Ronda fue, además, la primera cita de los Centros Andaluces. El primer intento por trascender más allá del ámbito local de cada uno y definir unos símbolos que nos identificasen a los andaluces y andaluzas

Fue un mandato de la Asamblea de Ronda de enero de 1918. Los allí reunidos habían sentado las bases de un movimiento de búsqueda y liberación en lo que es el primer intento por coordinar, socializar y profundizar un lenguaje común en lo que se conoce como «andalucismo histórico». Perseguían alternativas a los problemas económicos, sociales y políticos de una Andalucía anquilosada en un subdesarrollo de siglos. Ambicionaban para ello una alternativa económica y cultural, cuya respuesta da paso a un Ideal de marcado signo político (que no electoral), entendido éste como el convencimiento de que la transformación del escenario social sólo depende de la capacidad de los propios andaluces por cambiar su cruda realidad; caciquil, monárquico, confesional y bipartidista, propia de la Restauración.

Ronda fue, además, la primera cita de los Centros Andaluces. El primer intento por trascender más allá del ámbito local de cada uno y definir unos símbolos que nos identificasen a los andaluces y andaluzas. Sólo el establecimiento de un poder andaluz nacido de la propia conciencia crítica de la ciudadanía representaría un instrumento tan necesario como eficaz para cambiar la situación. No en vano, desde entonces, el discurso de la cuestión nacional andaluza, como gran desconocida en el ámbito estatal, está asociada a la conquista de derechos sociales, cívicos, de género… políticos en suma, que cristalizan en el magnífico Manifiesto de la Nacionalidad de enero de 1919, que todo andaluz de conciencia debe leer.

Dicho esto, procede señalar que la moción elevada a las instituciones en Sevilla por el Centro Andaluz hispalense se registra en nombre de todos sus homólogos localizados por la geografía andaluza, estatal y sudamericana. Desde ahí, se hace público para que cualquier representante institucional recoja un guante, el cual tendrá que esperar hasta el 1931 republicano. Se suscribe en el llamado Trienio Bolchevique (1917-1919), por el que la vieja Europa se agita y se tambalea social y políticamente, al hilo de la I Gran Guerra y la revolución bolchevique. Es entonces cuando surge, alrededor de la llegada de la paz, el intento de la doctrina Wilson por vincular Estados y culturas en el complejo mosaico del viejo continente y África. Un escenario al que ya vascos y catalanes se habían adelantado rompiendo su aislamiento, una vez tienen presencia en el Congreso de Minorías Nacionales de la ciudad suiza de Lausanne. Y el andalucismo político desea seguir esa estela.

Al poner sobre la mesa los primeros intentos para desarrollar una política territorial en el Estado sobre la base de la descentralización administrativa, pivotando sobre las diputaciones, los andalucistas reclaman con emergencia su espacio como pueblo en una España a la que ya consideran plurinacional. Alertan que Andalucía no puede quedar en olvido, con la misma marginalidad a la que ha estado sometida durante siglos por el centralismo, por eso, esgrimen el «por sí» del lema del escudo como primer paso ante un futuro al que creen esperanzador. «Si Andalucía se ama a sí misma», dirán como conciencia, orgullo y motivación; pero sólo prenderá la llama en algunos núcleos locales del movimiento que, no obstante, aún reprimidos por la dictadura primorriverista, son vitales para el impulso del proceso pro autonómico en la II República.

De no ser así, alerta el texto, el centralismo unitario, ese ariete «de la unidad que llaman nacional» que señala con ironía Infante entre sus escritos, seguirá imperando y, lo que es igualmente peligroso, un territorio podría convertirse en «dominante» sobre otros. Y esta es una de las claves muy vigentes de lo que reclama la Moción. No es tanto hacer de España un régimen federal desarrollado desde el poder. Más bien, se trata de construir una federación de pueblos desde la base y sobre una política de pactos entre iguales, en clara referencia a los preceptos pimargalianos y confederales de la Constitución de Antequera (1883). Otro imprescindible documento que, estamos convencidos, debe conocer todo buen andaluz como base y esencia que es de toda la doctrina del andalucismo histórico. De lo contrario, concluye el escrito, Andalucía será una vez más la más explotada, toda vez que se sustituye el feudalismo impuesto por el conquistador castellano en la mal llamada reconquista por un moderno feudalismo territorial.

