¿Es lícito recomendar cuatro libros y que ninguno de ellos haya terminado de convencer? Este cronista entiende que si eres un lector profesional, no, y si eres amateur, sí.
Nos explicamos. Si eres una de esas listillas o listillos que hacen artículos que habitualmente comienzan con coletillas tipo “de los 86 libros que me he leído este año” (ya en abril) o “de los 124…” y estamos en junio (es de justicia reconocer que no suelen esperarse a tener un número redondo, de esos que convenimos que acaben en 0 o en 5)… si es así, les decía, creo que la información que deben ofrecer debe ser estrictamente positiva: “de los 79 libros que me he leído hasta ahora en 2025 estas son las cinco novelas más adictivas” (fundamental decir ‘adictivas’ hoy en día en cualquier artículo sobre literatura) o “de las 108 novelas que me he leído, 27 eran novela negra y estas son las 5 mejores”, que ahí sí está bien buscar el ‘número redondo’. Creo que los lectores se habrán hecho una idea de a lo que me refiero.
Pero… ¿Qué ocurre cuando tú tienes tu trabajo aparte, aunque sea en una redacción, las vacaciones de agosto están encima y tus lecturas de los últimos dos meses no han sido muy fructíferas? ¿Coges, de oídas, lo que dicen compañeros de aquí y allá –con el riesgo, por cierto, de escribir doblemente ‘de oídas’– o eres medianamente honesto y escribes sobre lo que tienes?
No lo sé, estimadas lectoras, queridos lectores, pero a estas alturas del artículo, con las cartas ya sobre la mesa, está claro que todos saben que este cronista ha tirado por la opción B y para justificarse se ha valido de varios subterfugios, poniéndose a sí mismo como alguien “amateur” y “desafortunado”, al menos en la lectura…
Caledonian Road
Dicho esto, comenzamos. Y lo hacemos con Caledonian Road, de Andrew O’Hagan (Libros del Asteroide). Algo de Martin Amis –la verdad es que siempre pongo esta coletilla en las novelas que son 'muy' de Londres– y del Tom Wolfe de La Hoguera de las vanidades, que sonar, suena muy bien, pero al final le falta algo a esta novela, tal vez excesivamente ambiciosa y de un tono demasiado post-posmoderno. Además, personalmente, las novelas que se solucionan a través de cierta pericia de un protagonista en el ordenador me dejan frío, vaya, que pienso que qué morro tiene el autor, y ya si tiene más de 50 años, que qué sobrino le ha contado que así puede solucionar la novela.
Más que los pequeños dramas de la burguesía ilustrada londinense, el encarecimiento de la vida en Chelsea por la presencia de plutócratas rusos o guerras de bandas con música drill de fondo (tuve que mirar qué era eso, lo confieso, discúlpenme los menores de 30), me quedo con que es tal vez la primera novela que leo escrita en plan woke. No me refiero a que sea una crítica a lo woke, sino que está escrita con el uso de terminología woke y que la trama, sus causas-efectos, avanzan en un mundo woke. Me explico: el tipo protagonista piensa de sí mismo que es un varón blanco, hetero y liberal, dando a entender que eso significa privilegios. Esa descripción me parece una buena manera de completar una ficha policial, pero personalmente no me acabo de ver presentándome así en la vida en general. Y no voy a hablar de lo que pasa, pero tiene mucho que ver con lo mismo. Por lo demás, momentos divertidos, otros de buena narración, que justifican su presencia en este artículo.
Londres
Vayamos con Londres, de Luis-Ferdinand Céline (Anagrama). Contraponiendo esta novela con la anterior, comenzaría diciendo que si una es woke, esta difícilmente se hubiera publicado en su tiempo... ni tampoco hoy en día. Se trata de una de las novelas perdidas de Céline, autor, por cierto, de una de las obras preferidas de este cronista, como Viaje al fin de la noche. Londres fue escrita en los años 30 y habla en clave más o menos autobiográfica de sus vivencias en la ciudad después de haber sido herido durante la Gran Guerra pero con Europa todavía en armas. Bien… una vez destripada la ‘faja’ del libro, les diré que Londres es una novela muy muy borde, tan borde que a veces te da la risa. La cosa va de chulos, de prostitutas –o sea, sexo y violencia– sobre todo de violencia. El libro es una especie de paranoia sobre un grupo del lumpen francés radicado en la capital inglesa aquellos durísimos años, que fue encontrado y editado en cosa de un año, hace nada, todo después del covid.
