Los 117 años de vida de María Branyas, la persona más longeva del mundo hasta su muerte este año, no solo dieron para una larga historia personal, sino también para convertirse en objeto de estudio científico. Tras analizar sus genes y tejidos, los investigadores descubrieron que sus células eran casi dos décadas más jóvenes que su edad real.
Los expertos destacan que la combinación de una genética privilegiada, la dieta mediterránea, un estilo de vida saludable y la compañía familiar fueron determinantes en su extraordinaria longevidad. De hecho, su microbiota intestinal era similar a la de un niño, un hallazgo que sorprendió incluso a los propios investigadores.
Genes contra enfermedades y una salud excepcional
“Tenía unos genes que la protegían de la enfermedad cardiovascular, de la neurodemencia y de las enfermedades del metabolismo”, explicó a TVE el doctor Manel Esteller, investigador del Instituto Josep Carreras, que lideró el análisis. El estudio confirma que la vejez no siempre implica enfermedad, ya que su organismo se comportaba como el de una persona mucho más joven.
En Cataluña, la esperanza de vida femenina es de 86 años, por lo que Branyas superó la media en más de tres décadas. Esteller compartió en redes que su caso es un ejemplo único de cómo genética y microbioma pueden marcar la diferencia en el envejecimiento.
Una microbiota “como la de una niña”
El investigador detalló que la microbiota de Branyas era la de una niña pequeña, algo favorecido por su costumbre de tomar varios yogures al día, lo que reforzaba su flora intestinal. Ella misma atribuía su longevidad a una vida ordenada y a un entorno tranquilo, según declaró en una entrevista televisiva.
Otro de los autores del estudio, Eloy Santos, añadió que la catalana tenía un metabolismo extraordinariamente eficiente, con niveles de colesterol excelentes gracias a su alimentación. “Envejecimiento y enfermedad no tienen por qué estar relacionadas”, subrayó a RTVE.
Variantes genéticas raras y un perfil metabólico único
La investigación identificó variantes genéticas poco comunes y un perfil lipídico excepcional: colesterol bueno (HDL) muy alto y colesterol malo (LDL) muy bajo. Además, Branyas no presentaba exceso de azúcar en sangre, lo que reducía el riesgo de diabetes u obesidad. Su organismo mantenía a raya infecciones y procesos inflamatorios, lo que le permitió llegar a los 117 años con apenas sordera y dolores articulares como achaques finales.
Los científicos resaltan que esta resistencia natural a las enfermedades se debía tanto a su herencia genética —protegida contra dolencias cardiovasculares y metabólicas— como a una baja inflamación intestinal, producto de su microbiota sana.
Más allá de la biología, Branyas seguía un estilo de vida que reforzaba su salud: caminaba con frecuencia, no bebía alcohol ni fumaba, y mantenía un contacto constante con su familia, lo que evitaba el aislamiento social y posibles problemas de demencia. “Le gustaba andar, no bebía ni fumaba y siempre estaba rodeada de su familia”, detalló Esteller a EFE.
El estudio, considerado por los expertos como la investigación más exhaustiva realizada sobre una persona supercentenaria, refuerza la idea de que la longevidad extrema no depende solo de la genética, sino también de los hábitos y el entorno social.
Los investigadores creen que estos resultados ayudarán a diseñar nuevos patrones dietéticos y prebióticos, además de posibles fármacos útiles en la lucha contra el envejecimiento. “El caso de María Branyas demuestra que, bajo ciertas condiciones, envejecimiento y enfermedad pueden desvincularse”, concluyen los autores.


