Lidia Aguilera, profesora y doctoranda andaluza en Chicago: del confinamiento al toque de queda

La filóloga jerezana reside desde 2014 en Estados Unidos, da clases de español en la universidad estatal y relata cómo, casi sin salir de la pandemia, asiste al estallido antirracista tras el crimen de George Floyd. "Han sido muchos fuegos iniciándose a la vez"

Lidia Aguilera, con Chicago al fondo, en una imagen reciente. FOTO: CEDIDA
Lidia Aguilera, con Chicago al fondo, en una imagen reciente. FOTO: CEDIDA

El pasado lunes al caer la tarde, momentos después de recoger comida para llevar en una taquería de su barrio, Pilsen —uno de los dos de la ciudad donde es mayoría la comunidad mexicana—, saltó una alarma en el móvil de Lidia Aguilera Lora. Miró su reloj y eran las nueve de la noche, la hora que la ciudad de Chicago había fijado para el toque de queda por las oleadas de protestas contra el racismo institucionalizado y la brutalidad policial que sufre Estados Unidos a raíz de la muerte de George Floyd a manos de la Policía de Minneapolis. "Ni avisaron previamente, me enteré estando en la calle, y se puede decir que he pasado prácticamente del confinamiento al toque de queda", cuenta en una videollamada con lavozdelsur.es marcada por las siete horas de diferencia entre España y ese punto de Norteamérica.

Esta joven filóloga jerezana de 34 años, que llegó en 2014 a la ciudad junto al lago Michigan para cursar un máster tras graduarse en Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla, actualmente compagina su doctorado en sociolingüística con su labor como profesora de español en la Universidad estatal de Illinois en Chicago (UIC) —lo más parecido en este país a una universidad pública–. Conoce bien Lidia la multiculturalidad que baña de costa a costa los Estados Unidos, y especialmente una ciudad en la que vive en la que "lo primero que me sorprendió es que se habla mucho español". Ella, que trabaja en el Departamento de Hispánicas y que por su perfil han llegado a confundirla "con una puertorriqueña", también ha sufrido en sus carnes cómo la xenofobia es una vieja moneda común que sigue en curso en el país de las (supuestas) libertades: "Enviando un audio de WhatsApp a mi madre en el metro han llegado a decirme: ¡Estamos en Estados Unidos, habla inglés!".

"Esto no es nuevo (el "racismo estructural"), lo nuevo es que los móviles tienen cámara (por eso vemos al agente dejar sin respiración a Floyd hundiéndole la rodilla en su cabeza). Estados Unidos es un país fundado por el trabajo de los esclavos, y la comunidad afroamericana lleva décadas y décadas manifestándose, generalmente de forma pacífica. Pero esto ha sido un pico de ya no podemos más", expone una mujer experta en bilingüismo y que enseña español a alumnos que tienen el español como lengua materna, pero que "no lo practican en su día a día, solo con sus familias: puertorriqueños, venezolanos, colombianos, mexicanos...".

Lidia, que se encontraba en fase de desescalada tras unos meses de confinamiento, "en el estado de Illinois ha sido laxo; el gobernador ha apelado al sentido común de la gente", tiene ahora que permanecer forzosamente en casa entre las nueve de la noche y las seis de la mañana por el toque de queda que se ha extendido por ciudades de los 50 estados del país. "Esto está siendo un varapalo, después de varios meses con muchos de los negocios cerrados, los dueños de los locales ahora en lugar de reabrir están tapiando las puertas. Y pensando en los rebrotes. Yo misma no salgo de casa ni queriendo, pese a que tenía ya ganas de volver a una vida más normal".

Pintadas en las paredes de Pilsen, el barrio de Chicago donde reside Lidia Aguilera. FOTO: CEDIDA

Una nueva normalidad en Estados Unidos que viene marcada por la vieja anormalidad del racismo que sigue fluyendo por el ADN del país. El crimen de Floyd, expresa, "ha sido la gota que ha colmado el vaso". Una gota que ha desencadenado un estallido social inédito desde los tiempos de Martin Luther King. En todo caso, como se dice en la tierra natal de esta jerezana, "se ha juntado el hambre con las ganas de comer". Al margen del enésimo episodio de brutalidad policial contra personas afroamericanas, el país ha pasado lo peor de la pandemia de SARS-Cov-2 bajo las costuras reventadas de un sistema atroz con los que menos tienen, entre ellos por supuesto las comunidades inmigrantes. Y todo eso, con el pirómano de Donald Trump avivando el fuego —el Ejército se ha negado a intervenir como ordenaba para frenar las revueltas que sacuden el país— ante un incierto panorama electoral en las presidenciales de noviembre.