De verdad, que pensando en los problemas por ejemplo de James Joyce para publicar el Ulises, no me puede imaginar la cara de un editor de la época que leyera este libro. Ni de la actual. Todo es misoginia y violencia. Tiene, claro, momentos de gran lucidez –es Céline–, pero también ese algo inquietante de los libros que se ‘descubren’ y que, en realidad, nunca sabes si se perdieron o si, deliberadamente, los abandonó el autor. Podemos aceptar lo primero teniendo en cuenta la agitada vida del autor, pero no sabemos qué quiere con esta novela que haría vomitar a más de un punk un domingo por la mañana. En el fondo, es como un gran guiñol, con exageraciones deliberadas sobre los personajes, sus actos y las situaciones en las que se ven envueltos. Eso sí, el libro no parece estar excesivamente ‘editado’ aunque pienso que se trata de un primer manuscrito al que le falta 'pintura', más mano del autor. Para curiosos de Céline.
A cuatro patas
¿Se pueden poner de acuerdo en algo el New York Times y The New Yorker? Al parecer sí, en que A cuatro patas (título bastante orientativo), a Miranda July (Random House), fue la novela del año pasado en Estados Unidos. A ver, a este cronista los que diga el Times, bueno, pero lo que dice una revista como New Yorker, que siempre tiene en nómina o como colaboradores a lo más granado del periodismo literario, va a misa. ¿Conclusión? Se ve que hay buen ambiente entre ambas redacciones. ¿Dónde van de ‘happy hour’, al cercano The Local? No sabemos, pero algo de eso ahí. A cuatro patas es una novela entretenida, a veces tiene su gracia… pero no consigue, ni de lejos, la irreverencia a la que aspira. Por momentos es incluso cursi-wo ke, todo siempre dentro de la corrección (por ejemplo, al hablar de una posible perversión se deja claro que la muchacha tiene 19 años: ya no hay sitio para Lolitas en este mundo). Las reflexiones sobre la maternidad o la edad son más interesantes que las que hay sobre el sexo. La protagonista es algo así como Thelma en solitario, sin Louise, y esta vez Brad (modo polluelo... bueno, como el original) le toca a ella... Algo de road (de partida), bastante sexo (a veces con calzador.., y no es un nuevo fetichismo) y ya la tenemos liada. Ideal para agosto, aunque es para pensárselo si septiembre viene lluvioso…
Oposición
Y nos vamos con Sara Mesa y Oposición (Anagrama). La escritora ha conseguido un buen grupo de fieles y con sus últimas novelas entra siempre en listas. A favor. Vaya, que lo ha conseguido: vivir de la literatura, todo un logro en España. “La niña bonita de Anagrama”, como le dijo el otro día a este cronista un amigo común, para que vean que estas líneas no las escribe ningún mindundi sin contactos con el mundo exterior. Bueno, yo diría que Anagrama tiene ahora varias niñas bonitas entre sus escritoras, entre ellas precisamente su amiga Mariana Enríquez. Opositar, burocracia, futuro y destino… Sara Mesa, que fue funcionaria, conoce a la perfección este tema. Novela concisa y más que correcta. Eso sí, pienso que hay un cierto punto de confort tanto en la redacción como en la crítica, aunque me informan de que no ha gustado mucho entre el funcionariado que suele ser partícipe de clubs de lectura. Este cronista es de los que piensa que la obra maestra de Mesa está todavía por llegar… y que, en efecto, llegará, talento le sobra.




