Sin duda ha sido lo más hermoso que he vivido esta Navidad. Tener amigos como Víctor Palacios y María Jesús Paredes es uno de los regalos con los que la vida me obsequió hace ya muchos años. Los que tienen el privilegio de sentir la verdadera amistad saben de sus poderes especiales: intuyen cuándo es necesaria una llamada, un abrazo o en este caso, un mosto. Y hasta El Cuervo me llevaron para asistir acompañarles a El Cuervo para asistir a XXI Edición del Concurso del Mosto Cuerveño, en el Centro Cultural Casa de Postas, el pasado 14 de diciembre.
Confieso que este lugar siempre ha sido de paso y es de justicia reconocer la hermosa identidad de un pueblo que cuenta entre sus fiestas esta tradición a las puertas del invierno. Un acto de amor colectivo, una liturgia sencilla donde el paladar y la memoria se dan la mano. Cuánta buena voluntad y cuántas personas dispuestas para el disfrute. Una forma maravillosa de huir de un domingo que prometía ser frío y aciago.
Desde las once de la mañana, una decena de productores locales ofrecieron al jurado y al pueblo sus caldos jóvenes: mostos vivos, turbios de promesa, con ese temblor dulce que aún no sabe si será vino o recuerdo. El jurado, atento y respetuoso, degustó con los sentidos despiertos, buscando equilibrio, honestidad y verdad en cada copa. Allí estaba Víctor, catedrático y artista de la enología, erudito de los que tienen por bandera la humildad, junto al resto de jueces del sabor. No lo pierdan de vista, pues pronto sabrán más de su brillante trayectoria.
Andrés Romero de la Cruz de la Tasca Andrés Cagaleta se llevó el primer premio por su mosto de perfecta armonía y alma cristalina, el segundo fue para José Luis Carnicer Plata de la Tasca Luis Carnicer Herrera, por un caldo que canta en nariz y acaricia en boca, y por último, Manuel Romero Gordillo (MR Bodegas), por ese carácter que recuerda a Andalucía en invierno.
Los probamos todos, y el alma entró en calor. No sé si la amistad verdadera y el cariño tienen propiedades organolépticas, pero sí sé que como el buen vino, y como cosas buenas de la existencia, fermenta la alegría por dentro. Alegría con Marta, con Esther, con Geni. Siempre que se brinda por la amistad se obra un milagro: sentimientos que recargan la batería a la esperanza. Esto es precisamente aprender a vivir. Raquel Zapico y Rocío “La Luvera” elevaron el ambiente. Y nos emocionó el aroma a Navidades antiguas, esas que ya no están, pero que todos amamos. Ajo caliente, morcilla, chorizo, pan de verdad, la puchera y la sopa de tomate. Delicias de toda la vida. Se me hizo corta la mañana, y fugacísima la tarde. Y lo que tengo claro es que vuelvo pronto a El Cuervo a visitar sus tascas, y por supuesto, a celebrar la Navidad del mismo modo. Ojalá ya sea una tradición, una costumbre de las sanas y entrañables que nos cosen el corazón y nos alejan del frío.