Portada del disco 'La casa de San Jamás', de Aguaviva.
Portada del disco 'La casa de San Jamás', de Aguaviva.
Aguaviva fue para el pop-rock español lo que la nouvelle vague para el cine francés: un chapuzón de aire fresco que puso en entredicho todas las convenciones formales, dejando un reguero de avances para digerir durante una década. La comparación no es gratuita: una pieza como "Rolling Stone" está más cerca del tráiler de una película de autor de los sesenta que del propio riff de "Satisfaction" que tomó prestado. A decir verdad, Aguaviva tenía más de colectivo artístico experimental que de banda pop. Su espíritu libertario y su osadía estilística quedaban a años luz de un país cuyos grandes éxitos del momento eran "Algo de mí" o "Y viva España". No cabía esperar otra cosa de quienes daban arranque a su primera producción (Cada vez más cerca, 1970) poniendo las siguientes palabras en los labios de chapa de un "Robot":

"Señoras y señores:

Por primera vez en la historia

de los cataclismos sonóricos,

un grupo de humanos privilegiados

va a tener aquiescencia auditiva

en la más intima y psicodélica

realidad del happening..."

Pero ya dedicamos un artículo a los años germinales del colectivo madrileño, que son los que suelen avivar el interés de curiosos y coleccionistas. Hoy venimos a hablar de los últimos tiempos de Aguaviva, donde se van desprendiendo de los poemas incómodos que se habían especializado en versionar en la onda de Serrat, Paco Ibáñez o los más soterrados Ensayo I, Vientos del pueblo y Joaquín Díaz y María Salgado. Después del estrafalario Cosmonauta (tránsito espacial en cuatro estancias) (1971), sombría obra orquestal con aires de Schönberg o Ligeti que bien puede ser lo más lejos que había llegado hasta entonces la música popular española, Aguaviva desveló un rostro más humorístico en La casa de San Jamás (1972). Es este un disco de transición entre el tono de sus inicios y el de su obra tardía. La dirección musical la llevan al alimón el fundador Manolo Díaz, estimable cantautor cuyo Retablo (1967) constituye una prueba etnográfica de primer orden sobre la sociedad española de su tiempo, y Pepe Nieto, que se impondrá en los siguientes trabajos.

Sigue Poetas andaluces de ahora (1975), que trata de remontarse a la fórmula de los primeros dos discos retomando a los poetas y el estilo folk.  Tras este disco, que peca de previsible, habrá una desbandada de dos años donde la plantilla siempre cambiante (en alguna ocasión se contabilizaron al menos treintaidós miembros) se esparce por proyectos como La Charanga del Tío Honorio, Desmadre 75 o La Compañía. Tales nombres nos permiten anticipar que al reformarse nuestra agrupación en 1977 el gusto por lo burlesco y lo teatral estará más presente que nunca. Esta vez se iban a retraer hacia la realidad concreta para hablar sin tapujos sobre el tema que ocupaba a todos en aquel momento: la cacareada Transición. Como el bueno de Jean-Luc Godard una década antes, pasaron de la poesía politizada a la política real, aun a costa de perder universalidad. 

La trayectoria de Aguaviva participa de las contradicciones y los contrastes de aquel país de rockeros con patillas y revolucionarios de misa diaria. Por un lado el quejido apátrida del gitano lorquiano, por el otro coros y guitarritas dignos del sello Pax. Ora corrían a la vanguardia descarnada, ora retrocedían hacia las raíces del pueblo. Aquí buscaban desesperados la melodía perfecta de pop juvenil, allí el estruendo insoportable de la psicodelia.  Cantaban al Hombre Nuevo comunista y espoleaban a los poetas andaluces de ahora, pero se mostraban ambivalentes cuando se trataba del "Aborto"... 

No hay remedio (1977) es su disco más cañí de todos. Se autodescribe como un “sainete cómico-musical, un tanto libertario, con libro de José Antonio Muñoz –con la colaboración de Juan de Loxa y Pedro Cobos– y música del maestro José Nieto”. Musicalmente, la destreza folk de los primeros Aguaviva hace sitio a una zarzuela en clave de humor y de denuncia: por los derechos de las prostitutas (“Pasodoble de las majas"), de los gitanos (“Pisoteados”) o en tierno elogio del profesor Galván (“El profesor”). Pero su cumbre es la primera toma, “La de los raros derechos”, la cual, descontando el póstumo La invasión de los bárbaros (1979) (donde electrifican su primer estilo), sirve de testamento a un grupo que nos llevó de la mano durante todo el arco de la contracultura de los setenta y que se disolvió naturalmente cuando conseguimos la ansiada libertad y dejó al fin de hacernos falta… ¿O simplemente se disolvió?  

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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