La jurisprudencia militar y el hermetismo de la institución impiden que casos de acoso laboral y de discriminación a las mujeres salgan a la luz pública.

“Aún sigo tocada”. Bibiana Sáez, natural de Vigo, abandonó la Armada en 2007, tras dar conocimiento del acoso laboral que sufría por parte de su comandante segundo, y todavía hoy reconoce que tiene una herida. Cuando finalizó COU decidió opositar para ser policía o guardia civil, una forma de lograrlo con mayor facilidad era a través del Ejército. Por eso decidió realizar las pruebas de acceso con 19 años. “Y si podía irme en el Sebastián Elcano y dar la vuelta al mundo, pues mejor”, pensó. No fue así. Cayó en la Fragata Navarra de la Base Naval de Rota donde permaneció cuatro años. Luego cambió de destino y allí comenzó a sufrir mobbing, término anglosajón que define el acoso laboral.

En 1988 a las mujeres se les abrió la puerta a este mundo eminentemente masculino, aunque no pudieron entrar sin distinción de cuerpos, ni escalas, hasta el año 2000. En 2014 éstas superan el 12 % del total de la plantilla, situando al Estado español entre los primeros de Occidente en porcentaje de mujeres militares pero de sus circunstancias poco trasciende. “Éramos muy pocas, unas cinco mujeres y 180 hombres en el barco”, recuerda la gallega que no tardó mucho en sentirse decepcionada.

El trato con los compañeros siempre fue bueno, el problema era con los mandos. Recalca que nunca ha sido acosada sexualmente. Al principio fue víctima del machismo “positivo”, aquel cuya intención no es perjudicar sino proteger. “Te tratan como si fueras una hija. No, mire usted, yo también me puedo subir al palo de la bandera y hacer millones de tareas que no sean solo la fregona”. Más tarde solicitó una plaza dentro de la Armada pero en un destino de tierra, concretamente en la Flotilla de Aeronaves. Allí comenzó a ser asediada por parte  del segundo comandante de la unidad. “Después de horas en el despacho, me liaba un pollo y por la tarde llamaba por teléfono a mi casa para disculparse”. En más de una ocasión, como así recoge la documentación oficial en la que queda constancia, realizó comentarios soeces inapropiados para una persona con su cargo. Prohibió a la joven hacer fotocopias en su edificio, hablar con sus amigos, tomar café, le impusieron un horario distinto para los servicios, la hora del bocadillo… Una vez le lanzó el ratón del ordenador a la cabeza sin motivo, “era como un bicho incontrolado”, evoca Sáez.

El tiempo no ha borrado el daño de esos tres años. “Recordarlo me duele. Viví una situación larga en el tiempo de miedo, de machaque”. Todas las mañanas pensaba en “la sorpresa” que le esperaría. Y la situación no mejoraba y el hostigamiento no cesaba. Al finalizar una de sus jornadas, el oficial de guardia le informa de que no era aún su hora de salida. En ese mismo momento, el mando había dado la orden de posponer la salida una hora más tarde. “Me metí en mi oficina, cerré la puerta, y él la aporreaba diciendo que quería entrar”.

Tras ese episodio la marinero dijo “hasta aquí” dando parte al comandante. Según este se trataba de un problema personal entre ambos. Pasó por un tribunal médico que le puso un coeficiente, “eso quiere decir que estás tarada, que si sigues así no vas a volver a firmar un contrato en tu vida con ellos, te incapacita para opositar una plaza fija o ascender", explica. Él también se defiende y da parte de ella. Pero Bibiana solamente podía leer la documentación una vez. "Mientras lo hacía, sabía que tenía que guardar en mi memoria todo lo que ese hombre estaba diciendo de mí porque después no tendría manera de cotejar una cosa con la otra. Se hizo una injusticia. Me cambian de destino, me dan por todos lado, pero... ¿y el otro? Él es mi superior, y además en una escala infinita. Yo era marinero, él pertenecía a la cúpula, no tenía ni por qué hablarme directamente”, resume con impotencia.

Su familiares le aconsejaron hacer público el acoso que sufría en los medios de comunicación, algo que Bibiana consideró inútil en aquella época. Optó por consultar a un abogado, algo que no tardó en llegar a oídos de su mando: “Me dijo que la próxima vez que fuese a un abogado, igual no salía del edificio”. En aquellos momentos era la única mujer de la oficina. ¿Y sus compañeros? Unos no quieren problemas, otros como ella tenían miedo, no quieren manchar los informes de los que dependen para tener su plaza fija… "En las Fuerzas Armadas te graban a fuego que las órdenes de tu superior se acatan sí o sí, y aquí paz y después gloria. Eché de menos apoyo, a alguien dijese que no estaba loca, que lo que estaba viviendo lo estaban viendo todos”. El cambio de destino puso fin al hostigamiento. Volvió a pasar el tribunal y le quitaron el coeficiente. “Ya no estaba tarada. La psicóloga me dijo antes de irme que mi caso no era normal, pero eso no vale, cuando debería haber hablado no lo hizo”. Luego ha podido saber que otras chicas también han sido víctimas de acoso por parte de este señor y que tiene limitado el ascenso. 

