joaquín Piñeiro Blanca

Profesor Titular de la Universidad de Cádiz. Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte.

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