Que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver…
O sí. Y esto de atreverse a contradecir a Sabina, esta vez me ha salido bien. Años después, que más bien parecen siglos, vuelvo a Madrid como una maleta nueva para la ocasión, repleta de esperanza. No miento: miedo, vértigo, sentimientos encontrados y confusos, como quien no ha enfilado mil veces la Ruta de la Plata hacia el norte, planicie amarilla de pleno verano adelantado, y la tierra de Barros, con paisajes inhóspitos, unos más que otros. Será que una se asfixia un poco cuando se aleja del mar, pero la ilusión puede con todo, incluso con las pájaras que sobrevuelan el pensamiento tierra adentro. Bienvenidos a la Comunidad de Madrid, y atasco. Claro. Era de esperar, pero para nuestra suerte se diluyó antes de lo previsto, y la primera prueba para mi ánimo era llegar a la Sierra de Madrid, en la víspera de mi vuelta a la Feria del Libro. Nunca antes, en mis visitas literarias y personales, había estado en familia con gente del lugar, y la comida y la sobremesa fueron maravillosas: Alex, José Luis, Kiki, Mónica, Nanina, Moniquita, Alex junior. Los madrileños y madrileñas tienen fama de ser amables, acogedores y con gran sentido del humor (no tenemos la exclusiva los andaluces), y pude vivirlo y disfrutarlo.

Personas sanas de verdad con las que degustar la maravilla gastronómica del Restaurante La Ermita, en el Embalse de la Jarosa. No conocía este lugar, y ya tiene nombre propio en mi mapa vital, sin duda. Ternera de Ávila, poco hecha, sabor a carne de verdad. Croquetones que dejan sin aliento. Alcachofas confitadas que supieron a poco. Calamares a la plancha (nuestras puntillitas), sabrosos y distintos a los acostumbrados, pan artesano, postres caseros, y un trato impecable y cariñoso. Quiero volver en invierno, y voy a insistirte.

Mientras subíamos, me indicabas con júbilo los lugares que como buen montañero conoces bien; ¡Mira, La Maliciosa! ¡La bola del mundo! Luego te llevo a Navacerrada. ¡Un águila! ¡Mira qué ave! Allí se ven restos de nieve. Oh, estamos a más de mil metros de altitud.
Tu entusiasmo se contagia con rapidez, y la euforia ya no tenía remedio, ni en ti ni en mí. Preciosísimo embalse, quietas sus aguas, como un espejo, visitantes por doquier con sus avíos de fin de semana para huir de la urbe y su prisa. Quiero volver, vuelvo a insistir. Y de pronto la lejanía del mar no duele: se me ha llenado el corazón.

Por sorpresa recorremos lugares que me inspiran cuentos, relatos, poemas. Será porque no he descubierto nada, y ya antes que yo, estuvieron por aquí Vicente Aleixandre, Panero, Benavente, Antonio Machado. Y el Valsain de Javier Reverte, refugio y descanso del guerrero escritor. Tanta energía en el centro justo de la tierra. Casas preparadas para el frío, piedra, madera. La Fábrica de Cristales. Paramos a refrescarnos en la Boca del Asno, en las aguas del Río Eresma. Agua cristalina, fuerte, viva. De éso sabían mucho los romanos, aunque no llegamos a Segovia. Otra vez será. Lugares reales son los Reales Sitios, y nos topamos con el Mercado Barroco en la Granja de San Ildefonso. Un disfrute, y el agua para beber, la mejor.
Ya en Madrid, hospedados en Las Rozas, salimos al día siguiente camino de Chamberí, a la Calle Modesto La Fuente, donde María nos esperaba en su coqueta y luminosa librería La Modesta. Allí, encuentro literario con Fernando Mircala y Ricardo Virtanen, buenos amigos y compañeros de hazañas. Un acto concurrido, interesante y emotivo, en el que brindamos con Tio Pepe y Solera 47. Un cachito de mi orilla para compartirla. Me tocaba firmar por la tarde, y la alerta naranja casi nos roza los talones. Calor en El Retiro, sofocante. Pero suelo llevar el viento conmigo, y esta vez saqué del bolso un ponientito largo para que no se derritiera la tinta del boli. Vuelo Rasante, y alas, y más alas. Todos contentos y muchos amigos, la prima María, Mausy, Yola, Tony. Javier, de El Juglar Editorial, y mucho cariño rodeándonos siempre.
Una firma exprés por las circunstancias y la falta de tiempo. Dos horas antes del cierre que resultaron fructíferas.
Volvamos al mar, amor. Vámonos. Y ya pasado todo, volvimos por donde llegamos, pero había una cita obligada de paso, entrar en Trujillo, a llenarme de recuerdos de las Ferias del Libro (más fresquitas, eso sí) y los momentos de amor por las letras allí vividos gracias a mi amigo Pepe Cercas. Migas, caldereta de cordero, y aficionada a la Mahou desde hacía unas horas, cayeron dos tercios para aplacar el calor.
Casi paramos en Monesterio, pero no queríamos convertirnos en charcos sobre el asfalto. La Algaba, Sevilla, el Paquito lento, como de costumbre, y en un parpadeo ya hemos pasado Jerez. La brisa se nota, el aire cambia. Ni a mejor ni a peor. Es puro contraste.
La sangre ya siente el salitre otra vez.
Lo mejor de los viajes, siempre el regreso. Y sí, llené la maleta nueva, estrenada, para la ocasión, de vivencias poéticas, gastropoéticas, mundanas también, por qué no. He vuelto, hemos vuelto a Madrid, y a pesar de estos tiempos revueltos, la ciudad sigue tan gata, tan chula y tan guapa como siempre.