Bajo esta realidad, la vieja España ha muerto por caducidad y agotamiento. Andalucía representará con sus anhelos una forma de redimirla y transformarla: quiere colaborar en el surgimiento de una Iberia federal, sobre la base de un urgente proceso constituyente donde la sociedad de pueblos de este Estado sea inspirador de esa Sociedad de Naciones de escala mundial de la que ya se está hablando para el concierto internacional.

El texto rezuma la pluma de Blas Infante y caerá en el olvido más allá del simbolismo de ser la primera petición de autogobierno, reclamando igualdad de tratamiento a otros territorios y aspirando a un impulso regenerador de la vida sociopolítica de la enquistada monarquía borbónica desde la periferia. Son los territorios los que reinventan y dan luz a la nueva España. En un momento donde la dualidad marxista, explotados y explotadores, agita las sociedades capitalistas, el documento requiere que Andalucía esté presente en el marco de la nueva Europa de postguerra con un nuevo eje de liberación en el análisis social: centralismo frente a pueblos con cultura propia. La afirmación de la existencia unitaria de Andalucía, la búsqueda de un espacio y un papel en el discurrir de la vida pública de Estado desde la reivindicación de alternativas a sus problemas sociales seculares ya es para aquellos insensibles años toda una reivindicación tan de locos como revolucionaria.

Salvando obligadas distancias, a nadie escapa la vigencia hoy de muchos de estos planteamientos.

Moción del Centro Andaluz de Sevilla presentada al Ayuntamiento y Diputación Provincial hispalense solicitando autonomía para Andalucía

«El Centro Regionalista Andaluz por la autonomía regional.

Moción presentada al Ayuntamiento hispalense y a la Diputación Provincial.

Excmo. Ayuntamiento: aunque la Junta de Relación de todas las secciones del Centro Regionalista Andaluz se dirige, con estas fechas, por manifiesto a todos los municipios, representantes en Cortes, Diputaciones, entidades y asociaciones políticas, culturales, agrarias y económicas, con los fines que se dirán, esta sección local del mencionado centro acude especialmente a V. E. para someter a su consideración los hechos que siguen los cuales fundamentan la petición que al final de este escrito se deduce.

La hora de la liquidación de la vieja España ha sonado ya.

Cataluña y Vasconia en el Congreso de las Nacionalidades de Lausanne de 1916, presintiendo el triunfo del espíritu de la nueva Era, consagrador de los fueros más naturales de las nacionalidades más vivas, han hecho afirmación categórica de sus respectivas distinciones nacionales ante el mundo entero. Su afirmación reforzada dentro del territorio ibérico, por el clamor de sus aspiraciones nacionalistas, ha llegado a imponerse a los gubernamentales de todos los campos políticos, que representan efectivamente o que desde la oposición parlamentaria aspiran a representar a ese Estado sin esencia nacional que se llama Estado español.

Después, en estos últimos días, Galicia, Aragón Valencia, Asturias, hasta Extremadura y aun Castilla, claman por el reconocimiento de sus aspiraciones autonómicas. Y todas ellas, menos la última, por medio de sus organismos representativos u oficiales. Si Andalucía se ama a sí misma y ama a la federación de las demás regiones, debe apresurarse a hacer acto de afirmación y de presencia en este concierto de voces de liberación. Por amor a sí misma, puesto que ya no habrá una sola región dominante ni un sólo poder central, sino varias regiones y poderes dominantes que pactarán entre sí lo que a su interés convenga. Y el objeto de esos pactos serán los restos pasivos de la España inerte. Todos los lugares del mundo están ya colonizados por naciones poderosas.

Los pactos que entre sí celebraron los poderes distintos han versado, en cuanto a la política colonial, sobre el medio de colonizar su respectivo interés sobre lugares bárbaros o sobre pueblos impotentes.