"Las dos cosas que más me sorprendieron al llegar aquí fue, por un lado, que jamás pensé que se hablara tanto español en Chicago, y luego el hecho de que Estados Unidos es un sitio raro, de luces y sombres, donde hay muchísimas posibilidades y riqueza, y luego hay pobreza de la más seria. Eso me cuesta mucho conciliarlo. Gente que estudia una Ingeniería que gana una pastaza con 21 años y familias con cheques para comprar bienes básicos en los supermercados. O el hecho de la sanidad, o de que haya tantísima gente en la calle viviendo por culpa de haber tenido una enfermedad, en muchos casos mental".

Marcha solidaria antirracista en Chicago, en el barrio de Pilsen. FOTO: CEDIDA

En su barrio, famoso por el arte urbano que inunda sus calles, muchas tapias de comercios clausurados se han llenado de mensajes antirracistas, con el Black lives matter —las vidas de los negros importan— a la cabeza, y otras consignas pidiendo sobre todo justicia para George Floyd. Chicago, con 2,7 millones de habitantes, tiene muchísima inmigración y "está muy segregada". Pilsen o La Villita para los mexicanos, los afroamericanos en los barrios del Sur, los polacos en Greenpoint... "En el centro todo es muy diverso y muy bonito, pero la gente que vive fuera de su comunidad sufre muchas agresiones de distinto tipo", relata Lidia, una profesora y doctoranda que "desde que empecé mis estudios en Filología Inglesa siempre había tenido ese interés y curiosidad por vivir en sitios con lengua anglosajona".

Hay cosas que hacemos tan jodidamente bien en España que cruzo los dedos por que no las perdamos nunca

En su caso, no puede hablarse que fuese, como tantas otras, una fuga de talento motivada por la crisis de 2008 y la falta de salida laboral en España. Lo suyo era pura vocación. "Estuve en Inglaterra, volví, se lo dije a mis padres con preocupación, pero mi madre me dijo que desde el día que empecé la carrera sabía que me iría fuera, por lo que al llegar aquí no me sentí tan desubicada, ya que siempre había tenido esa inclinación a moverme por ahí". Seis años después de aterrizar en Estados Unidos se ha topado con una pandemia sobrevenida, en el país que ha sufrido mayor incidencia del coronavirus —110.000 muertos—, y con una marea social contra el virus del odio, la intolerancia y la xenofobia en su máxima expresión.

"Imagínate —enumera— que eres una persona racializada, que sufre discriminación y racismo de forma sistemática, que no tienes seguro médico, que eres un trabajador esencial —repartidor de comida, de Amazon o limpiador, o todo a la vez, "es muy común que la gente tenga varios trabajos para llegar a fin de mes"—, que tus niños necesitan ordenador e internet para seguir las clases y eres pobre, y rezando por que no te despidan... Es una situación de base a la que se ha sumado la pandemia, han sido muchos fuegos iniciándose a la vez. No digo que saquear tiendas sea cívico, pero las protestas y las manifestaciones, que en su inmensa mayoría son pacíficas, son entendibles, y la culpa es del trato vejatorio y de la discriminación, de que no dejan que respiren —I can't breathe, dijo antes de morir Floyd—". Aun feliz en su destino profesional y formativo, con todo, Lidia Aguilera no deja de echar de menos su tierra. "Aquí la gente es maravillosa, pero se echa muchísimo de menos España. Hay cosas que hacemos tan jodidamente bien en España que cruzo los dedos por que no las perdamos nunca. Estoy muy orgullosa de ser andaluza, pero también de serlo aquí, y abrir una ventanita aquí con mi experiencia".

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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