Reeducar en El Puerto a adolescentes denunciados: "Echo de menos a mi familia"

Seis menores aprenden a sacar su mejor versión en el centro de convivencia Las Redes, lugar al que entraron tras ser responsables de casos de violencia intrafamiliar

Adolescentes denunciados por sus familias aprenden a ser mejores personas en el grupo educativo Las Redes en El Puerto.
Adolescentes denunciados por sus familias aprenden a ser mejores personas en el grupo educativo Las Redes en El Puerto. MANU GARCÍA

Fuera hace 35 grados a la sombra. En la sala de una casa, donde se nota más fresco, un adolescente agacha la cabeza. Sus ojos miran hacia abajo mientras mueve los dedos inquieto. “Estoy aquí por pelearme con mi madre y jugar mucho a la Play. Ella me decía que parara, yo le decía que me dejara un poquito más, y al final me denunció”, murmura C.C.G., jerezano de 15 años. Él es uno de los seis chicos de entre 14 y 18 años que integran el Grupo Educativo de Convivencia Las Redes, que desde enero de este año ha iniciado una nueva etapa en una vivienda ubicada en Cantarranas, en El Puerto.

Hace seis meses el recurso de reforma juvenil fue adjudicado a Ginso, Asociación para la Gestión de la Integración Social, especialista en menores y nacida en 2001 en Madrid. Desde entonces, esta entidad se ha encargado de continuar con la actividad del grupo educativo Aletas que pertenecía a Afanas El Puerto y Bahía —-al cargo del grupo femenino Etrusca.

El adolescente cuenta su experiencia a lavozdelsur.es.
El adolescente cuenta su experiencia a lavozdelsur.es.   MANU GARCÍA

Es el único centro de la provincia de Cádiz que da “una oportunidad” a algunos menores, en lugar de ser dirigidos directamente a un centro de internamiento más similar a una cárcel que a un espacio donde aprender a ser mejor persona. “El internamiento es un paso más de la reforma y supone una vida completamente diferente a la que vivimos aquí. El juez ve en algunos chavales características y considera que deben estar aquí. Pero aquellos que no consiguen adaptarse si van a estos centros, que es una medida judicial más estricta y severa”, explica Olga Pérez Puyana, directora del centro que lleva trabajando con menores desde 2006.

"Estoy aquí por pelearme con mi madre"

Anualmente una media de una veintena de chicos pasan por este grupo que lleva más de 20 años ofreciendo apoyo y respuesta a las familias que tienen conflictos con sus hijos. “Después de la pandemia hubo un aumento de casos considerables y hemos tenido hasta lista de espera”, dice la portuense, que también trabajó durante ocho años en libertad vigilada, medida que supone el seguimiento del menor en su casa.

Los menores llegan al centro por haber sido denunciados por sus familiares, cansados de situaciones problemáticas en las que “muchas veces se ven desbordados y sin herramientas”. Según explica Olga, “la denuncia es el único camino que algunos padres encuentran para solicitar ayuda”.

En la mayoría de casos, los problemas en casa han requerido de una intervención más profesional debido a que son calificados como violencia familiar. Peleas que van más allá y generan un ambiente indeseado. Es el juez el que determina el tiempo que deben pasar en este grupo en función de la gravedad y las circunstancias de cada joven. Así, algunos salen a los ocho meses, otros a los 15 y otros a los dos años.

Olga, la directora del grupo de convivencia.
Olga, la directora del grupo de convivencia.   MANU GARCÍA
Dos adolescentes realizan ejercicios.
Dos adolescentes realizan ejercicios.   MANU GARCÍA

“Cuando los chavales llegan aquí se dan cuenta de que la vida tiene consecuencias. Al principio les cuesta mucho la adaptación, no deja de ser un momento triste y complicado para ellos porque de repente se encuentran con que tienen que convivir con ocho personas que no conocen de nada”, comenta Olga.

"Al principio les cuesta mucho adaptarse"

Según su evolución, pueden recibir visitas de la familia, volver a casa unas horas o disponer de permisos de fin de semana. “El objetivo siempre es ir a casa y restablecer las relaciones familiares”. La directora muestra las habitaciones de los chicos y una sala donde uno de ellos mira la pantalla de un ordenador mientras otro ve un partido de fútbol en la televisión.