De modo que el resto de España fuerte será el único gesto de contradicción que se ofrecerá a los Poderes distintos de las nacionalidades de Iberia y esta Andalucía de nuestros favores todos, la nación de historia más gloriosa y eficiente, consumida por la tiranía secular que viniera a infringirle el Poder coaligado de las nacionalidades del Centro y del Norte, seguirá siendo la más explotada; seguirá siendo (Andalucía) la cenicienta de esa familia explotadora que no tuvo bastante en venir a asfixiar su genio heterodoxo con el humo de hogueras y con la presión de martirios implacables, que no se satisfizo con privarla de sus campos de vergeles para convertirlos en eriales, lanzando a sus hijos a emigraciones dolorosas o los encerró en las sucias gañanías, ergástulas miserables levantadas por su espíritu feudalista, desconocido por nosotros, que vino a perdurar en el moderno feudalismo territorial. Sino que llegó a presentar a la nación más bella de la historia y de más hermoso genio que en el mundo fueran, como la creadora de los vicios que su propia degeneración fraguó, ofreciendo el genio nacional andaluz, caricaturizado por una larga tragedia de miseria y dolor, como bufón miserable de España y de Europa.

Pero aún por amor a la libre federación que el espíritu afectivo de Andalucía ansiara siempre con los demás pueblos, aunque nada bueno haya debido, hasta ahora, a la Unión, los andaluces deben hacer ese acto de presencia y de afirmación autonómica al que nos referimos al principio. La igualdad ante la ley es la base de toda sociedad verdadera. Esto que es una verdad inconclusa, con respecto a los individuos, lo es también con relación a los pueblos. Cuando se ha pensado en establecer una Sociedad de las Naciones, este pensamiento ha tenido que apoyarse como base en la condición necesaria de que todos los pueblos son iguales ante el Derecho y el Poder internacional.

Sin ese fundamento no se concibe la Sociedad de Naciones.

En una Sociedad de pueblos como Iberia, en la cual hubiera regiones libres o dominantes con poderes políticos privativos, ordenados a la defensa de su particular interés, y regiones esclavas, sujetas a la decisión concertada de los Poderes de todas las libres, se desarrollarían odios anti solidarios que desgarran la sociedad de los individuos en dos clases de explotadores y explotados.

Sólo la mutua libertad es base del respeto mutuo. Y sólo ese respeto puede ser base de un recíproco amor. Únicamente podrán existir ese amor y comprensión mutua, que vendrían a traducirse en la conciencia supernacional de Iberia federada, cuando la libertad de todas las regiones provea a cada una de ellas de un Poder privativo, que desde su propio interés venga a despuntar libremente con los demás Poderes regionales.

Por esto se impone la concesión de la autonomía, en Cortes Constituyentes que a todas las regiones reconociera igual derecho para convenir entre sí los términos del pacto federativo.

He aquí pues, lo que pedimos al Excmo. Ayuntamiento. Que se dirija a los poderes centrales representativos de un Estado sin esencia, a fin de que conceda por decreto la autonomía, lo haga también a la región andaluza en iguales términos que a las demás de España; o en otro caso, que convoque las Cortes Constituyentes con las finalidades dichas.

Creemos urgente esta medida. Habiendo la conciencia del sentimiento español muerto en los hombres que habitan en territorio ibérico, el proceso de desintegración habrá de precipitarse, con peligro para la Federación. Andalucía tendrá que sustentar privativas aspiraciones nacionalistas, quiéranlo o no, por convergencia o exclusión, porque Andalucía quedará sola.

Suplicamos a V.E. obre como este escrito se demanda.

Sevilla, 29 de noviembre de 1918.

Por la Sección Local del Centro Regionalista. La Junta Directiva».

 

Manuel Ruiz Romero
Dr. en Historia Contemporánea
Miembro del Centro de Estudios Históricos de Andalucía

Sobre el autor:

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Vanessa Perondi

Periodista.

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