Optó por consultar a un abogado, algo que no tardó en llegar a oídos de su mando: “Me dijo que la próxima vez que fuese a un abogado, igual no salía del edificio”

En 2007 cesó voluntariamente. La cuerda se rompió por el lado más débil. "En un mundo de hombres, nadie te apoya o el que lo hace, lo hace por detrás". Se marchó por la puerta de atrás, escondida y callada. Pidió que no le hicieran copa de despedida, no quería recordar esa etapa. Confiesa que hoy aún tiene miedo de encontrárselo por la calle, de la reacción que él pueda tener, pero quiere hacer pública la tortura de la que fue víctima. “Cuando todo el mundo me pregunta por qué me fui de las Fuerzas Armadas parece que tengo que decir que es por conciliación de la vida laboral, que los hubiera tenido y además tremendos, pero yo no hice nada”.

Madres con galones de 'fregonas'

Precisamente para evitar que la conciliación laboral le perjudicara en su trabajo, Isabel —nombre ficticio ya que prefiere permanecer en el anonimato— no pidió reducción de jornada hasta que se vio en la obligación de pedir como destino una fragata ante el riesgo de que la enviaran fuera de la Base Naval de Rota. Esto implicaba montar guardias y salir a navegar largas temporadas. Ella, que vivía sola con el pequeño, no se lo podía permitir, de modo que solicitó la reducción cuando su hijo tenía cuatro años. “Todo fueron trabas la solicité por conductos reglamentarios, pero intentaban no responderme. Pedí audiencia con el comandante segundo, hablé con él personalmente y le comenté que si no me la concedían recurriría a los abogados. Me la dieron, la respetaron y no pasó nada”.

La alegría duró poco, ya que en febrero de 2015 el Ministerio de Defensa modificó la ley. Ya no se podía acoger a la reducción de jornada por conciliación de la vida familiar, su hijo había cumplido cinco años y solo se permite hasta los cuatro. “Me obligaban prácticamente a incumplir el Código Civil porque mi madre podría denunciarme por abandono si me marchaba a navegar”. La joven recurrió a un abogado ajeno a lo militar quien le explicó que ella sí tenía derecho a la reducción de jornada al tratarse la suya de una familia monoparental. De no serle concedida por los cauces militares podía recurrir a la justicia civil. No fue necesario, le fue concedida. A partir de entonces su día a día empeoró.

Según la joven, que ahora tiene 27 años, el comandante se entromete en todos los asuntos de las madres. “Somos un problema en los barcos y buscan la forma de quitarnos de en medio”. En la 41.º Escuadrilla de Escoltas se constituyó una nueva unidad —experiencia piloto que aún se mantiene vigente—. A juicio, de Isabel, discrimina a quienes se acogen a la reducción de jornada. Les obligan a esperar en tierra a todas las madres (puntualmnete a algún padre), cuyos horarios no tienen por qué coincidir. “Primero nos tenían viéndonos las caras. Después dieron la orden de practicar deporte”, a pesar de no contar con un lugar habilitado para ello en tierra, ni taquillas ni duchas, ni nada, y no les está permitido hacerlo en su propia nave, “hay que llegar preparadas para la faena”.

“Llegaba todos los días tarde a trabajar, me sentía discriminada por el hecho de ser madre. Somos las chachas de los barcos. Yo era escribiente y debía limpiar mi oficina, igual que la limpieza de la cocina es responsabilidad de los hosteleros”. A las madres que forman parte de esta unidad las envían a limpiar los barcos que llegan así como otros destinos. Isable deja claro que no se quejan de limpiar, sino de limpiar lo que no nos corresponde. “Somos madres, no chachas. Vamos a ponernos los galones de fregona porque es lo que éramos fregonas, lo que hacía no tenía nada que ver con mi destino". “Solo valéis para limpiar, sois unas vividoras”, son comentarios habituales que reciben a diario. "Compañeras se han puesto a llorar porque están hartas. La situación cada vez va a peor, nos tenemos que ir de los barcos pero nos quieren echar de mala manera", asegura.

Cansada de ser discriminada, en 2016 ha abandonado la Marina. “Me sentía como si me hubieran dado una patada”. Se pregunta por qué no le concedieron un destino de tierra, por qué a las mujeres y, sobre todo a las madres, se les castiga con tareas que por ley no les corresponden “cuando podemos trabajar muchísimo más que cualquiera durante las horas reglamentarias”. Repite el lema que los miembros de la zona baja de la escala de mandos de esta institución suelen lanzar ante las paradojas e incoherencias que viven y padecen: “La lógica termina cuando empieza la Armada”. 

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María Luisa Parra

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