Para cumplir con la meta, un equipo de once educadores sociales desarrolla programas, talleres y actividades que atienden a todas las necesidades a nivel formativo, asistencial, ocupacional y de ocio. “Todas las semanas vamos a jugar al fútbol, eso me motiva, disfruto y me despejo un poco”, dice C.C.G., que lleva más de un mes en el grupo.

Los chicos ven la televisión en su tiempo libre.
Los chicos ven la televisión en su tiempo libre.   MANU GARCÍA

Una mañana de julio el adolescente, a punto de entrar en 3º de la ESO, ha asistido a un taller de alfabetización en el centro de días Imeri, lugar donde realizan algunas actividades. “He hecho un crucigrama de matemáticas y una sopa de letras”, cuenta a lavozdelsur.es el jerezano, que le gustaría dedicarse en un futuro “igual que mi padre, a montar cocinas y esas cosas”.

Además de hacer deporte, desde padel a partidos de fútbol, los seis chicos van a la playa tres días a la semana y al cine cada 14 días. Sea invierno o verano, cuentan con un horario de estudio y en temporada escolar asisten a clases en un instituto de El Puerto. Una rutina a la que se suman las tareas domésticas.

“Ellos hacen sus camas, ponen lavadoras y aprenden muchas cosas que en casa no habían hecho nunca”, comenta Olga que siempre intenta que los menores se lleven en la mochila conocimientos útiles para la vida.

Detalle de la pared de la vivienda donde conviven los adolescentes.
Detalle de la pared de la vivienda donde conviven los adolescentes.   MANU GARCÍA

En esta nueva etapa, el grupo también participa en talleres dedicados al bullying y el ciberbullying y un programa sobre nuevas masculinidades donde se trata la violencia de género. El objetivo es que “abran los ojos porque esos no son los hombres que nosotros consideramos que deben de ser”.

"Funcionamos con puntos semanales"

Toda la formación les ayuda a cambiar sus comportamientos y actitudes para que el día de mañana adopten su mejor versión. En la casa, los chicos se esfuerzan en crecer y desarrollarse. “Funcionamos con un sistema de fichas, cuanto mejor hagan las cosas, más puntos semanales obtienen, y esos se traducen en una cantidad económica para que compren lo que quieran o se pelen”, explica Olga, que considera esta herramienta “muy útil”.

El primer paso es reconocer el daño provocado a sus seres queridos. “Lo primero que siempre decimos es que hay que asumir que uno ha metido la pata, que tiene responsabilidades y que las cosas en casa tienen que cambiar”. Después, se sumergen en un proceso de evolución personal que termina dando sus frutos.

Olga junto a tres de los menores que forman parte del grupo educativo.
Olga junto a tres de los menores que forman parte del grupo educativo.   MANU GARCÍA

“Aquí me siento bien, estoy al lado de mis padres y los veo cada semana más”, comenta C.C.G., sentado junto a uno de sus compañeros, J.S.L., sevillano de 16 años. Su expresión cambia por un instante. “Lo único por lo que estoy mal aquí es por no poder ver a mi familia. La echo de menos y me gustaría verla más”, reconoce el joven, que llegó al grupo hace tres meses.

Sus motivos son similares a los del resto: discusiones con su madre diariamente. Con un hilo de voz asegura que “no le hacía caso, llegaba a casa a la hora que yo quería y me chillaba, yo a ella, y se descontrolaba todo”.

"Llegaba a casa a la hora que quería"

A este joven le gusta jugar al fútbol y al pádel en su tiempo libre y, aunque no ha ido al instituto, va a comenzar unas prácticas laborales de jardinería. “Pero me gustaría ser mecánico, me gustan los coches”, dice el chico, que se siento a gusto “con los chavales” y se siente motivado para mejorar su comportamiento. “Eso es para lo que estamos aquí”, añade con desparpajo.

Con el tiempo, los educadores crean vínculos con los menores y observan su evolución, sus ganas de querer avanzar pese a las dificultades. Notan esa energía propia de los adolescentes a los que Olga y su equipo miran con orgullo cuando contemplan sus logros. “Hemos vivido momentos de mucha satisfacción”, dice con una sonrisa.

Sobre el autor:

profile_picture

Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído